Una marea rojiblanca abarrotaba este domingo las calles de la ciudad de Pamplona, donde el tradicional “chupinazo” dio el pistoletazo de salida a las fiestas de San Fermín un día antes de que los toros tomen las calles de la capital navarra.
Fotos EFE
A las doce en punto, un cohete lanzado desde el balcón del ayuntamiento pamplonica marcó el inicio de estos festejos. En la plaza situada frente a la municipalidad, una marea frenética entonaba el “Viva San Fermín” con los brazos en alto tendiendo al cielo el característico pañuelo rojo.
Desde la mañana, los habitantes de Iruña (denominación oficial de la ciudad en lengua vasca), con una faja roja anudada alrededor de la cintura y orgullosos de su tradición, se entremezclaban con los numerosos turistas embriagados de esta fiesta mítica.
“Es una fiesta tradicional de toda la vida y para mí representa también las raíces de nuestra familia, que es de Navarra”, explica Julio Álvarez, un economista de 40 años.
“La fiesta ha cambiado”, destaca su amiga Ana Caroaizcorbe, de 43 años, al evocar sus recuerdos de infancia. “Ahora me parece que está mucho más masificada, pero bueno creo también que le da otro color a la fiesta”, añade.
Durante el “chupinazo”, los independentistas que abogan por la autodeterminación de Euskal Herria (País Vasco, Navarra y País Vasco francés) desplegaron en la plaza del ayuntamiento una inmensa bandera, reclamando el acercamiento de los presos vascos a las prisiones de la región.
– Peligrosa tradición –
Desde mediodía, esta ciudad de 300.000 habitantes está invadida por cientos de miles de turistas españoles y extranjeros, cuya euforia hace vibrar sus calles ambientadas al ritmo de percusión y bandas de música.
Los vestidos blancos se tiñen del color del vino y de la sangría servida en los bares abarrotados hasta el amanecer.
Las calles, limpias y vaciadas de los últimos juerguistas, sentirán de nuevo el fervor popular cuando miles de corredores se enfrenten cuerpo a cuerpo con los toros a partir del lunes a las 08H00 locales en los tradicionales encierros.
En pocos minutos, los atrevidos corredores deberán completar un recorrido de 848,6 metros por las calles del centro histórico de Pamplona perseguidos por seis toros y seis cabestros, y animados por los espectadores agolpados en los balcones.
En ocasiones, la inexperiencia de algunos, muy temerarios o al contrario aterrorizados, añaden peligro a esta carrera, que desde 1911 ha dejado 15 muertos, el último en el 2009.
Sam Madde, un electricista británico de 26 años, vino de Londres para vivir las sensaciones de su primera carrera. “No sabemos lo que nos espera, posiblemente la muerte. Esto es de locos”, estimó eufórico.
La edición 2013 casi termina en drama después de que 23 personas resultaran heridas en un enorme tapón humano durante el encierro.
Mientras que los corredores más veteranos reclaman desde hace tiempo un aumento de la seguridad, las autoridades locales decidieron este año sancionar algunos comportamientos como entrar en el recorrido del encierro bajo los efectos del alcohol o de las drogas.
“Hay personas que entran en el recorrido del encierro sin conocer realmente lo que es un encierro de toros bravos”, explica Fermín Alonso, concejal de Cultura. “La policía de Pamplona tiene que sacar del recorrido a personas borrachas” o “que llevan sandalias en vez de zapatillas para correr el encierro”, añade.
El recorrido de esta peligrosa tradición, que se repetirá todas las mañanas hasta el 14 de julio, termina en la plaza de toros, donde los animales se enfrentarán a la muerte durante la corrida de la tarde.
“La única cosa que no me gusta son los toros”, asegura Julio Álvarez tras recordar los malos tratos denunciados por los defensores de los animales.
Esta fiesta de origen medieval alcanzó una popularidad mundial a principios del siglo XX gracias a Ernest Hemingway, escritor y periodista estadounidense, cuya novela “Fiesta” (1926) está ambientada en estas festividades en honor a San Fermín.