Una marea roja de miles de fanáticos chilenos e hinchas españoles invadió este miércoles Rio de Janeiro para el partido entre sus dos selecciones en el mítico Maracaná. AFP
Con sus camionetas y automóviles engalanados de rojo, miles de chilenos cruzaron el continente desde el Pacífico hasta el Atlántico, atravesando por tierra el desierto, la cordillera de los Andes, la pampa y la selva tropical.
“Salimos el 6 de junio y llevamos ya 6.500 kilómetros”, cuenta en la playa de Copacabana Bryan Díaz, de 22 años, que congeló sus estudios de ingeniería civil industrial durante meses para viajar junto a su padre -el único conductor- y varios amigos al Mundial.
Españoles -hay hasta bailarinas de flamenco con espectaculares vestidos de volantes amarillos, rojos y negros – y sobre todo chilenos se pasean por la avenida Atlántica en este día “invernal” de 28ºC, entre miles de personas con camisetas rojas, intercambiando bromas cargadas de ansiedad ante la cercanía de un partido en el que España se juega todo tras su derrota 5-1 ante Holanda.
Los chilenos, que antes del Mundial temían lo peor, ahora están algo más confiados. “Los españoles conquistaron a los mayas, a los aztecas, a los incas, y no pudieron con los araucanos. Como los mapuches, somos fieros en la cancha”, dice Patricio Tapia, de 45 años, que trabaja en la mina de cobre de Chuquicamata, en el extremo norte de Chile.
Tapia se refiere a la Guerra de Arauco en la que los mapuches, la mayor etnia del país, y otros indígenas resistieron la conquista española por 300 años en el sur de Chile a partir del siglo XVI.
“El viaje fue larguísimo”, dice mientras se agacha para mostrar las piernas hinchadas. “Salimos del desierto, cruzamos las montañas, pasamos por Salta, en el norte argentino, llegamos a la triple frontera (de Paraguay, Argentina y Brasil) y a las cataratas de Iguazú; eso fue impagable. Fue un regalo de Dios, como el que tendremos hoy en el Maracaná”, celebra.
“¡Solo hay una camiseta roja, la que tiene la estrella!”, asegura por su lado Pedro Izquierdo, un conductor de ambulancia de 38 años que llegó de Soria (España) a Brasil junto a un grupo de amigos para ver este juego.
“Es un suplicio, los chilenos nos cantan cosas horribles como ‘Españoles, españoles, nos quisieron conquistar, bájense los pantalones que…”, se ríe. “Hoy vamos a jugar con ganas, no nos queda otra”, añade mientras se limpia la arena de los pies para ya salir rumbo al Maracaná.
“La más roja de todas”: la frase está bordada en el cuello de la camiseta chilena de Fernando Cantero, un jubilado de 65 años que viajó en bus junto a otros 28 amigos y colegas desde Temuco (sur de Chile) a Rio.
No tiene entradas para el juego, aunque se vendían en la playa y cerca del Maracaná por hasta 1.000 dólares. “Con el entusiasmo que tengo, es como si estuviera dentro del estadio”, afirma.
Junto a “harto chileno”, participó en la noche del martes de “un banderazo gigante de la fanaticada” en Copacabana, en honor de la selección.
Una familia toma agua de coco bajo una gran sombrilla de un bar terraza, mirando a los brasileños jugar futvóley en la arena frente a las olas verdes del Atlántico sur. Son españoles, pero nadie lleva la camiseta.
“Estamos camuflados”, dice sonriendo y algo resignada Ana Rosa Linde, una profesora de biología de Asturias que vive en Japón y está casada con un brasileño.
“Hoy es un día histórico para España, y también para mí, porque me traje a mi padre de 83 años de Asturias a Rio a ver el partido. Pase lo que pase, ya me siento campeona”, celebra Linde, de 50 años.