El país muere de mengua, poco es lo que se consigue. Hay quien se acostumbró a las colas y la agonía de pasar sus horas en la espera de comprar lo necesario. Eso no es la vida, pero es la que tenemos aquí para vergüenza de la creación divina.
Hace un tiempo ya bastante lejos, en la aurora de esta revolución, sobraron voces que criticaron el excesivo gasto, los derroches a manos llenas y la escandalosa corrupción. La carreta siguió rodando, vimos caer peldaño a peldaño la riqueza de la nación.
Ya Venezuela no tiene donde caerse muerta porque los saqueadores se llevaron su féretro de oro para fundirlo y forrar sus Ipads, relojes, bastones, plumas y camionetas último modelo. Tanto ha sido el desastre económico de los boligarcas que se dan golpes de pecho hablando de Marx, Mao, Hegel, Bolívar, Lennin, que la escasez llegó a las urnas. ¿Será que ahora los difuntos tendrán que hacer cola también en las funerarias?, ¿o volverán los viejos cajones de madera que hasta el polvo había olvidado?
Ocho pacientes de VIH murieron de un solo plumazo por falta de los retrovirales necesarios para su tratamiento. Maduro quiso negarlo a fuerza de propaganda, pero los muertos, muertos están, y nadie puede contrariarlo.
Venezuela vivió cada instante del cáncer de Chávez. Aunque con un sesgo informativo impresionante ejecutado por el gobierno para tapar la agonía del Comandante, sus seguidores lo sufrieron. Hoy los enfermos de cáncer caen como moscas por falta de medicamentos. Los hospitales tienen rato en colapso y Barrio Adentro es un mero recuerdo.
La necesidad unida a la escasez ha mutado en tal frustración que los valores de solidaridad, cariño, afecto, propios del venezolano, se han venido evaporando para darle paso al “sálvese quien pueda”. Un señor muere de un infarto en la cola de un Abasto Bicentenario. Su último momento fue dedicado a comprar quizá un pollo o dos kilos de harina. Alrededor, la sociedad expectante, inmutable, nadie se mueve. Sigue la cola.
Los malandros hacen su agosto robando a las viejitas que regresan del mercado luego de unas 4 ó 5 horas bajo el inclemente sol. La más de las veces no compraron productos regulados porque hace tiempo que no pintan por el barrio. Homicidios para quitar el mercado, ahora hablamos de algo que creímos nunca llegaría: crimen por escasez.
De mengua muere nuestro pueblo por la irresponsabilidad de un grupito que se llenó los bolsillos y ahora no encuentra forma de contener el terremoto. Se desmorona el gobierno y con él la nación entera. Que la caída del sistema nos agarre vestidos o desnudos, despiertos o dormidos, confesos o a la espera, pero por sobre todo, unidos.