Este no es el diálogo que el país esperaba. A un mes de su inicio, nada indica que ocurrirán rectificaciones de fondo; no al menos en esta etapa. Ni siquiera la desesperación de la gente ha conseguido suavizar la soberbia del régimen: día tras día, sus autoridades demuestran que han perdido todo contacto con la realidad. El poder y sus usufructuarios viven en un mundo aparte, en un circuito cerrado donde las calamidades de los ciudadanos son historias lejanas.
Transcurridas estas cuatro semanas, los venezolanos han constatado que la convocatoria no ha sido más que un truco de Maduro en procura de ganancias inferiores, que no guardan relación alguna con la vida apesadumbrada del pueblo de a pie. El fracaso es tan monumental que hasta las ganancias contabilizadas en su favor están siendo relativizadas en los laboratorios del “proceso”, donde las dudas escalan los peldaños más altos, ante la ominosa ineficiencia del Estado bolivariano. Ni los gestos de buena voluntad expresados por los empresarios y la oposición dialoguista han sido aprovechados: el desastre tiene vida propia, como la tiene el desencanto y el malestar extendido entre la población.
Una mirada al cuadro completo que presenta la Venezuela de hoy nos advertirá que no es cierto que Maduro haya logrado atenuar la crisis, porque ella es expresión de un conflicto social cuya evolución sigue su curso letal. Las tensiones que forzaron el diálogo no sólo siguen palpitando con fuerza, sino que se han incrementado al ritmo en que se diluye el anhelo de un cambio de rumbo. Poco a poco el país asimila que es la irresponsable terquedad de “la sucesión” lo que nos ha empujado hacia el precipicio.
El fracaso que la gente le adjudica al diálogo, por causa de la altanería de la nomenclatura, se añade ahora a las otras muchas frustraciones acumuladas; un desengaño que les confirma el origen de esta pesadilla en la que se mezcla el empobrecimiento vertiginoso de todos, la limitación de los más elementales derechos civiles y la represión monstruosa que condena a nuestros estudiantes a ocupar en las cárceles el lugar que corresponde a las delincuencia enseñoreada, cuando no a sus propios carceleros.
Esos cientos de jóvenes detenidos y esos casi dos mil que la revolución procesa judicialmente, tienen millones de dolientes que están viendo cómo se patea la mesa de diálogo en la que más de un 80% de venezolanos ha puesto sus esperanzas… Pero se trata de una prueba de resistencia; de un duro pulseo para atribuirle al contrario el costo que significaría levantarse. Por suerte, el país sabe que es Maduro quien escurre el bulto, que es él quien trata de abortar la visita de Parolin, enviado especial del Vaticano. También en el diálogo, el que se cansa, pierde.