Hoy el país amaneció consternado, indignado y lleno de una sensación que combina rabia, impotencia y dolor por la muerte de Mónica Spear y su esposo en la autopista que une Puerto Cabello con Valencia. De golpe y sopetón, la “luna de miel” de Maduro, obtenida tras las elecciones regionales, cuando quemando los inventarios del país detuvieron lo que a todos luces pintaba como una debacle electoral, parece derrumbarse estrepitosamente. Ni el cinismo o los eufemismos utilizados por la jerga oficial pueden tapar el sol con un dedo. No perdieron la vida, fallecieron o pasaron a mejor vida. No, los asesinaron, así como a 24.763 venezolanos que perdieron la vida en manos de la violencia durante 2013. En la Venezuela construida por el PSUV, todo aquel que no tiene escoltas, carros blindados y dispositivos de seguridad especiales, es potencialmente un cadáver caminando en nuestras calles.
Trato de escribir estas líneas alejándome del sensacionalismo amarillista pero sin caer en la idiotez intelectual que propone el PSUV cuando afirma que “el tema no puede ni debe ser politizado”. Mentira, precisamente el exceso de politización y partidización en todos los ámbitos de la sociedad han permitido un número de homicidios superior a los países en guerra civil o en conflictos bélicos abiertos. La sensación de andar al lado de la muerte en cualquier rincón de la patria es absolutamente inevitable. Nadie puede sentirse seguro y el partido de gobierno, que entregó el país al hampa como una forma de mantenerse en el poder, aún cuando se cree inmune al flagelo, tarde o temprano terminará devorado por el monstruo que alimenta cada día cuando insuflan odio y promueven una guerra de clases.
El asesinato de la ex miss Venezuela está cargado de simbolismo y ojalá logre despertar a una opinión pública aletargada y casi indiferente ante tanta muerte y destrucción. Mónica y su familia, movidos por el amor a su país, decidieron hacer lo opuesto a todos los altos funcionarios del gobierno, quienes pasan sus vacaciones en Cuba, Europa, EEUU o en algún país asiático y se vinieron a recorrer Venezuela, a sentir la belleza de la naturaleza, que se ha salvado a 15 años de atraso y destrucción. A pesar de las carreteras deterioradas, los servicios públicos colapsados, los constantes alertas sobre la inseguridad, las fotos montadas en las redes sociales hablaban de la belleza de los llanos y de un enorme amor a la tierra que la vio nacer.
La peor sensación de este triste acontecimiento es que no ocurrirá nada. Mañana Maduro, Cabello, Izarra y toda la élite decadente del PSUV saldrán diciendo que el problema es el imperio y los enlatados de televisión o que los venezolanos mueren como consecuencia de un plan macabro de Obama, Uribe y la trilogía del mal para desprestigiar la revolución bonita. La intelectualidad del PSUV tiene un pasticho ideológico sumado a una sed y necesidad de poder infinitas que le impiden ver la realidad. Ellos seguirán insultando, evadiendo, aumentado el número de escoltas y el calibre de sus carros blindados. Al ciudadano de a pie sólo le queda la indignación ya que hasta la protesta se encuentra confiscada y parte de la dirigencia opositora pareciera haber decidido el cómodo camino de ser el lado azul del PSUV. Sólo las voces organizadas de millones gritando desde todos los espacios posibles por un país libre, moderno y con instituciones democráticas garantizarán más temprano que tarde un futuro donde la muerte no juegue ruleta rusa con 30 millones de seres.