Lapatilla
Escribo esta nota el Domingo de Resurrección, día en que Cristo, quien pasó por el mundo haciendo el bien, venció a la muerte y a las tinieblas, y al resucitar nos abrió el camino hacia la luz y la vida eterna.
La crisis política por la cual atraviesa Venezuela en el momento actual, es la más grave después de los acontecimientos de los años 2001 a 2003. Hay un cambio importante de protagonismos, pues ahora predomina la voz de una generación de jóvenes que protestan en legítima defensa de su futuro, y ya no solo del liderazgo tradicional de los partidos o de los movimientos sindical o gremial, como también de las regiones, especialmente el Estado Táchira.
Como doloroso saldo de más de dos meses de confrontación se registra medio centenar de muertos, y un número mucho mayor de heridos, detenidos y torturados, producto de la represión oficialista, ejecutada por la Guardia Nacional y por las fuerzas paramilitares armadas y auspiciadas por el gobierno.
El régimen se ha visto forzado a instancias de la comunidad internacional, más que por sus propias convicciones, a abrir un diálogo con las fuerzas opositoras representadas en la Mesa de la Unidad Democrática. Para quienes condenan las protestas juveniles, la primera pregunta que cabe es: ¿Habría sido posible este paso, si el gobierno no se hubiese visto forzado por las manifestaciones, a ofrecer un diálogo, al menos de apariencias? ¿No nos muestra la experiencia vivida que el régimen solo reacciona –aunque engañosamente- cuando percibe un riesgo visible a la gobernabilidad, o cuando la opinión pública internacional le es adversa? ¿En otras circunstancias habría sido viable una cadena nacional de radio y televisión para escuchar a voceros de la otra mitad del país?
Más allá de los deseos, pues la mayoría de los venezolanos creemos en medios pacíficos para la solución de los conflictos, es importante evaluar si existe voluntad de rectificación por parte del gobierno. En lo inmediato, sin sorprendernos, hemos escuchado al copresidente Diosdado Cabello, nuevo líder del ala radical del régimen, manifestar que no está planteada negociación alguna sobre el modelo de gobierno, sino tan solo escuchar a la oposición y, sin decirlo, que se desmonten las protestas. Así, en simultáneo con las primeras reuniones celebradas, se lanzaron duras descalificaciones contra Henrique Capriles, Leopoldo López, María Corina Machado y otros dirigentes, y se negó la posibilidad de amnistía o indulto a los presos, perseguidos o exiliados políticos.
Si algo es consustancial a una negociación entre fuerzas antagónicas en medio de una crisis, es abrir el juego a posibilidades de cambio, es especial del factor generador de la crisis. Así lo demuestran experiencias históricas como la paz en Irlanda del Norte, el desmonte del apartheid en Sudáfrica, las guerras en Centroamérica, la negociación con las FARC en La Habana, o las transiciones políticas en España y Chile.
En el caso venezolano, hay que recordar experiencias vividas en estos largos 16 años del régimen en el poder, en los cuales nunca ha existido disposición para reconocer a la otra parte como adversarios sino como enemigos políticos, ni vestigio alguno de intento de aglutinar a la nación y gobernar para ella, sino fracturar, dividir e imponer, salvo que la oposición acepte subordinarse. Lo demuestra así la falta de concertación en la redacción de la Constitución de 1999 en el seno de la Asamblea Nacional Constituyente, y en los hechos posteriores a su aprobación, pues entre una Constitución y otra se vulneró la nueva Carta Magna en cuanto a la integración de los Poderes Públicos, para conculcar su independencia y someterlos al Poder Ejecutivo.
Más tarde, viví desde la Presidencia de Fedecámaras en 2001, un frustrado intento de diálogo, cuando de manera genuina y persistente plantee al Presidente Chávez la necesidad de abrir espacios de debate, más allá de las diferencias, lo cual habría permitido un enfoque más inclusivo, y hasta importantes cambios de orientación, sin llegar a la confrontación. Pero el resultado fue de imagen, al aceptarse constituir un grupo de trabajo que presidió el Ministro Giordani, pues al final se impusieron los 48 Decretos Leyes mediante Ley Habilitante en noviembre de 2001, lo cual llevó a la ruptura de dicho acercamiento, y al primer paro nacional que me correspondió liderar en diciembre de 2001.
Igual pasó con el tenaz intento de diálogo respecto del futuro de PDVSA y al rechazo a su politización en el 2002, factor clave en el desencadenamiento de la crisis política de abril de ese año. Y así podríamos seguir enumerando, sin olvidar el fracaso de la mesa de diálogo abierta tras la crisis del 11 de abril, y del intento de concertación política de 2004, en el cual sirvió de facilitador el Secretario General de la OEA César Gaviria, bien reseñado por el columnista Carlos Blanco en su entrega del 20 de abril de 2014.
Es obvio que todo diálogo entre contendores plantea condiciones, pues lo contrario sería una aceptación sumisa de reglas impuestas por la otra parte. En el momento actual, para generar bases de confianza, es necesaria la inclusión en la mesa de otros grupos opositores, en especial los estudiantes; la liberación de los presos políticos; el cese de la represión; el desarme de los colectivos y la incautación de armas en manos de la población; el reconocimiento del derecho a la protesta; la designación de los integrantes del Poder Público con períodos vencidos conforme a las previsiones constitucionales; la restitución de Alcaldes y Parlamentarios destituidos ilegítimamente; un compromiso serio de lucha contra la inseguridad y la corrupción; el cese del acoso a la iniciativa privada; el respeto a la libertad de expresión, con límites a la hegemonía informativa del Estado; la asignación de recursos a las Universidades públicas, hoy asfixiadas presupuestariamente; la independencia del Poder Judicial; la garantía de elecciones limpias, con equidad; el cese de la ideologización de la educación primaria y secundaria; la “descubanización” de la nación, y rectificaciones que impidan la inminente bancarrota económica del Estado.
En fin, cambios que permitan un reencuentro nacional y abran el camino a un futuro de paz y progreso, y que contengan la grave diáspora que descapitaliza al país de lo mejor de su talento humano, como consecuencia de la frustración, la falta de oportunidades, y el empobrecimiento de la clase media.
Está pues por demostrarse si en esta oportunidad se darán condiciones para un diálogo sincero, y en ello, el gobierno tiene la palabra. Las experiencias del pasado obligan a estar alerta para no caer en el juego de la ya conocida táctica oficialista de propiciar diálogos para desmovilizar a la oposición, hacer creer al mundo que se han resuelto los problemas, y luego, alcanzados sus objetivos, salirse con las suyas con promesas incumplidas, aunque la verdad sea dicha, no se ha hecho ninguna en el presente, como no sean las consuetudinarias e implacables amenazas contra la disidencia.
http://pcarmonae.blogspot.com/2014/04/sinceridad-en-el-dialogo.html