Vivimos en un país sin gobierno, anarquizado, azotado por el hampa, la escasez y la inflación, donde la autoridad la ejercen los motorizados en las calles, los pranes en las cárceles y los cubanos en Miraflores. El descontento crece y el país se siente como un naufragó en este mar de contradicciones, “somos una gran potencia” o “tenemos patria” pero ni siquiera hay papel tualé. Una cosa es obvia, ésta caricatura de gobierno es incapaz de superar la crisis y en la oposición hay visiones contrapuestas.
En un extremo están los que cabalgan sobre la esperanza de una salida rápida, buscan capitalizar el descontento popular y diferenciarse colocando al resto de la oposición como carente de coraje para enfrentar al régimen. ¡Nada más falso! Sin embargo, ávida de una respuesta ante la tragedia que vive el país, hay gente que compra la idea aunque no tenga claros objetivos y lesione la unidad cómo valor esencial de la causa democrática. A estos actores políticos el gobierno los deja correr…. En el otro extremo, algunos magnifican el “diálogo” como una solución al drama del país, cuando en realidad es una tramoya del gobierno para ocultar su fracaso, ganar tiempo, reducir el severo impacto de la crisis y terminar responsabilizando a “todos” del caos que ellos han generado. La farsa del diálogo ha servido para anestesiar a la oposición y sembrar desaliento. A los promotores del diálogo el gobierno los estimula y a veces, hasta los financia.
Distante de ambos extremos, están los que asumimos el diálogo como demócratas pero pensamos que el gobierno no tiene voluntad real, ni autoridad moral para ello. Un diálogo con esta burocracia truculenta debe ser condicionado. La reconciliación no es con ésta cúpula podrida sino que es un proceso reconstrucción del tejido social, basado en la recuperación de la tolerancia y el respeto en las bases de la sociedad. Al propio tiempo, hay que evitar la depresión colectiva que promueve el régimen: es urgente dar respuesta a la crisis y canalizar el descontento, organizar a la población para defender sus derechos y protestar enérgicamente, sin violencia, con objetivos viables y claramente definidos. En este campo ubico a Henrique Capriles, cuya prudencia es expresión del liderazgo responsable que exige el momento. Sin duda, él sigue siendo el dolor de cabeza del régimen, por eso es blanco de sus agresiones y tratan de invisibilizar su presencia y silenciar su voz. Su desafío hoy es romper ese cerco mediático e impulsar una política unitaria pero Capriles ha necesitado tanto coraje para enfrentar las tropelías oficialistas como para mantenerse distante de una oposición insensata –afortunadamente minoritaria- y un radicalismo sin brújula que cree estar de moda. Nuestra solidaridad con Henrique Capriles. Es hora de reconocer su tenacidad, sus esfuerzos por preservar la unidad democrática y su sentido de responsabilidad: una cosa es canalizar el descontento para consolidar una mayoría para el cambio y otra es capitalizarlo ?en función de visiones e intereses particulares, por legítimos o bien intencionados que sean.
Twitter: @richcasanova
(*) Vicepresidente de la ANR del Colegio de Ingenieros de Venezuela