Por @AngelAlayon
A Mónica Spear y a Thomas Henry Berry los mató la oscuridad. Una oscuridad que se manifiesta en la incapacidad evidente de un Estado en la labor de proteger a los ciudadanos y su derecho a la vida. Spear y Berry se suman a una desafortunada lista en nuestra propia historia universal de la infamia. Buscarán a quienes apretaron el gatillo y quizás los muestren como un triunfo de la efectividad policial y judicial, la misma que no ha evitado que más de cien mil venezolanos hayan muerto víctimas de la violencia en los últimos diez años, una cantidad de caídos que llenaría cinco veces el Estadio Universitario.
La hija de la pareja asesinada, ahora huérfana, recibió un tiro en la pierna, de acuerdo con las primeras noticias. El atroz episodio que acaba de vivir dejará una cicatriz en su cuerpo, pero los médicos podrán hacer muy poco por la profunda herida que acaba de inflingirle esta sociedad. Y uno, desde la impotencia, implora a todos los dioses que salve la vida de la niña de apenas cinco años de edad: que pronto esté fuera de peligro. Pero eso sería apenas un diagnóstico clínico: ¿quién puede estar realmente fuera de peligro en Venezuela?
Los asesinatos en Venezuela han dejado en la última década al menos más de doscientos mil niños venezolanos sin padre, sin madre o sin ambos, como ha ocurrido en este caso. Nosotros también llevamos esa herida. Todos. Aunque algunos no se den cuenta.
La muerte de Mónica resuena. Es algo propio de la fama. Ella fue Reina de Belleza en un país donde las misses alcanzan cotas de mitos. Han asesinado a una de nuestras reinas…
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