El año pasado, la fundación Bill and Melinda Gates lanzó el reto de ofrecer $100 mil dólares para financiar proyectos emprendedores que pudieran crear un condón que fuera seguro y que no restara placer. A nadie le gustan los condones, pero son indispensables, así que muchos se dieron –literalmente– manos a la obra para hacerse con el tesoro al final del arcoiris.
Lo anticlimático del asunto es que pareciera que muchas de las personas encargadas de producir la próxima generación de condones –seguros y que incluso alienten a las masas a utilizarlos gracias a formas suplementarias de placer brindadas por el propio condón– o no utilizan condones o tienen una idea perturbadora del placer.
Además de proyectos como un condón hecho de tendones de res (volviendo a los orígenes del dispositivo, que en sus orígenes pudo haber sido un guante de intestinos de cabra o cuero, que además no era desechable y podía incluso heredarse de padres a hijos) que asegura reproducir la sensación de la piel humana, existen otros tan extraños como el “Electric Eel” (anguila eléctrica), un condón que hace precisamente eso que estás pensando.
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