Los acontecimientos políticos de Tailandia siguen las reglas de la tragedia clásica. El país se debate en una lucha de poder de dos bandos antagónicos que no están dispuestos a transigir. Desde hace meses, una crisis sigue a la otra: manifestaciones masivas, disolución del Parlamento, elecciones anticipadas anuladas, destitución de partes del gobierno por decisión del Tribunal Constitucional. Cada presunta solución no ha hecho sino adentrar aún más al país en el callejón sin salida.
El ejército impuso el martes (20.05.2014) la ley marcial. Ahora puede censurar la prensa. Diez estaciones privadas de televisión con agendas políticas han sido acalladas. Además, los militares están facultados para realizar allanamientos sin orden judicial, imponer toques de queda, prohibir manifestaciones, detener sin orden de arresto a sospechosos y retenerlos siete días sin presentar cargos en su contra.
El jefe del Ejército, Prayuth Chan-Ocha, subraya al mismo tiempo que no se ha llevado a cabo un golpe militar. Afirma que solo se trata de resguardar la ley y el orden. El gobierno provisional sigue en funciones.
Independientemente de los motivos velados de los militares y de la discusión académica sobre si se trató o no de un golpe, resulta claro que el modelo de democracia de Tailandia ha vuelto a fracasar.
Desde 1947 se han producido en el país 18 golpes militares. La Constitución democrática ha sido reformulada continuamente. Tailandia carece de una cultura democrática. El país está dominado por estructuras feudales. Sectores influyentes de las élites políticas no aceptan las elecciones como medio de expresión de la voluntad política. Instituciones como la Justicia no son independientes, sino que están profundamente involucradas en las luchas de poder. La libertad de prensa esta fuertemente restringida. La ley de lesa majestad prohíbe la libre expresión de opiniones relativas a la Casa Real, de gran influencia política, y se utiliza continuamente para silenciar a los opositores. En la política tailandesa con frecuencia se intenta neutralizar a los adversarios en lugar de vencerlos en una competencia leal. En consecuencia, los bandos son irreconciliables.
En suma, ninguno de los pilares importantes para una democracia es sólido: ni las elecciones libres ni el principio de las mayorías son reconocidos; la oposición no es respetada; la Constitución se reformula permanentemente y la libertad de opinión se ve amenazada.
Los últimos acontecimientos son trágicos, porque casi nadie en Tailandia está a favor de que gobiernen los militares. Menos que nadie el ejército, porque sabe que no está en condiciones de administrar un Estado moderno. Los militares también tienen claro que no pueden resolver los problemas políticos.
Para que pueda producirse el nuevo comienzo político que se necesita con urgencia, debe superarse primero la mentalidad que divide a la gente entre amigos y enemigos. Pero esto no se podrá lograr con las actuales élites. La mejor oportunidad para Tailandia radica en un cambio generacional, siempre y cuando la próxima generación no haya perdido por completo la fe en la democracia.
Publicado en DW