Conquista de la que, si bien se han marginado al considerar que es poco lo que puede esperarse de un lacayo que destruye a Venezuela para entregarle sus ruinas a dos dictadores octogenarios y extranjeros, deja un mensaje a la oposición que ha decidido no perder un segundo en la batalla contra los ocupantes y sus agentes: la dictadura es derrotable, pero solo si las acciones legales y electorales se acompañan con una “permanente” rebelión popular que la desgaste, asfixie y ahogue.
A este respecto, nada más importante que despojar al castrochavismo del ropaje de “dictadura blanda, benigna y benefactora”; que contó, siempre, con el apoyo popular porque “y que” llevó a las mayorías de desposeídos algún alivio en su condición de marginados y excluidos de la distribución de la riqueza, cuando lo que hizo fue empobrecerla más y más, prometerles un futuro donde jamás saldrían de la pobreza (“ser rico es malo” dijo Chávez alguna una vez) y envilecerlos con engañifas para que siempre sufragaran por su “salvador y redentor”.
Lo peor fue, sin embargo, venderles a los venezolanos, y a la comunidad internacional, el contrabando de que su propuesta política y económica (marxistoide y socialistoide) contemplaba un irrestricto respeto a un sistema de democracia constitucional que, en cuanto emanaba de un “acto constituyente” que hizo Chávez aprobar en cuanto tomó la presidencia, trajo el veneno con el que después incautó la independencia de los poderes y destruyó el estado derecho, permitiéndose, a partir de entonces, gobernar al estilo plebiscitario, autoritario y populista.
Encrucijada, en consecuencia, extremadamente compleja y novedosa para la oposición democrática venezolana, que se las vio con un dictador de hecho que jugaba a camuflarse de democrático y granjearse el apoyo de los “bien pensantes” dentro y fuera del país, que aconsejaban ser tolerantes con el tirano.
Es lo que después se ha conocido como “neototalitarismo”, en atención que no se trata de una dictadura stalinista ortodoxa y tradicional, sino de una que busca los mismos fines pero disfrazándose de constitucional y democrática.
No puede afirmarse, sin embargo, que la oposición democrática venezolana tardara mucho en comprender la estratagema -y encontrar la eficacia para enfrentarla-, pues a partir del 2007, bajo la dirección de la MUD, fue ampliando su influencia entre todos los sectores y clases de la sociedad, ganando más y más espacios políticos (8 gobernadores en el 2008, y 70 diputados en el 2010), y el 14 de abril del año pasado derrotó al sucesor de Chávez, Maduro, en unas elecciones presidenciales que se anotó el candidato opositor, Henrique Capriles Radonski,
Pero, paradójicamente, es a partir de este triunfo cuando puede decirse que la oposición (representada en la MUD) inicia una nueva caída en el ascenso que venía experimentando desde el 2007, pues incapaz de demostrar que Maduro había ganado por otro fraude del tenebroso CNE las presidenciales del 2013, y siendo derrotada en las elecciones para alcaldes y concejales del 8 de diciembre siguiente, sufre una especie de electroshock o estado de coma que la conduce a legitimar a Maduro, y reasumir una estrategia de inmovilidad, de la cual se desprende que la única salida es pactar con el “madurato” y esperar por nuevas elecciones que le permitan continuar avanzando… poco a poco.
Lo peor, no obstante, es que el cambio a favor de una coexistencia unilateral con Maduro y sus generales adviene cuando ya se cosechan los efectos del catastrófico modelo socialista de Chávez y el país se cae a pedazos, con un desabastecimiento en productos de la cesta básica que se acerca al 70 por ciento, un 60 por ciento de inflación anual (la más alta del mundo occidental), una depreciación del bolívar en su paridad con el dólar que pasa de los 80 bs X un 1 dólar, y una inseguridad personal que el 2013 cobra la vida de 25.000 venezolanos.
En otras palabras: que el rostro pirata y facineroso del típico estado fallido pero que, además, impone su fracaso a sangre y fuego, empieza a asomar en Venezuela, con el cese del derecho a la libertad de expresión, el acoso con arrestos y causas amañadas de cualquier tipo de oposición, la amenaza de la libreta de racionamiento a la cubana y más y más atropellos a quienes denuncian y se enfrentan a una clásica, típica y ortodoxa dictadura militar que se cubre con la hoja de parra “del socialismo”.
Es en este contexto donde irrumpe en la ciudad de San Cristóbal el 12 de febrero pasado una manifestación estudiantil en protesta porque una compañera de clase había sido violada por agentes policiales, y también donde los cuerpos de seguridad regionales salieron a reprimir con gases lacrimógenos, perdigones, y balas.
Chispa que incendió la pradera seca de la furia nacional, pues en cuestión de horas, días, semanas, toda Venezuela es un solo grito contra la dictadura de Maduro y sus protegidos cubanos, el mamotreto que llaman el “Socialismo del Siglo XXI”, la represión militarista que encabezan connotados generales del “Cartel de los Soles”, la delincuencia organizada y corruptos de todos los pelajes que, bien desde los altos mandos del Estado o de los grupos paramilitares que llaman “colectivos”, saben que destetarse de la piñata petrolera nacional es perderse.
Son dos meses y días en que la dictadura de Maduro y sus generales se lanzó a la calle con guardias nacionales, policías y paramilitares a sofocar la protesta, pero para encontrarse con la sorpresa que, a más gases lacrimógenos, perdigones, balas, muertos, heridos, torturas y encarcelados, se suman más y más manifestantes que pronto hacen una gigantesca oleada que amenaza con envolverlos.
Es una violación masiva de los derechos humanos que ha dejado claro ante la comunidad internacional que Venezuela está en manos de una neodictadura que ha sido obligada a aceptar un diálogo con la oposición para agenciar medidas que eviten que el país se despeñe por una guerra civil.
El diálogo se inició el jueves de la semana pasada, la oposición fue representada por la MUD y después de una segunda reunión es difícil predecir cuáles serán sus resultados y si traerán algún alivio a la crisis nacional que se profundiza y expande.
Los estudiantes se han negado a participar en el diálogo, y aun a avalarlo, alegando que no están dadas las condiciones para que el “madurato” pueda ceder en algo, pero sin que ello evite que, tal como sucedió en los años 1928 y 1958, cuando iniciaron los procesos que dieron al traste con dos dictaduras: la de Juan Vicente Gómez y Marcos Pérez Jiménez el país perciba que, de su coraje, inspiración y patriotismo, salió de nuevo la energía para liberar a Venezuela,