El brillante trabajo que han realizado periodistas y reporteros gráficos durante las intensas protestas que llevan más de dos meses en Venezuela debe ser elogiado y protegido. No es una labor sencilla captar las imágenes que han dado la vuelta al mundo. Este testimonio del fotoperiodista @sincepto captura parte de lo que el llama EL VIDRIO QUE NO EMPAÑA EL GAS NI DERRITE EL FUEGO.
Un grupo de aguerridos fotógrafos encabeza una marcha política. Toman esa posición durante unos cinco minutos antes de atomizarse entre la multitud que avanza avasalladora, que emana clamores de libertad.
Hay un preámbulo de fatalidad que envuelve a estos reporteros gráficos.
La respiración es contenida tras una máscara antigás, la adrenalina hace efervescencia en la sangre y un presentimiento perfectamente tangible galopa en el ritmo cardíaco.
Algo va a pasar.
Un grupo de encapuchados empieza a lanzar piedras, botellas, cocteles molotov y pirotecnia hacia el piquete de la Guardia Nacional (GN), que va tomando espacio lento pero con firmeza. Un manifestante, ojos encendidos en ira y voz autoritaria me ordena que le ayude a encaramarse en el techo de un kiosco. Me excuso, no puedo, no puedo involucrarme.
La GN hace caer una tormenta de gas lacrimógeno, ámbito nublado y tóxico que es agujereado por perdigones a alta velocidad que van a impactar a quién sabe cuál manifestante enardecido, cuál transeúnte envuelto en la mala hora, cuál periodista signado por la mala suerte este día.
Corro, como alma que lleva al diablo adentro, detrás de la avanzada férrea de la GN, unas cuadras más adelante. El grupo de efectivos militares rodea y doblega a unos cuarenta estudiantes o más, los cerca y a empujones y codazos intenta dispersar a la prensa.
La prensa ahora es presa también de dos granadas de humo lacrimógeno que sueltan los militares en medio del pandemonio.
Rostros de agonía, gritos de súplica y desesperación, sangre, heridas, miradas iracundas, escopetas que apuntan y manotazos crean un torbellino de hostilidad, en torno al cual, el vidrio de los lentes de las cámaras gira e intenta penetrar para obtener una gráfica.
Hay que deshumanizarse, no por completo, pero sí hasta el punto en el que el dolor, la desesperación y la agonía mezclada con violencia y sangre no sean más que elementos de composición que se vuelvan un mensaje elocuente registrado en los tres colores primarios, las figuras geométricas naturales ordenados en un plano, un enfoque y un encuadre fotográfico que será difundido y viralizado un tiempo después.
Esa sensación de fatalidad está latente y oprime el pecho del fotógrafo que aún tiene en la garganta la sensación de que algo va a pasar.