La Copa del Mundo cuesta a los contribuyentes brasileños más de 11.000 millones de dólares, un monto que ha encendido indignadas protestas y alentado a los economistas a sacar nuevos cálculos para responder una vieja pregunta: ¿vale la pena ser el anfitrión de un megaevento deportivo?
Los manifestantes que han salido a las calles, a veces de manera violenta, aseguran que hubiera sido mejor gastar ese dinero en educación, salud y transporte, áreas donde la brecha entre ricos y pobres es mayor en este gigantesco país de 200 millones de habitantes.
Pero el gobierno afirma que ser el anfitrión del torneo va más allá de la construcción de estadios y la fiesta.
“La Copa no es una panacea económica sino un catalizador para el desarrollo brasileño”, dijo el ministro de Turismo, Vinicius Lages. “Fue un factor clave para que Brasil finalmente comenzara a modernizar su infraestructura”, dijo a la AFP.
Predijo que el evento inyectará unos 13.600 millones de dólares este año a la economía brasileña, la séptima mayor del mundo, gracias a la marea de turistas extranjeros y domésticos esperados en los partidos.
Y luego está el impacto a largo plazo.
El Mundial “tendrá un sorpresivo efecto en cascada en las inversiones”, sostuvo un informe de la consultora Ernst & Young y la Fundación Getulio Vargas (FGV), en 2012.
El informe estimó que el Mundial y los Juegos Olímpicos de 2016 en Rio de Janeiro pueden crear entre ambos 3,6 millones de empleos y agregar cuatro puntos porcentuales por año al crecimiento económico hasta 2019.
– Lógico en política, absurdo en economía –
Pero los expertos no son unánimes.
En marzo, un informe de la agencia de calificación Moody’s pronosticó que la Copa del Mundo tendrá un efecto insignificante en la economía, dado el magro crecimiento que el país registra desde 2011.
Los estudios muestran que las extravagancias deportivas generan pocas ganancias financieras a largo plazo, sostiene Wolfgang Maennig, profesor de Economía de la Universidad de Hamburgo, en Alemania.
“Para Alemania (en el Mundial de 2006) había altas esperanzas pero al final la gente dijo, ‘Gran evento, muy divertido, pero ¿ganamos financieramente? No'”, dijo.
Maennig, campeón olímpico de remo en 1988, sostuvo que la decisión de Brasil de construir nuevos estadios mundialistas en ciudades sede sin tradición futbolística, como Manaos o Cuiabá, es “políticamente comprensible pero absurda en puros términos económicos”.
Y hay costos imposibles de calcular. Si se repiten las protestas de la Copa Confederaciones en junio de 2013, podrían anular toda ganancia financiera al dañar la imagen de Brasil.
Se espera que unos tres millones de brasileños y 600.000 turistas extranjeros asistan al Mundial, que se disputa en 12 ciudades sede del 12 de junio al 13 de julio, con un gasto estimado de 2.500 dólares cada uno.
Si todo sale bien, la Copa puede ayudar a Brasil a impulsar el turismo.
A pesar de sus múltiples atractivos -desde la mayor selva tropical del mundo hasta sus fantásticas playas oceánicas, pasando por el Carnaval- el país solo recibió seis millones de turistas el año pasado. La Torre Eiffel, sola, recibió dos millones de turistas más.
– A la brasileña –
El profesor Rafael Alcadipani, especialista en la Copa del Mundo de la Fundación Getulio Vargas, recordó las dificultades que atraviesa la economía brasileña, lejos del clima optimista de cuando Brasil conquistó el derecho a organizar la Copa hace siete años.
“Entonces (en 2007), parecía que Brasil estaba finalmente emergiendo. Pero la gente subestimó los costos, el dinero público lanzado a los estadios, con un valor de largo plazo dudoso”, dijo a la AFP. “Creo que un evento más modesto y concentrado (en menos ciudades sede) daría un mejor resultado”, estimó.
La presidenta Dilma Rousseff, que se juega la reelección en octubre, dice que los brasileños deben abrazar el legado de inversiones ligadas a la Copa, aunque muchas estén en etapa embrionaria.
“Nadie que venga aquí va a poner los aeropuertos, puertos, esquemas de movilidad urbana, estadios, en sus valijas cuando se vayan. Este es nuestro legado”, insistió.
Sergio Bampi, experto en logística de la Universidad federal de Rio Grande do Sul en Porto Alegre, una de las ciudades sede del Mundial, urgió por su lado más realismo. “Lo que mucha gente no se da cuenta es que Brasil hace las cosas a su manera. Esto no es Europa”, dijo a la AFP.
AFP