Te evoco, en esta hora en que no estás físicamente con nosotros, para agradecer tu vida hermosa, que ha llenado el alma venezolana de momentos felices, de identidad y vida. Es curioso, querido tío, que partas en este duro tiempo en el que todos los que te amamos y te tenemos como referencia común vivimos horas difíciles de fratricida agresión. Sabíamos que estabas preparando tu viaje, pero duele particularmente que te ausentes sin que podamos decirte todas las cosas bonitas que tu vida merece.
Te nos vas, querido tío, y contigo parece que se nos va una Venezuela también: la Venezuela amable en la que podíamos reconocernos en las diferencias sin asesinarnos; la Venezuela bonita de la que tú fuiste digno constructor y brillante lucero, prestándole tu claridad. Te nos vas en un momento en el cual a ese caballo viejo de la libertad no le dan sabana, sino culatazos para domarlo, y el perfume del mastranto se ha perdido entre tantos gases lacrimógenos.
La patria está como menguante y te nos vas sin que podamos darte el homenaje que te mereces, porque estamos demasiado ocupados en desmerecernos a nosotros mismos. ¿Qué haremos, querido tío, para ser buenos venezolanos, para “recordar aquella voz que nos decía
que la moral y que la luz son nuestra guía que nos darán el despertar de un nuevo día”?
Un hombre es su memoria, sus recuerdos, sus referencias. En los tiempos últimos de tu vida, se desdibujaron esas coordenadas que nos permiten saber lo que somos; al país también. Pero tu memoria ya no es tuya sino nuestra, de la eternidad en que el devenir humano coloca a las personas buenas que pasan por la vida haciendo del mundo un mejor lugar para todos. Celebro tu vida, tu bondad, tu ingenio, tu manera de ser venezolano. Gracias por recordarnos que también podemos sacar de nosotros cosas buenas, que a pesar de toda adversidad, nuestro lado bonito prevalecerá algún día.
De las canciones que cantabas, siempre me resultó la más conmovedora aquella cuya letra pertenece a un poeta que me está vedado nombrar y cuya música tú compusiste. Saluda a Guillermina de mi parte y cuéntale que los presos por aquí continúan porque parece que a La Rotunda la llevamos en el alma; y dile también a la mujer que borda la blanca tela, a la que teje en su telar, que me borde un mapa de Venezuela y un pañuelito para llorar.