Ayer se celebró en Caracas el que se supone sea el primero de una serie de diálogos entre el oficialismo y la oposición. El diálogo, más bien debate, se establece con la venia de tres cancilleres de UnaSur (Ecuador, Brasil y Colombia), así como del representante del Vaticano. Pese a esta importante presencia de los mediadores ninguno de ellos fungió como tal, por el contrario, fue Maduro quien abrió la larga sesión en su palacio de gobierno, evidenciando se sentía en su zona de confort. Parecía obvio que la locación, las cámaras, la transmisión, la ubicación, y el resto de las variables que definieron la iniciativa, estuvieron a cargo del equipo comunicacional del gobierno.
El gesto de apertura al diálogo es siempre positivo y despertó gran interés nacional e internacionalmente. Sin embargo se llega a él en medio de críticas de ambos lados, acompañadas del escepticismo de buena parte de la oposición. El escepticismo es comprensible, ante un gobierno de clara vocación hegemónica, que sólo ha apelado al diálogo como moneda para comprar tiempo. El uso repetido de esa moneda ha terminado por devaluar el diálogo, instrumento esencial en toda sociedad.
Por otro lado, las críticas oficialistas se entienden porque desde que a Maduro le fue concedida la victoria electoral, en un virtual empate de fuerzas políticas, su objetivo fue gobernar para el extremismo. En lugar de reconocer con humildad que el país estaba dividido en dos bloques casi idénticos y tratar de ampliar su base de apoyo social en aras de la gobernabilidad nacional, Maduro se condujo como si estuviera librándose una elección primaria al seno del partido de Chávez, peleándose el liderazgo de los más fervorosos partidarios. Ha gobernado estos doce meses desde y para los extremos, logrando una tremenda dosis de crispación nacional. Estos extremos se sienten abandonados y traicionados en una convocatoria al diálogo.
Mal podría negarse el alto gobierno al diálogo, sin embargo, cuando lo clama casi un 90 por ciento de la población, de acuerdo a encuestas recientes de Datos. Pero ocurre que el diálogo genuino no es una foto, ni un espectáculo. Es un proceso que busca el entendimiento y que eventualmente lleva a acuerdos. A ese proceso se acude porque ambas partes sienten que están mejor dialogando que sin hacerlo, pero cada una de las partes debe tener muy claro que tiene algo que ganar y algo que ceder.
“La oposición no tiene nada que ceder” me interpelaba en estos días un querido profesor por twitter. Pues si, siempre hay algo en lo que ceder. De lo contrario la otra parte no estaría interesada en sentarse con nosotros. En el caso de la iniciativa de anoche la oposición cedió en lavarle un poco la cara de dictadorzuelo a Maduro, una mancha que se ha labrado con pólvora, perdigón a perdigón, en estas ocho semanas de fuerte represión a las protestas y violación a los derechos humanos. Por su parte el gobierno cedió en desatar ligeramente la mordaza mediática y ofrecer una transmisión en cadena nacional del debate-diálogo. En un país en el que el gobierno ejerce plena hegemonía comunicacional, y especialmente de la radio y TV, que el liderazgo opositor tenga una oportunidad de acceder a masivas audiencias es una oportunidad excepcional. En el caso particular de Henrique Capriles, aún hoy líder fundamental de la oposición de acuerdo a IVAD, su aparición en medios televisivos se encuentra completamente vetada. Anoche hubo sólo una parcial excepción puesto que en el control de la administración del espacio de debate, Capriles fue pautado para el final, tocándole hablar a la 1 de la madrugada de un día laborable.
Cinco largas horas transcurrieron en la iniciativa televisada de ayer. Hubo muchos dimes y diretes, y uno que otro intento de debate. El patrón general fue que el oficialismo hablaba del pasado, con especial referencia al golpe del 2002, mientras que la oposición hablaba más de los problemas nacionales. Pero hubo, en definitiva, muy poco diálogo.
Que el diálogo pueda entablarse con seriedad depende de cómo sigan las conversaciones. En este sentido anoche Ramón Guillermo Aveledo propuso establecer comisiones de trabajo y unas fechas para trabajar en torno a unos pocos grandes temas nacionales: una funcional comisión de la verdad y el desarme de los grupos armados, entre otros. «Sigamos la constitución, sin trucos y sin trampas». «El andamiaje de la paz es el funcionamiento institucional». Fue el único que llevó la “tarea hecha” , lamento decir. El resto de las intervenciones no prometían continuidad, ni parecían ir más allá de la jornada.
Habrá nuevas oportunidades y debemos apostar a que sean positivas y útiles. Avanzar en el camino del genuino diálogo implica para el oficialismo renunciar a ejercer el poder hegemónico. Ojalá no esté simplemente tratando de comprar tiempo. Si es así será peor para ellos. El cambio es ya un anhelo aspiracional masivo en la sociedad venezolana y si no cambias, te cambiarán. Pues, similarmente a los que ocurre en Venezuela con la harina, el aceite, o el papel higiénico, tiempo tampoco hay.