Se me viene la cara entre nostálgica y triste del hombre de mar, y como en trance de decirnos: “Carajo ¿y no habrá un cristiano que me quite de encima esta tortura?”
Nunca tomé el reconstituyente (que así también se le llamaba), y quizá porque se le promocionaba como “aceite de hígado de bacalao” y tenía un color blancuzco, jamás supe de su sabor, y bondades, lo cual no excluyó que, al igual que la mayoría de mis coterráneos, lo instalara en mi imaginario como la imagen del caso de un hombre o colectividad atormentados por un peso impuesto e injusto que le destruye su naturaleza y destino.
“Por ahí anda fulano con un bacalao que le acaba la vida”, o “andaba muy feliz, pero le cayó un bacalao y desde entonces no ve luz”, o “¿por qué se dejó montar ese bacalao?”, son frases del coloquial venezolano, y la verdad es que, visto los antecedentes, la imagen no puede más acertada si se toman en cuentan los trazos y detalles que la grafican.
Pero ¿a qué viene todo este exordio y por qué comenzar un artículo sobre política remontándome a vivencias de décadas lejanas cuando se pensaba que una fuente de vitaminas “A y B” importada de Estados Unidos, era efectiva para prevenir y combatir la tuberculosis, el paludismo, la artritis, la diábetes, los infartos, la bronquitis y el raquitismo?
Pues, justamente, porque repasando las noticias de las 24 horas últimas (que son las que me nutren con ideas y motivos para borronear estas líneas de los domingos) me tropiezo con la carta que le escribe el exministro, Jorge Giordani, a Nicolás Maduro, para rechazar su despido del gabinete, y apartando el hórrido pasado y presente de uno y otro personaje, ni establecer cuál de los dos tiene razón, llego a la conclusión que Maduro es “el perfecto bacalao” del país y de la revolución.
Para empezar porque le pesa, no solo cientos de miles, millones de toneladas a la estima, la confianza, la esperanza y la racionalidad de 28 millones de nacionales, sino también, porque, aparte de serle impuesto como jefe de Estado sin ninguna cualidad, legalidad y legitimidad, ha conducido al país a la más catastrófica, metastásica y traumática crisis de su historia.
Es la Venezuela del “NO HAY, porque, literalmente, se le ha quitado, arrebatado, y robado todo, desde los alimentos básicos para que una familia pueda vivir con lo indispensable, hasta las medicinas para curar sus enfermedades crónicas, sin contar las materias primas e insumos para que la industria y la agricultura pudieran medianamente funcionar.
Pero lo increíble es que, también se acabaron los dólares que suministraban las exportaciones petroleras que tradicionalmente atendieron las contingencias del desabastecimiento, que unido al colapso del aparato productivo agrícola y ganadero, nos han convertido en un país que vive “del fiado”.
Una semana sí y otra también, el llamado “Zar de la Economía”, Rafael Ramírez (que también es presidente de PDVSA, y ministro de Energía y Petróleo) anuncia que está punto de llegar un préstamo de 4 mil, 5 mil o 6 mil millones de dólares -ya sea de China, Rusia, o una petrolera gringa-, y la verdad es que sí llega, nadie sabe donde va a parar porque la carestía de los venezolanos, no solo no se alivia, sino que recrudece.
Pero vayamos a una pregunta más simple porque es contable y se fundamenta en los boletines trimestrales del BCV: ¿Cuál es el destino de los 50 mil millones de dólares que deberían ingresar a la economía como producto de las actuales ventas de crudo, que a un b/d promedio de 100 dólares, serían garantía para que un país que cuenta con 28 millones de habitantes no le faltara nada, absolutamente nada.
Misterio de misterios, porque el gobierno del “bacalao” Maduro prácticamente se ha declarado en “default” con sus acreedores externos (“selectivo” y “sucesivo”, pero “default” al fin), y ya nos tiene sin líneas áreas para viajar el exterior, repuestos para la flota automotriz y los equipos bélicos que se vienen comprando desde hace 15 años, y remesas para enviar a estudiantes en países extranjeros que penan por cubrir sus gastos o regresar.
Sin echar muchos números, ni empeñarse en pesquisas de alta cirugía financiera, la respuesta no puede ser sino una: los menguados ingresos del país por concepto de las exportaciones de una venida a menos PDVSA, se desvían para sustentar a la quebrada, en bancarrota, e irrecuperable (después de 55 años de comunismo) economía cubana, que cual maleza parasitaria se engulle los alimentos, las medicinas, los repuestos, materias primas y servicios que antes, antes de la revolución, con crisis y todo, con caída de los precios, de la producción y alzas inflacionarias incluidas, mantenían medianamente funcionando a la economía nacional.
Y es materia que en estos días comienza a introducirle correcciones, refrescamientos e innovaciones a los que se habían dado en llamar axiomas en la experiencia histórica mundial: no es cierto que el colonialismo proceda siempre después de agresiones políticas, militares y económicas desde afuera, pues en un país sudamericano se dio el caso en que, una nación soberana, llamó al gobierno de un país extranjero para que la invadiera, y de pasó comenzó a pagarle una altísima factura para mantener la ocupación.
Una por la cual el país invadido se ha ido destruyendo metódica y criminalmente y a sus habitantes se les ha impuesto una carestía de alimentos cercana a la hambruna, y un desabastecimiento de medicinas que no puede calificarse sino de genocidio.
No es, por supuesto, lo que se dice en el memorial de agravios que Jorge Giordani, le dirigió hace tres días a Maduro (pues de trata de dos corresponsables y principales de la tragedia que enluta a Venezuela, llamándolo “incapaz, improvisado, derrochador, despilfarrador y carente de liderazgo”), pero dejando claro que se refiere a un “bacalao”, un punching ball, a un comodín al que siempre recurrirán los acusados cuando tengan que descargarse de la culpa de haber destruido a Venezuela para entregarle sus ruinas a unos invasores extranjeros.