En su libro sobre los orígenes de la Primera Guerra Mundial, 1914. De la paz a la guerra (“The War That EndedPeace. The Road to 1914”), publicado recientemente, Margaret MacMillan llega a la conclusión de que lo único que se puede decir con certeza sobre sus causas es que el liderazgo importa. Ninguno de los países quería en el fondo ir a la guerra, pero tampoco ninguno supo oponerse a ella, porque en la Europa de 1914 faltaban estadistas de la talla del alemán Otto von Bismarck, gracias a cuyo autodominio se pudo mantener la paz europea por décadas. Un vacío de liderazgo parecido se puede advertir con claridad en los últimos pasos de Rusia y China.
En las vísperas de la Gran Guerra, los líderes políticos y militares no fueron capaces de ver cómo la producción industrial y los medios de transporte de masas habían cambiado el carácter de los conflictos bélicos. La Guerra Civil Estadounidense debería haber servido de advertencia. Pero una Europa que se consideraba el centro del mundo y exportaba sus rivalidades a África y Asia como una “misión civilizadora” era del todo incapaz de prestar atención a las ásperas lecciones del Nuevo Mundo.
Hoy tampoco parecen haberlas aprendido el presidente ruso Vladimir Putin ni el presidente chino Xi Jinping. En Ucrania, Rusia debe decidir el tipo de relación que desea con Europa. Si ese país vuelve a la órbita del Kremlin, sea a través de la reintegración directa o algún tipo de “finlandización”, Rusia acabará por repetir un viejo problema europeo: al igual que la Francia de 1643 a 1815 y la Alemania Guillermina, será al mismo tiempo “demasiado” para sus vecinos y “demasiado poco” para sus propias ambiciones.
Incluso dejando de lado por qué Rusia querría destinar tanto dinero a mantener un régimen todavía más corrupto y disfuncional que el suyo, Ucrania, con un territorio superior al de Francia y 45 millones de habitantes, es la bisagra de facto del equilibrio geopolítico europeo. A diferencia de lo que ocurriera tres veces con Polonia en el siglo dieciocho, no cabe plantearse una partición en que el oeste del país se una a Europa y el este regrese a Rusia. Como resultado, la decisión civilizacional de Ucrania (entre una Unión Europea democrática y una Rusia autocrática) necesariamente tendrá importantes consecuencias para todo el continente europeo.
De similar naturaleza es el problema al que se enfrenta China en el Mar de China Meridional y ahora en su espacio aéreo. ¿Está perdiendo también el sentido de la autolimitación que caracterizaba su política exterior hasta hace poco?
Hoy China parece mostrar una impaciencia que va en dirección contraria a sus intereses de largo plazo. Todo el mundo reconoce su evidente ascenso a potencia global. Pero, ¿dónde está la serenidad de una gran potencia tan confiada en la superioridad de su civilización y tan segura de su futuro que es capaz de esperar el momento oportuno?
Al hacer ostentación de sus ambiciones regionales hegemónicas, China ha logrado que países tan diversos como Vietnam, Indonesia y Filipinas se unan contra ella: ahora desean más que nunca que Estados Unidos siga presente como potencia asiática. De hecho, trascendiendo su enemistad histórica con Japón, tienden a demostrar más comprensión hacia la retórica del gobierno del Primer Ministro japonés Shinzo Abe y su nueva y más potente política de defensa que por la última demostración de fuerza de China.
Se dice a veces que la historia no nos enseña nada pero lo contiene todo. Sin embargo, probablemente las lecciones de la diplomacia clásica sean más útiles hoy que en el siglo veinte. Atrás ha quedado la era de las grandes ideologías y nos espera una marcada por el estricto cálculo de los intereses propios. Mientras tanto, puede que la guerra haya cambiado más que la diplomacia, y probablemente para peor. La potencia destructiva de nuestras armas ha alcanzado nuevos máximos en tiempos que el “enemigo” se vuelve más difuso. ¿Cómo se hace la guerra a la inestabilidad? ¿Cómo se combate un adversario que desaparece en la sociedad civil?
Incluso si los avances tecnológicos han cambiado las formas de hacer diplomacia, en lo fundamental sus reglas siguen siendo las mismas. Para tener éxito es necesario entender los intereses y las percepciones de nuestras contrapartes, así como poseer un sentido innato de la moderación y la autolimitación, elementos de los que tanto Rusia como China parecen carecer en estos momentos.
Por otra parte, cabría preguntarse si el presidente estadounidense Barack Obama no debería aprender de Bismarck, pero del Bismarck Canciller de Hierro, que unió Alemania tras la guía de Prusia. ¿Está mostrando suficiente decisión y visión en su política hacia Irán o, yendo más al punto, hacia Siria? Como demostrara Bismarck, una realpolitik fría y decidida es la mejor manera de mantener la paz.
Dominique Moisi es Asesor Senior del Instituto Francés de Relaciones Internacionales
Traducido del inglés por David Meléndez Tormen
Publicado en Project Syndicate