Argelia Ríos: Temor al fracaso

Argelia Ríos: Temor al fracaso

thumbnailargeliarios1Un profundo viraje está ocurriendo. Quienes no lo ven están impedidos de hacerlo porque insisten en valorar la coyuntura a partir de verdades impugnadas por los hechos. Los fracasos acumulados en el pasado entronizaron toda clase de prejuicios alrededor de los métodos adecuados para ejercer la protesta. Chávez tuvo la destreza de inocular entre sus opositores la idea de la improcedencia de cualquier instrumento que ellos se dispusieran a emplear a la hora de expresar sus descontentos.

Durante quince años el país ha vivido la estigmatización del catálogo completo que en el mundo entero se usa en las luchas por reivindicaciones justas. En la Venezuela revolucionaria no hay manifestación “aceptable” ante los ojos de sus destinatarios: desde las más inofensivas hasta las de mayor impacto, son objeto de la reprobación de las autoridades que, poco a poco, han limitado el derecho de los ciudadanos a exteriorizar sus insatisfacciones.

La dirigencia del campo democrático está obligada a interpretar el fondo de estas protestas: objetarlas sin definir oportunamente las vías para corregirlas es un error que le generará un alto costo político. No basta señalar que los modos adoptados espontáneamente por los indignados son inútiles y riesgosos: si el tiempo sigue pasando sin que el liderazgo se ponga enfrente con su propuesta de “calle con dirección”, las consecuencias resultarán tan terribles como las que desean evitarse cuando se advierte sobre los efectos perniciosos del voluntarismo.





En la acera opositora no se debería contribuir a la criminalización de la protesta, apelando a cuestionamientos que sugieren la ineficacia absoluta de la vanguardia que se ha conformado en las calles. Si se trata de evitar la frustración de quienes aspiran a un cambio en el país, poco se ganaría invalidando de plano los modos como se han venido dando las manifestaciones callejeras, sin aportar -en el plano de los hechos y no en el de las elaboraciones analíticas- las opciones que sustituirían a los métodos enjuiciados. Al fin y al cabo, la otra vía, la electoral, tampoco es una película libre de potenciales consecuencias frustrantes.

A la frustración -y a la rendición, que antecede al sometimiento- también puede llegarse por la vía de la invalidación de las iniciativas de la resistencia desmelenada. Nada como un país movilizado en procura de sus derechos y determinado a hacerse respetar por quienes buscan oprimirlo. El temor a fracasar podría abortar el profundo reajuste que hoy está teniendo lugar en la opinión pública venezolana, donde es amplia mayoría el respaldo a la protesta, aunque ella no sea garantía de un cambio inmediato. Los temores excesivos -y obsesivos- también pueden sembrar desesperanza. ¡Cuidado con eso! 

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