“Antioquia la más educada” es el slogan de la gobernación departamental, que apunta a un objetivo concreto y admirable pero no refleja nuestra realidad. No sólo Antioquia no es el departamento más educado de Colombia, sino que se conforma con estar cerca del promedio nacional (algo que habría ofendido a los paisas de hace cincuenta años).
Y la educación en Colombia en general está en estado crítico. Cada cierto tiempo nos llegan resultados de pruebas PISA en los que se nos compara con países de la OCDE, y siempre salimos en los últimos lugares. La OCDE es un club de países desarrollados y democráticos con economías de libre mercado al que el gobierno Santos aspira entrar a Colombia (una de sus pocas decisiones acertadas sobre política exterior, a mi juicio). Estos países en general tienen niveles educativos altos, por lo que no debería sorprender que un país en vías de desarrollo como Colombia se ubique en los puestos de atrás.
Muchos analistas y políticos consideran que es normal que Colombia se sitúe por debajo de los países de la OCDE (que entre sus miembros incluye por ejemplo a Alemania, Australia, Islandia y Japón). Para ellos es mejor que Colombia no sea evaluada en contraste con esas naciones, sino con otras con características similares. El problema es que ni buscando países con características similares estamos bien: ¿Quién está al final de la lista de países latinoamericanos en cuanto a consumo y lectura de libros? ¡Colombia! ¿Al final de la lista en cuanto a bilingüismo? ¡Colombia!
Buscar países no desarrollados para compararnos con ellos es ilógico: no podemos aspirar a mejorar el sistema educativo colombiano si nuestros objetivos son superar a Somalia o a Tayikistán. Por el contrario, sólo alcanzaremos una juventud más educada si nos seguimos comparando con los países más desarrollados, es decir, la OCDE; y si seguimos los ejemplos de aquellos países que demuestran mayores logros académicos.
El problema es que a nadie parece importarle. Los sindicatos de los profesores se han dedicado a entorpecer los procesos de mejora de la calidad educativa, las agrupaciones estudiantiles se han enfrascado en un debate anacrónico entre educación estatal y privada, luchando con Don Quijote contra los Molinos de la “privatización”. El gobierno nacional (sobre todo en el periodo 2002-2010) ha incrementado considerablemente la cobertura educativa, pero la calidad sigue siendo un tema pendiente.
Y es que en el fondo, no hemos mejorado porque no hemos cambiado el sistema. El nuestro no es un problema de colegios feos o bonitos. El argumento de que los parques bilioteca y los “colegios de calidad” estimulan a nuestros jóvenes a estudiar es cierto, pero el impacto de estas obras es mínimo al lado de los problemas que tiene Colombia en materia educativa. No es el “dónde enseñamos” nuestro inconveniente, sino el “cómo enseñamos” y el “para qué enseñamos”.
¿Cómo enseñamos? Aquí hay dos grandes dificultades. La primera la causan los maestros y las instituciones que se apegaron al modelo tradicional en el cuál el estudiante es una hoja en blanco y el maestro o el texto lo llenan de conocimientos. Dicho modelo excluye toda posibilidad de análisis, de elaboración de ideas, de cuestionamiento y de disenso. Es un sistema autoritario que no prepara a nuestros estudiantes a tomar decisiones autónomas en el futuro, con lo cual surgen problemas secundarios como que el colombiano promedio no sea un gran inventor o innovador y que ese mismo colombiano no sea capaz de asumir posiciones políticas maduras y realistas. La segunda dificultad es que muchas veces se intentan nuevos sistemas o formas de enseñar que realmente tienen poca efectividad pues no se aplican de manera continua y no hay gente con la experiencia suficiente para ponerlos a funcionar. Esto ocurre mucho con la educación a distancia y las plataformas educativas como Moodle y BlackBoard, que son un verdadero desastre.
¿Para qué enseñamos? Los contenidos, principalmente en la educación media, parece que no tuvieran un objetivo. Se les enseña a todos los adolescentes lo mismo independientemente de sus gustos y sus habilidades, se les da un plazo fijo para que adquieran un determinado número de conocimientos, desconociendo que todos tenemos dificultades para unos temas y destrezas para otros, y que hay personas que se demoran más aprendiendo que otras. La educación es deshumanizada: no reconoce las diferencias individuales en preferencias y habilidades, no fomenta la creación, el conocimiento se imparte desde arriba, en resumen, no se educan personas, se educan robots.
Eso genera un problema de productividad a largo plazo, ya que necesitamos profesionales capaces de solucionar los problemas de nuestra economía y mejorar nuestra producción: aumentar calidad, bajar costos, agilizar el transporte, generar nuevos producto, e incontables acciones más. Nada ganamos con protestar por las multinacionales, por las semillas, por el café de Starbucks. Si de verdad nos sentimos tan patriotas, debemos fomentar la creación y la ciencia en Colombia para poder competir con los extranjeros. Por eso es triste que el mismo gobierno que plantea el ingreso a la OCDE recorte el presupuesto de Colciencias en medio de éste diagnóstico, si no hay educación e innovación, no hay desarrollo, y sin desarrollo no hay entrada a la OCDE. Afortunadamente hay otros líderes que, contrario al presidente, han decidido apostar por la educación fundando proyectos universitarios con programas ambiciosos que incrementarán de forma notoria nuestra competitividad en áreas claves de la economía y contribuirán a cerrar brechas sociales, que es el fin último de la educación en cualquier sociedad.
José Miguel Arias Mejía
@JoseM_CO