Ser o no ser, he aquí la cuestión.
William Shakespeare
El debate al interno de la oposición venezolana se cierne sobre la intensidad de las protestas y, pareciera mentira que ante tamaña crisis, sobre su pertinencia. Ha expresado Fernando Mires, con su acostumbrada lucidez, que existe una visión cortoplacista y radical, que llama a la calle buscando deslegitimar o sacar a Maduro del poder, sin que existan bases políticas reales para tal llamado, ya que el PSUV viene de obtener una victoria importante el 8D, con lo cual la opción del plebiscito quedó descartada y pospuesta y que por el contrario Capriles ha llevado la cosa a pulso, con visión de largo plazo y aprendiendo de los errores del pasado.
Creo que en su análisis, Mires no ahonda exhaustivamente en la calidad y profundidad de la “victoria” del PSUV el 8D. He insistido que la misma se montó sobre una gran mentira, el de la guerra económica, simbolizada en el famoso “Dakaso”. Las personas que apoyaron los saqueos oficiales a tiendas de electrodomésticos, lencerías, panaderías y cualquier cosa que se le ocurriera al alto gobierno, percibieron un bienestar que es irreal. Los vapores del engaño se esfuman con las horas, sin retorno en el corto plazo.
A diferencia del 2002, hoy las protestas son extendidas a todo el país y lideradas por estudiantes. Estas manifestaciones parecen más una reedición del mayo Francés o los movimientos de indignados en España, que los militares de la Plaza Altamira, aun cuando siempre consideré y considero un error la consigna de #lasalida, porque coloca el plano de la lucha en el corto plazo cuando ésta puede y seguramente será muy larga.
La historia oficial ha vendido los hechos de abril de 2002 como un fracaso opositor y un golpe gorila de la derecha rancia mundial, cuando en realidad ocurrió el fenómeno de masas más importante que vivió Venezuela en su momento, precedido de un conjunto de protestas que se vio opacado por negociaciones de palacio.
La realidad histórica es que los sucesos de abril fueron un gigantesco movimiento de masas que logró, léase bien, logró, sacar del poder a Hugo Chávez. La historia del 11 en adelante debe contarla Cisneros y parte de la clase económica del país, que decidió prescindir de Miquilena y más de 30 diputados, para derogar por decreto la Constitución y, en medio de la ceguera que proporciona la prepotencia, construir el puente a través del cual regresaría Hugo Chávez al poder. Después vino un periodo de bonanza petrolera que hacía imposible cualquier cambio, ya que todas las ineficiencias eran tapadas con chorros de petrodólares.
Es profundamente incoherente que la oposición salga a darle piso político al PSUV en medio de la mayor crisis económica que ha ocurrido en décadas. Acá no hay paro, no hay guerra económica y sin embargo estamos en medio de una escasez de 28%, que tiende a incrementarse por la incapacidad de Giordani y Ramírez, una inflación del 56%, un sistema cambiario que no funciona y un horizonte económico tan incierto como el vivido en la época de la post guerra de independencia. Hoy, a diferencia del 2002, no hay empresarios llamando a marchar, desafiando al poder. Afortunadamente la claridad de Roig ha mantenido al empresariado lejos de la vanguardia política.
Sin embargo, observo con preocupación que muchos de nuestros dirigentes opinan que la violencia es de quien convoca las manifestaciones, como si acaso la Constitución no establece que es un derecho protestar, especialmente en un país donde marcan al pueblo para darle dos pollos, hacen desaparecer los periódicos por falta de papel, la inseguridad hace de las suyas gracias a la impunidad reinante en el sistema judicial, generando un clima de tal caos que están asesinando de mengua no sólo el pensamiento crítico sino también la cultura. Sin duda la opción no es quedarnos callados a esperar que las condiciones objetivas lleguen. En la conducta de muchos veo retratado a Eduardo Fernández, con la diferencia que el líder socialcristiano defendía a un demócrata.
Considero totalmente inadecuado satanizar la protesta al igual que apologizarla, sin embargo, el país que tenemos hoy es en parte lo que hemos permitido al PSUV alcanzar. De no haber sido por la constante movilización, protesta, clamor popular, es altamente probable que nuestro país hoy fuera un sistema mucho más atrasado, comunistoide y primitivo de lo que ya es. Se puede comer, masticar chicle y pensar. Como decía mi abuela. Ni tan calvo ni con dos pelucas. El papel de la dirigencia es orientar la protesta, darle sentido estratégico, incorporar sectores populares, llevarla a los barrios, a los caseríos, las plantaciones. Porque a nadie le gusta que lo marquen para alimentarlo cual animal. Como decía Mao, la chispa que enciende la pradera, pero no para destruir sino para despertar, abrir la posibilidad de un país moderno, alejado de los resabios ideológicos que sólo benefician a un grupo de burócratas violentos y anacrónicos.
Carlos Valero
@carlosvalero08