Cada vez que asoma el mes de julio los oficiales ascendidos a la alta jerarquía de las Fuerzas Armadas venezolanas lucen sus nuevas presillas y caponas en los mejores restaurantes de carne de Caracas, en comidas rociadas con abundante whisky. Al principio solían ser celebraciones discretas porque eran unos pocos, pero desde hace algunos años son muchos, publica El País de España.
Alfredo Meza /Caracas
En Venezuela hay más generales y almirantes que cargos vacantes en el estamento militar, pero eso no parece ser un obstáculo para el Gobierno del presidente Nicolás Maduro. Este año se sumaron a esos rangos 229 coroneles y capitanes de navío, siguiendo una costumbre iniciada hace cuatro años por su antecesor, Hugo Chávez. Ha sido la manera que ha encontrado el chavismo no solo de honrar sus orígenes castrenses, sino de estimular a quienes les han servido de principal soporte en tres lustros, más allá de la obligación impuesta en la Constitución venezolana. El de Maduro es un Gobierno militar con una fachada civil.
La cifra contrasta con lo que era una costumbre incluso con Chávez en el poder. Si en 2006 apenas ascendieron siete oficiales a general de división fue porque todavía era norma la costumbre de solo cubrir las bajas por retiro. Eso fue cambiando con los años después de las reformas a la Ley Orgánica de la Fuerza Armada Nacional Bolivariana —que agregó dos nuevos escalafones (mayor general y general en jefe) a los dos existentes (general de brigada y general de división) en la alta jerarquía— pero en definitiva con un asunto más intangible como el significado de la justicia. Chávez, que le había quitado la competencia al Senado tras promover un Parlamento unicameral en la Constitución de 1999, siempre consideró como una injusticia que las decisiones de ascenso estuvieran en manos de civiles. En los Gobiernos civiles que le antecedieron, según Chávez, muchos buenos oficiales se quedaron a las puertas de los altos cargos postergados por otros, menos talentosos, que se ocupaban de forjar buenas relaciones con la dirigencia política. Pero salvo la cantidad de militares de alto grado, una rareza en América según los estudiosos del tema, el chavismo también utiliza las promociones como una manera de premiar la lealtad.
La mayoría de esos oficiales son parte de una gran oligarquía castrense que controla el país y está consolidando lo que la directora de la ONG Control Ciudadano, Rocío San Miguel, ha llamado “el diseño de un Estado militar”. “Se busca que la sociedad se intimide y se subordine a sus designios”, agrega. Los militares retirados, además de altos cargos públicos, gobiernan el 52% de los estados, ocupan ministerios y la presidencia de la Asamblea Nacional. Su poder tiene amplias ramificaciones políticas y económicas, como ha ocurrido con más o menos preponderancia en casi 200 años de vida republicana, que se ha fortalecido con la reciente decisión del Tribunal Supremo de Justicia de permitir a los militares su participación en actos proselitistas. Se trata en definitiva de un tutelaje sobre lo civil que apenas se interrumpió entre 1958 y 1998, cuando en Venezuela se sucedieron elecciones cada cinco años y se eligieron presidentes civiles, y del cual se hace constante gala. Un ejemplo: el último orador de orden de la sesión del 5 de julio en la Asamblea Nacional, que conmemora el aniversario de la firma del acta de la independencia venezolana, fue el general en jefe Vladimir Padrino López, jefe del Comando Estratégico Operacional, la máxima instancia operativa de las fuerzas militares.
Entre los nuevos ascensos destaca el del nuevo general en jefe Jacinto Pérez Arcay, un anciano maestro de Chávez reincorporado a la actividad militar por órdenes del líder bolivariano. Pérez Arcay tiene una prosa ampulosa que suele poblar de adjetivos rimbombantes el relato de la independencia nacional. Maduro lo ha mantenido como una suerte de asesor en temas históricos que despacha en el palacio de gobierno. Tanto él y los nuevos generales y almirantes recibieron sus insignias delante de la tumba de Hugo Chávez, en el cuartel de la Montaña, el nuevo lugar de peregrinación de la oficialidad venezolana.