Ejecutar exitosamente un golpe de estado no es tan fácil como pelar mandarinas. Que lo digan los golpistas del año 92. Algunos de ellos magnicidas frustrados y, a la hora de la verdad, otros aunque no todos se rindieron para no arriesgar sus vidas. Esa falta de dignidad dejó en el aire a quienes de buena fe y bajo engaño habían participado. Rafael Caldera, por extremada generosidad, por cálculo político circunstancial o por acuerdo preelectoral, los puso en libertad sin condiciones. Hoy podemos repetir que el gobierno de Venezuela es el sitio del mundo que agrupa a más golpistas por metros cuadrado. Golpistas como han sido, saben cuando las condiciones se dan para que pueda proceder una intentona. El fantasma del golpe los atormenta. Se usa como excusa para reprimir la protesta democrática.
Los golpistas no están en la oposición. Los jóvenes dirigentes no tienen armas, tampoco cuadros militares dispuestos, tampoco medios de comunicación para difundir sus propuestas, ni sicarios para ejecutar a Maduro o a ese bendito alto mando revolucionario. Si revisamos serenamente el cuadro de la Venezuela actual concluimos en que todo el instrumental indispensable para tener alguna posibilidad de asumir el gobierno por la vía señalada, está en manos de connotados dirigentes del régimen. En ese mundo todos lo saben. Nadie confía en nadie. Hacen bien en mirar hacia los lados y hacia atrás.
La conspiración para cambiar este régimen está en marcha, pero no por la vía golpista. La Constitución señala los caminos. Hay varios.
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