Víctor Vielma Molina: El miedo a perder la libertad

Víctor Vielma Molina: El miedo a perder la libertad

Víctor Vielma Molina

Sin lugar a dudas, Venezuela está padeciendo todas las características de un régimen totalitario. Totalitarismo, que con todo y su camuflaje de revolucionario, está fracasando de manera vertiginosa. Su autodestrucción, es similar a lo ocurrido en otros países del mundo donde apareció. Y en su aparatosa caída se carga de víctimas y deja al país en la más destructora crisis política, que por su gravedad, no tiene precedentes en la historia del país.

Este totalitarismo antieconómico, más que marxista, es una mescolanza del leninismo y maoísmo, entendida al estilo de Fidel Castro. Que por añadidura, está sustanciada con “ciertos” vestigios de caracteres propios del fascismo italiano de Benito Mussolini y del nazismo de Adolf Hitler. Que entre otras cosas, tiene la misión de dominar a la gente mediante el implante del miedo. Y lo peor, (aunque este término duela a algunos irredentos de poder), el madurismo, en su (destacada) “lucha contra la guerra económica de la burguesía”, desconoce, por omisión o por desinformación, las teorías de los más recalcados clásicos de la economía mundial o de la filosofía política.

Así es como debilita a la moneda, impulsa el contrabando de extracción, obstaculiza el tránsito de divisas, admite la corrupción, produce la escasez de productos de primera necesidad e incrementa políticas inflacionarias. Puesto que, sin el más ligero tino, la obvia; porque ni siquiera acata, a la más elemental de sus recomendaciones.
Si empezamos por lo básico, el mismo Nicolás Maquiavelo (1469-1527), en su adelantada y reconocida obra El Príncipe (1513), toma a la economía, como un don importante para mantener el poder y establecer un gobierno exitoso.

Y en torno a ello, nos advierte: “Un Príncipe, (…) se vuelve odiado al ser rapaz y al interferir con la propiedad y con las mujeres de sus súbditos, antes que de cualquier otra forma. De esto, por lo tanto, debería abstenerse. Mientras que ni su propiedad ni su honor sean tocados, la masa de la humanidad vive contenta, y el Príncipe tiene tan solo que enfrentarse con la ambición de unos pocos, lo que puede hacer de varias maneras y la que puede ser mantenida fácilmente dentro de sus límites.”

Y, más adelante agrega: “Debe en consecuencia estimular a sus súbditos al permitirles seguir con seguridad sus vocaciones, ya sea mercantiles, agrícolas, o cualquier otra, por lo que este hombre no debería ser disuadido de embellecer sus posesiones, ni tener aprehensión de que las mismas le pudiesen ser arrebatadas, o que otro se abstenga de abrir un comercio por temor a los impuestos; y debería proporcionar estímulos para aquellos que deseen emplearse, y para todos los que estén dispuestos de alguna manera a sumar a la grandeza de su ciudad o estado.”

Más adelante, en la plenitud del siglo XVIII, casi con la misma intención y recomendación del florentino, el escocés Adam Smith (1723-1790), en su obra: La Riqueza de las Naciones (1776), retoma a la economía, como herramienta importante para tener éxito en el poder. Y como tal, nos deja el siguiente legado: “El comercio y las manufacturas rara vez pueden florecer por mucho tiempo en cualquier estado que no goce de una regular administración de justicia, en el que los individuos no se sientan seguros de la posesión de su propiedad, en el que la fe en los contratos no se encuentre apoyada por la ley, y en el que no se supone que la autoridad del estado será empleada regularmente para hacer cumplir el pago de las deudas por todos aquellos que sean capaces de pagar. El comercio y las manufacturas, resumiendo, pueden rara vez florecer en cualquier estado en el cual no exista un cierto grado de confianza en la justicia del gobierno.” De acuerdo a esto, la economía es una interrelación de las partes del todo de un país.

El escritor venezolano Nelson Rivera, en su excelente y bien documentada obra: El Cíclope Totalitario, nos habla de las seis condiciones que, Carl Friedrich y Zhigniew Brzezinski, definieron como una tipología de los regímenes totalitarios ( sin que omitamos, como advierte el propio Rivera, lo “que Simone Forti, no olvida en su recorrido”): “que tenga una ideología oficial; que se imponga un partido único de masas; que logre el control monopólico de la información; que se apropie de los instrumentos de coerción y uso de la violencia; que propague sin descanso un estado de terror difuso; que centralice sin resquicios el fundamento de la economía.” Cualquier parecido con la realidad venezolana, ¿será pura casualidad?

Es redundante decir que la crisis política venezolana presenta elementos importantes de injusticia que impacta, de manera determinante, en lo político, en lo social y destruye, gravemente a la economía. Pero sería un error omitirlo. Además, hay dos desaciertos políticos, que la trayectoria de la realidad de una nación, no perdona: la destrucción económica y la dádiva oficial que busca parasitar el esfuerzo propio y de autogestión, de cada uno de sus habitantes. Esto, sin temor a equivocarnos, crea clientelismo político, afianza el facilismo y la dependencia de la gente. Que son elementos que frenan la transformación individual y colectiva del pueblo.

Por ello, un régimen que no pueda sostenerse a causa de sus errores políticos o por no dar respuestas efectivas a la población, tiene sus días contados. O, al menos, esta irá gestando en su seno, los más inusitados y recurrentes instrumentos para ulteriores sediciones. La actual realidad expresa, que el único recurso que tiene la revolución para prevalecer en el poder, es la de amedrentar e infligir miedo, causar terror en la población, para silenciar y neutralizar a todo acto de manifestación en su contra. Y, a nuestro entender, así está actuando.

La actual represión institucionalizada, parte del miedo que muchos de los gobernantes de la revolución le tienen a la libertad y a la democracia. En fin, este miedo para reducir y silenciar al que piensa distinto, puede incidir de manera negativa sobre la población. Miedo, que desde ya tiende a reproducirse y adueñarse de todos. Cosa, que si no se logra combatir a tiempo con políticas más civilizadas de reconocimiento al otro y giren con el propósito de preservar los intereses de la unidad nacional, seremos esclavos de la violencia.

Los actuales gobernantes están obligados (antes que su miedo despierte al miedo defensivo de la población) a orientar proyectos, acudiendo a la persuasión y al respeto ineludible de los derechos humanos. Pues, el miedo a perder la libertad, lleva al pueblo oprimido a tomar decisiones determinantes, con la probidad de preservarla. Y para gracia de todos, esto no puede quedarse en un diálogo falso, donde el gobierno imponga represión, cárcel y silencio a la disidencia.

Víctor Vielma Molina|Educador|victormvielmam@gmail.com

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