No es poca cosa que, a un año en el poder, los venezolanos piensen mayoritariamente de esa manera sobre el personaje al que le ha correspondido, por circunstancias bastante inciertas, dirigir el país. No podía ser de otra manera cuando el 74,8% de los encuestados por IVAD está de acuerdo que “en el país se vive una crisis económica“ y el 77,4% que “se vive una crisis política”. Vivimos una ruda ingobernabilidad que revienta en Maduro. El difunto, acabó con el teflón.
Se puede comprender que esa idea estuviera en la mente de la gente opositora, pero resulta sorprendente que también esté instalada en el pensamiento de gran parte de los seguidores de la revolución. No solo en la base social sino muy especialmente en la propia nomenklatura roja.
En el sórdido mundo de ministros, gobernadores, alcaldes, diputados y burócratas del PSUV y sus aliados son comunes las burlas y denuestos contra Maduro. Es muy amplia la convicción sobre su incapacidad para gobernar. No por ser un ex-autobusero, oficio en el que por cierto solo se distinguió como reposero, sino porque en efecto no da pie con bola en nada de lo que hace. Por supuesto, en un país en el que el restablecimiento de la confianza es la condición base para recuperar el crecimiento económico y las instituciones democráticas, siempre será indispensable que su primer magistrado sea el primero en generar confianza. No es el caso de Maduro.
Para recuperar la economía habría que cambiar el fracasado modelo socialista, comenzando por salir del atajo de incapaces que tiene en el gabinete. Pero ni eso está en capacidad de hacer. Es incapaz de salir de Giordani, de aventar lejos a Merentes ni mucho menos patearle el trasero a Ramírez. Parece un cero a la izquierda.