Fue el periodista, político e historiador, Jorge Olavarría, el autor de una teoría novedosa y fascinante: en Venezuela han abundado los gobiernos militares, pero casi nunca ha existido el “militarismo”. Con ello quería significar que, si bien el origen de la mayoría de .los gobiernos republicanos residía en montoneras victoriosas y golpes de estado, las administraciones en sí-aunque presididas por militares-se constituían, mayoritariamente, con ministros y funcionarios civiles.
Como ejemplo, Olavarría, citaba la dictadura de Juan Vicente Gómez, que más procedencia militar no podía tener, pero que durante sus 27 años, se rodeó de los más competentes profesionales emanados de universidades y centros de estudio.
En otras palabras: que si habría que citar un caso en la vía contraria, de gobiernos que no tuvieron origen militar sino democrático y civil, pero concluyeron minados de militares, no son otros que los de Chávez y Maduro, quienes vaciaron a los cuarteles de oficiales para colocarlos en la administración.
Y la causa no puede ser otra que la debilidad de esos gobiernos, tanto en la sociedad civil, como en la militar, balance que solo pudo ser resuelto invitando a los uniformados a que “se cogieran el coroto”, a cambio de que les brindaran apoyo para sobrevivir.
Es así cómo, durante los últimos 15 años, el espectáculo de una sociedad militarizada, tanto en su lingüística, como en su gestualidad y ritos, persigue a quienes siguen siendo civiles, como una amenaza que ya los puede llevar al exilio, a la cárcel o al paredón.
Pero no es solo en “lo exterior” al gobierno, sino en el gobierno mismo, donde la multitud de gorras, charreteras, preseas y pistolas al cinto nos anuncian que al mundo de los cuarteles hemos llegado.
Al lugar donde el “militarismo” fragua sus corruptelas y tropelías y la decisión de no abandonar a los que cobardía les han cedido el poder, todo el poder.