Me atrevo a escribirte así, cercano y sin formulismo, porque sé que eres un pastor próximo. Te escribo desde Venezuela porque sé que estás pendiente de nosotros y has puesto al Nuncio al servicio de nuestra paz. Te escribo, además, porque siendo Argentina tu patria de nacimiento, seguramente se te hará más fácil entender nuestras contradicciones: un país muy pobre en medio de extraordinarias riquezas, un país lleno de vida en el que la muerte se ha vuelto cotidiana, un país cuyo gobierno se define a sí mismo como “cívico-militar” y en el que las fuerzas militares reprimen sin respeto alguno por los Derechos Humanos.
Explicar Venezuela al que no la ha vivido desde la cotidianidad de estos últimos 16 años resulta difícil, pero en síntesis: un sistema que insurgió en contra de la corrupción, la injusticia y la pobreza, se ha convertido en el más corrupto, arbitrario y empobrecedor de nuestra historia (esto último particularmente grave si se tiene en cuenta que nunca había contado Venezuela con tantos ingresos por la venta del petróleo). Nos rige, hermano Francisco, un gobierno para el cual todo el que piensa diferente es fascista y que afirma esto mientras constituye grupos armados, al margen de la legalidad, para disparar en contra de gente desarmada que protesta, mientras encarcela sin juicio y allana sin autorización. Un gobierno que se dice democrático y se declara enemigo de la mitad del país que no votó por él.
Nuestra nación tiene la inflación más alta del mundo y Caracas es la tercera ciudad más peligrosa del planeta. La inseguridad nos asesina, la gente no consigue muchos alimentos de primera necesidad, porque nuestra economía esta devastada. El descontento ha ido tomando la calle. Los estudiantes han sido los abanderados de la protesta. En todo el país la respuesta ha sido una cruel represión, como pocas veces se había visto en nuestra historia. En 3 meses de protestas más de 40 personas han fallecido, más de tres mil encarcelados, algunos de ellos torturados.
Querido Santo Padre: si alguien quisiera escribir un manual de cómo transformar una esperanza en un desastre tendría que estudiar el caso venezolano. La situación está tan difícil por aquí, que hasta los humoristas hablamos en serio. El miedo, la intolerancia y la violencia se han apoderado de nosotros. En este contexto se ha iniciado un proceso de dialogo en el cual el Nuncio de S.S. ha tenido un destacado papel. Sin embargo el dialogo se ha suspendido porque nos sentimos como aquel rabino que en el Muro de los Lamentos oraba a Dios por la paz en Venezuela e increpado por los efectos de su oración respondió: “¡es como hablarle a una pared!”.
Bueno, hermano Francisco, era para agradecer por las gestiones por la paz. Lamentamos haberle hecho perder tiempo al Nuncio, que siendo conocedor de Nietzsche habrá recordado aquella frase del filósofo alemán que tanto aplica a nuestra primitiva visión de la política: “un político divide a la humanidad en dos clases: los instrumentos y los enemigos”. Por lo demás, encomiéndanos en las oraciones y échanos la bendición a ver si el Espíritu de la iluminación vuela sobre nuestras cabezas en Pentecostés y nos ayuda a entender que Venezuela -como diría Cabrujas- todavía no se ha inaugurado y que esos muchachos, Santo Padre, que llenan hoy nuestras cárceles, como los primeros cristianos en su tiempo, lo están haciendo y no habrá Imperio Romano que pueda detenerlos.