Hace 124 años nació el eterno enamorado del Warairarepano, Manuel Cabré. De procedencia catalana, el Pintor del Ávila, como es conocido, llegó a Caracas de seis años de edad junto a su padre, el escultor y artista decorador catalán Ángel Cabré i Magriñá, quien había sido invitado por el presidente Joaquín Crespo para realizar trabajos en las obras públicas. AVN
“En sus mejores momentos, el gran amor continuaba siendo para este paisajista el cuadro, no el paisaje. Sería absurdo que como pintor hubiese amado a la naturaleza más que a la pintura”, escribió el artista plástico, poeta y crítico de arte, Juan Calzadilla, tratando de explicar la seducción que sentía Cabré por el cerro que vigila la capital venezolana.
Pintó al Warairarepano desde todos los ángulos y matices. Logró que los caraqueños, dentro de su cotidianidad, subieran la mirada para ver la montaña desde una perspectiva artística, soñadora e inspiradora.
Cabré logró su éxito como paisajista y el reconocimiento dentro del mundo de las artes plásticas después de varios años de preparación. Inició sus estudios desde los ocho años en la Academia de Bellas Artes de Caracas, donde su padre regentaba la cátedra de Escultura, pero debido a las limitaciones económicas que enfrentó su familia, abandonó sus estudios y consiguió un empleo en un puesto de venta en el mercado de San Jacinto.
Siguió fiel a la tradición artística ancestral y continuó sus estudios. En 1908 logra su primera distinción con el cuadro Paisaje de la Sabana del Blanco. Para 1920 realiza su primera exposición que le permite recaudar suficiente dinero para viajar a París, Francia, donde permanece una década estudiando en la Academia de La Grande Chaumiére, reseña la Colección de Arte del Banco Central de Venezuela.
Su obra, durante la década que vivió en el viejo continente, fue descrita por Calzadilla como “un período de interés por acceder a las corrientes de la modernidad”. Ya de regreso a Caracas, comienza el devenir de su enamoramiento por El Ávila con cuadros memorables como Fragmentos del Ávila y El Ávila desde la Urbina.
Entre los principales reconocimientos que recibió se encuentra la Orden Andrés Bello, en su primera clase, en 1971; y la Orden Francisco de Miranda, en su primera clase, en 1978, con motivo del 40 Aniversario del Museo de Bellas Artes de Caracas, junto a los demás ex-directores de esta institución.
Murió el 26 de febrero de 1980 dejando una extensa obra que se caracteriza por la monumentalidad del espacio y por la precisión en la representación a distancia.