Cuanto he tomado por victoria es sólo humo.
Rafael Cadenas (Fracaso)
Lo mismo de lo mismo y su redundancia
Lo único que me impresionó del último episodio del reality show madurista titulado “el magnicidio” fue el aspecto físico de Jorge Rodríguez: se pudre.
Todo lo demás fue secundario: libreto previsible y anticipado, correos electrónicos falsos, burdamente escritos, torpeza semántica y escasez intelectual. Personajes -¿villanos?- archi conocidos, otra vez los mismos. Trama caricaturesca y otra aburrida escenografía de juicio final.
Repitió, como era de suponer, el “Alto Mando Político” de multimillonarios y corruptos chavistas (faltó Pedro Carreño quien aseguran hacía de camarógrafo), soldados insignes de la Revolución -francesa- Cartier y Louis Vuitton que se lleva a cabo en Venezuela, acusando, como bochornosos jacobinos, desde el único campo de batalla que conocen: la televisión.
La misma cursilería acartonada y el mismo dramatismo bobalicón de los guerreros del “cámara y acción”, otra vez.
Hasta Rodríguez Torres retorciéndose de pena, esquinado y a la sombra, ninguneado como lo que es: un despreciado asesino en serie del show revolucionario, resulto previsible. Su novela conspirativa, la “fiesta mexicana, de la que soy el principal mariachi, se desvanecía ante este nuevo delirio, mientras se estremecía de incredulidad y disgusto en su rincón.
Una repetida estafa televisiva en la cual la frase “lo mismo de siempre” adquiere una melodramática envergadura histórica.
Así es cómo se gobierna: en un teatro, en una tarima, como idiotas oficiantes del mismo y redundante show de televisión.
Todo fue secundario en ese episodio, insisto, menos el pavoroso aspecto físico de Jorge Rodríguez.
Esa sí fue una sorpresa.
La metamorfosis de Jorgito
Fiel reflejo de su podredumbre moral, la desfiguración del niño pervertido del chavismo, Jorge Rodríguez, es un espectáculo aparte, sólo digno para un tratado de psiquiatría: “Del cómo la putrefacción psicológica pudre un cuerpo”.
No existen palabras para describir lo que nuestros ojos han visto. Estamos ante un caso de metamorfosis para nuestro insólito universo: el hombre que devino hiena ante las cámaras de televisión.
Kafka lo escribió; el chavismo lo protagonizó.
Ni Maduro -que gradualmente se va convirtiendo en un mastodonte- ni Cabello que ha desfigurado en chistoso orangután causan tan mala impresión y repulsión -escénica, quiero decir, no se me mal interprete- como la metamorfosis de Jorge Rodríguez.
Es abrumador, es espeluznante.
En México suelen celebrarse ferias populares donde uno encuentra prodigios sobrenaturales: vacas con tres cabezas, niños lobo, serpientes emplumadas, chupacabras. Pienso que Jorge Rodríguez encontrará empleo en una de esas ferias cuando la parafernalia madurista llegue a su capítulo final. Con que muestre su dramática transformación física desde que fue un oficiante del Consejo Nacional Electoral (CNE) hasta la descompuesta hiena de dos patas que ha llegado a ser en nuestros días, le bastará para ganarse un empleo.
No quiero pecar de cruel ni valerme de este panfleto para ironizar sobre el deterioro físico de Rodríguez, no soy capaz de semejante crueldad, aquí sólo funjo de crítico de televisión o de teatro, tan sólo evalúo -con modestia- la exagerada degradación de uno de los personajes más destacados de la tragicomedia.
Es estética mi crítica; no es política ni científica. Ellos son revolucionarios -franceses- Cartier y Louis Vuitton; yo tengo el derecho de ser un torpe y panfletario seguidor de Voltaire, sus cándidos, sus optimistas y, claro, sus acerbas críticas a los pobres diablos.
Por eso pregunto desde el punto de vista estético: ¿no podrán encontrar un personaje menos repugnante que el pérfido Jorgito para desempeñar el papel de sumo pontífice de la revolución?
El fracaso inclemente
Como sociedad hemos fracasado, somos un mal chiste histórico, estamos desnudos, relegados a los rincones, negados a los éxitos, se nos niega una salida.
Nuestros oficios no son magnicidas, son suicidas.
Una delirante soberbia nos ha entregado a la nitidez del desierto (mundial) y mientras canto a coro junto al maestro Cadenas y su poema “Fracaso”, me obligo a mí mismo a levantarme del escepticismo.
Es difícil, pero lo haré. Si no me despabilo, si no nos despabilamos, nuestra tragedia será irreversible.
Como crítico del espectáculo madurista, como víctima de su vulgaridad y corrupta ineptitud, me obligo a renacer del dolor y enfilar mi indignación con valentía. Si no actuamos como venezolanos, si no actúo, el fracaso será inclemente.
El que lo único que me haya impresionado del último episodio del reality show madurista haya sido observar cómo Jorge Rodríguez se pudre moral y físicamente es una alarma. Hemos perdido hasta la capacidad de asombro.
¿Qué sigue en una nación después de tanta infamia, tiranía y crueldad? ¿Ser los prodigios naturales de la feria popular mundial?
¿Queremos que “eso” sea Venezuela?
Yo no ¿y tú?
¡Luchémos!