La circunstancia de que la centro izquierda y la centro derecha disputen los primeros lugares es reflejo de la personalidad política adquirida por la Europa de post-guerra. El probable aumento de la participación tiene, a su vez, origen en razones sociales y políticas.
Por una parte, las elecciones europeas suelen ser usadas como protesta frente a problemas ya congénitos (desocupación, inflación, migraciones). Por eso no extraña si segmentos electorales que en comicios nacionales tienden hacia el centro, en los europeos voten por los extremos.
Por otra parte, las elecciones del 2014 están dominadas por el tema Ucrania y la política del gobierno ruso es considerada por muchos electores como anti-europea. Por primera vez desde la Guerra Fría –es opinión general- Europa está siendo políticamente desafiada desde fuera de sus fronteras.
Pero más allá de los motivos que dominarán las elecciones, el tenor imperante en discusiones y foros puede ser resumido en una pregunta: ¿Cuál es la Europa que queremos?
Siguiendo con atención las discusiones es posible advertir que en casi todas ellas aparecen tres alternativas: La de una Europa liberal y social, la de una antigua Europa, y la de una Europa global.
La Europa liberal adscribe a los principios de la revolución francesa, ya potencialmente contenidos en la Carta Magna inglesa (1212): Defensa de los derechos humanos, secularización de la política, separación de poderes. A dicha base originaria han sido agregados otros derechos como la igualdad de los sexos, el respeto por las diferencias de opinión, religiosas y sexuales y, más lentamente, derechos ecológicos. Del mismo modo, los movimientos obreros del siglo XlX y XX enriquecieron la plataforma liberal agregando derechos sociales de modo que hoy podemos hablar de una Europa no solo liberal, sino, además, social.
Ralf Dahrendorf, ese gran europeísta liberal, hablaba del “pacto social-demócrata”. Con ello no solo se refería a los partidos socialistas, sino a un consenso defendido por conservadores, liberales y socialistas, consenso representado por “el Estado del Bienestar” de origen escandinavo, o por “la economía social de mercado” de origen alemán. Y bien, si escuchamos las alocuciones de Schulz y Juncker, notaremos que con relación a esos puntos las diferencias son mínimas. Algo más social, Schulz. Algo más liberal, Juncker.
La Antigua Europa en cambio, ha sido defendida por grupos ultra-conservadores. En lo económico abogan por el regreso a los sistemas monetarios locales. En lo político por un reforzamiento de los estados nacionales. En lo social por una radical restricción de las migraciones, sobre todo desde los países islámicos. En lo cultural, por la defensa de la familia tradicional, en contra del aborto, por la marginación de los homosexuales y por valores morales de origen cristiano medieval.
El problema actual es que muchas banderas ultra-conservadoras han sido retomadas por grupos de la extrema derecha populista. Peor aún: hay gobernantes europeos que las enarbolan. Cuando el presidente Urban afirma: “Hungría no es un país europeo”, sus palabras son escuchadas con deleite no solo por los miembros del partido nazi húngaro Joccik, sino también desde Rusia, cuyo presidente defiende principios similares. Para gobernantes como Urban y Putin la Europa moderna está amenazada por la disgregación cultural, religiosa y moral. La virilidad ha cedido el paso a las aberraciones sexuales, la familia y la patria ya no cuentan, todo es relativo. En fin, Europa es, para ellos, decadente. O está “judaizada”, o está “islamizada”, o está “norteamericanizada”.
¿Puede extrañar que sectas proto-fascistas como el partido neo-nazi alemán (NPD) hayan convertido la foto de Putin en icono electoral? Y no sin razón dijo en la televisión un agudo periodista francés: “los principios del “lepenismo” francés son los mismos que los del “putinismo” ruso”. Eso no quiere decir que ambos van a unirse. Mas, el peligro existe.
No obstante, si los defensores de la “Antigua Europa” alcanzan resonancia, no ocurre gracias a su capacidad política. Si avanzan es porque han encontrado un espacio vacío. Ese espacio les ha sido regalado por los tecnócratas defensores de una Europa global. Dichos tecnócratas pululan en todos los partidos importantes. De acuerdo a ellos la tercera Europa no es más que una pieza virtual ubicada en el espacio del mercado global. De lo que se trata es de aumentar los índices de crecimiento y productividad. De ese modo, los problemas políticos se resolverán por sí solos. La receta es evitar todo tipo de conflicto, sea nacional o internacional, practicar un abstencionismo político con respecto a cualquier bloque internacional y no tener enemigos externos. En otras palabras, así como Platón pensaba que la política debía ser dirigida por filósofos, los tecnócratas piensan que debe ser dirigida por banqueros.
El ex ministro del exterior alemán Joschka Fischer dándose cuenta hacia donde puede conducir la lógica de la tercera Europa, la del “economicismo tecnocrático”, ha escrito a favor de una independencia energética (sobre todo con respecto al gas ruso) y por una mayor autonomía financiera de Europa con respecto a USA y China.
La economía nunca dará lo que la política no presta. Interesante en ese sentido es mencionar que en Holanda, uno de los países con menos problemas económicos, el partido del xenófobo Geert Wilders, pese a su derrota del 22 de Mayo, está muy, pero muy cerca del poder.
Schulz y Junker han mostrado interés por una Europa liberal y social. Lo que no han dicho es que esa Europa no fue un regalo del cielo. Fue, por el contrario, conquistada a través de largas luchas. Creo que pronto llegará el momento de defenderla.