El pasado domingo 4 de mayo nuestra madre, Hilda Altagracia Paz Galarraga de Álvarez, estaría cumpliendo 100 años de existencia. No vivió en vano. Sus enseñanzas y su ejemplo nos han guiado en el largo camino de la vida pública y privada.
Hemos tratado de ser fieles a valores y principios sembrados en la casa materna, sometidos a severas pruebas en las altas y en las bajas de las batallas libradas. Junto a nuestro padre, prematuramente fallecido, dejaron en nosotros huellas imborrables de dignidad y coraje, tan necesarios en estos tiempos de peligrosas incertidumbres y de dobleces insólitas.
Esa formación básica nos lleva a ser radicales en la situación actual de Venezuela. Ser radical es ir a la raíz, a las causas, de los problemas, sin descuidar las consecuencias pero sin dejarnos condicionar por ellas. Desde esta perspectiva, el problema mayor de Venezuela es el régimen existente. No habrá solución al detal mientras este gobierno exista. Para la tarea de la reconstrucción nacional es indispensable un cambio radical que deberá empezar por la cabeza.
Frente a este criminal proceso de anarquía y destrucción ideologizados hay que abandonar los paños calientes y apelar al hierro de los cirujanos, antes de que sea demasiado tarde. No es tiempo precisamente, lo que está sobrando. Venezuela tiene solución. Hay planes, proyectos, programas y gente preparada para conducir el proceso. Los problemas son primarios y las soluciones también. Existen. Lo que no puede fallar es la voluntad política para impulsar el cambio necesario en el menor tiempo posible.
Es hora de arriesgarlo todo y subir la apuesta al máximo. Con el objetivo claro no es necesaria mucha gente para alcanzarlo, tampoco excesos innecesarios de valor. Deberán ser personas justas, de esas que por el sólo hecho de estar, le dan trascendencia y seriedad histórica a las acciones. El sacrificio del estudiantado y el valor de sus luchas, no pueden perderse.