Lo que pasó el pasado jueves no debería ser un hecho extraordinario en cualquier país democrático, pero todos sabemos que cuando hablamos de “cualquier país” tenemos que hacer la salvedad con Venezuela, donde los acontecimientos del día a día nos dicen que aquí la normalidad no existe y nos hemos convertido en la excepción a la regla. Ni hablar del carácter democrático, hay sorpresa porque son cada vez menos los espacios de expresión libre, que tiene la oposición para contrastar opiniones con representantes del gobierno. Es precisamente en ese punto donde comenzaremos a hablar de ganadores y perdedores.
Perdió la censura: En los medios del Estado, que ya suman la mayoría, el relato del PSUV se convirtió en la versión oficial, en la “verdad hegemónica”, en el elemento para acusar, juzgar y condenar a quien piensa diferente. Se repite mil veces una mentira buscando se convierta en verdad y cuando se lanza al paredón mediático a alguien el objetivo es uno: lincharlo políticamente hasta quebrarle su integridad moral y emocional. Hasta el jueves y tras dos meses de conflicto quienes no tienen acceso a cable solo habían escuchado una versión de los hechos, la desinformación ha sido vergonzosa y en los medios del Estado cualquier voz que se aleje del relato es desaparecida. Este encuentro le dio una oportunidad de oro a la oposición para romper con el cerco de la censura y hablarle al país en cadena de radio y televisión.
Perdió la mentira: Una derrota que se desprende de la oportunidad que tiene la oposición de hablarle al país sin censura, pero también del propio hecho que significa que sectores que desde hace meses vienen siendo calificados por algunos voceros oficiales como “asesinos y fascistas” hayan sido recibidos en Miraflores y reconocidos finalmente como interlocutores por el gobierno ¿Cómo lee eso el pueblo chavista? ¿Se puede seguir manteniendo el mismo discurso? Deben sentirse contrariados, porque se les ha dicho que la oposición tiene la culpa de los asesinatos políticos en el país y acto seguido son recibidos en Miraflores. Quienes una vez los condenaron, terminan exculpándolos al reconocerlos.
Perdió Diosdado. Se mostró desencajado, quizás porque se encontraba fuera de su zona de confort, que es la Asamblea Nacional, donde hace y deshace a sus anchas. Aquí hasta fue confrontado magistralmente en dos oportunidades, sin posibilidad de cortarle el audio al micrófono de los oradores y amenazarlos con quitarle la inmunidad. Pero su incomodidad iba más allá, siendo representante del ala militar del gobierno no entiende lo que significa escuchar, debatir ni respetar. Para él las cosas no funcionan así, es más fácil amenazar. Por eso cuando habló no dijo nada y cuando se trató de mantener callado dijo mucho más, boicoteando incluso el espacio abierto esa noche a través de twitter. Perdió por tratar de imponer su agenda personal y creer que en política gana el que grita y amenaza más.
Perdió el radicalismo. Aquí nos referimos a quienes desde el gobierno y desde la oposición trataron de dinamitar la reunión, llamando traidores a quienes habían decidido asistir. La reunión fue pública y quedó demostrando que más que negociar posiciones, la noche del jueves se afianzaron las razones para seguir en la calle pacíficamente y organizarse en torno a cambios reales y duraderos. El madurismo también enfrenta a quienes critican la presencia de la oposición en Miraflores, grupos que no entienden cómo después del discurso oficial que los condena, sean recibidos. Solo perdió aquel que sigue con la intención de dividir y crear fisuras, sabemos que del debate al dialogo falta un largo camino que recorrer, pero en nosotros está ser vigilantes para que lo conversado no se lo lleve el viento.