Hay quienes sostienen que dentro de muy poco, Nicolás Maduro no tendrá más dólares para financiar las misiones. Agregan que llegado ese punto, la gente tomará las calles. Con lo cual sugieren que una multitud presionará la renuncia del presidente cuando el hambre realice su trabajo. Repiten la tesis de la sociedad rentista y de sus determinaciones sobre la conducta del venezolano. Una de las que no falta es aquella según la cual los ciudadanos de esta patria están acostumbrados a recibir subsidios. Califican a la gente de acomodaticia y sin vergüenza; afirman que el gobierno es el que merecen. De lo cual infieren que las penurias actuales son consecuencia de sus decisiones. Recomiendan paciencia; sólo se trataría de esperar que la situación económica apriete. Al fin y al cabo, Venezuela estaría pasando una temporada en el infierno. Un ciclo histórico que se inició en el 98 y entró en una crisis terminal. Su pronóstico es que esta etapa estaría por terminar.
Seguir evaluando lo que ocurre bajo las creencias de siempre ha generado una opinión equivocada de las expectativas de los ciudadanos. De hecho, mientras la población ha reclamado un modelo de distribución equitativo para el reparto de las riquezas, oportunidades, derechos y deberes, los dirigentes han ofrecido respuestas en atención a sus intereses. Ante la solicitud de mayor igualdad el gobierno respondió con autoritarismo y populismo; por su parte, la oposición ni siquiera entendió el pedido. El asunto permanece ausente de su agenda.
Utilizar los prejuicios de ayer para examinar el presente, impide reconocer las transformaciones. Por cierto, en democracia los cambios obedecen al ensayo y error o principio del incrementalismo. La otra alternativa la ofrece la violencia a través de las revoluciones. En el caso venezolano, los ciudadanos apostaron por operar el reacomodo de la sociedad de manera incremental. El precio de esa elección ha sido y será muy alto; pero es bastante menos costoso que si se hubiesen decidido por la revolución violenta; por la guerra civil. Sin embargo, es bueno acotar que los cambios incrementales no se rigen por la dialéctica. Por eso, el error puede dar paso a otro error: una fase dolorosa no es superada por otra de resurrección y gloria, necesariamente.
El fin del mandato de Nicolás Maduro no es la antesala de una sociedad más equitativa, libre y avanzada, con necesidad. El curso de los acontecimientos lo deciden los hombres; no leyes naturales o creencias divinas. Basta pensar que Diosdado Cabello podría convertirse en el próximo presidente de la República; también pudiera suceder que Nicolás Maduro se reeligiera y Diosdado Cabello ocupara la jefatura de una oposición surgida de un pacto dentro del PSUV.
La elite oficialista tiene un proyecto político y está decidiendo su permanencia. El gobierno busca establecer un umbral de desigualdad que le permita convertir al venezolano en un sobreviviente, antes que en agente de su destino. Por eso, parece una ingenuidad seguir sugiriendo que la crisis económica desembocará en barricadas y, seguidamente, la oposición llegará al poder. Después de todo, los anaqueles vacíos, las mutilaciones por falta de medicamentos, las colas en automercados y farmacias, la represión y la censura oficial, son componentes que fueron seleccionados para formar la nueva piel de la realidad y del futuro.
Arrasar esta nación cumple una función pedagógica. Su desmantelamiento no pareciera producto de la incapacidad, únicamente. Por supuesto, leer el día de hoy con cristales antiguos también arroja algunos beneficios. Por ejemplo, en la oposición hay quienes se niegan a evolucionar aun cuando la gente solicita una dirigencia innovadora; capaz de desafiar la feroz conspiración que materializan quienes gobiernan. El momento requiere algo más que repetir la retórica radical de años atrás. El país necesita un liderazgo que quiebre la rutina de promover revueltas callejeras para ajustar las cuentas con Nicolás Maduro. Sobre todo, Venezuela demanda un acuerdo entre militantes y dirigentes del Polo Patriótico con los de la oposición. Se trata de una alianza entre demócratas para devolver dignidad al ejercicio del poder.
Alexis Alzuru
@aaalzuru