Hace 50 años, Venezuela se estremeció con la tragedia ocurrida en el salto de La Llovizna en la que murieron ahogados 40 educadores, que cayeron al río Caroní durante una excursión a la exuberante región de Guayana.
Las víctimas formaban parte de una delegación de más de 400 educadores, de todo el país, que celebraban la XIX convención nacional de la Federación Venezolana de Maestros, reunida en la sala Cuyuni de la Siderúrgica de Matanzas, estado Bolívar. Aquél domingo los dirigentes magisteriales atendieron una invitación del Concejo Municipal del Distrito San Félix que organizó, en honor de ellos, una fiesta en una de las islas que formaba el río Caroní.
Para llegar al paradisíaco lugar era necesario atravesar un puente colgante de madera de 22 metros de longitud y 1,20 de ancho, con travesaños pegados sobre hierros cimbreantes por el peso de la estructura, que se supone pesaba más de dos mil kilos. La plataforma estaba sujeta de las guayas por tensores de los llamados perros, que tenían una longitud de 80 centímetros. El espacio entre el piso y la guaya quedaba al vacío. En cada punta, el puente tenía una armadura de tubos soldados que cedieron por exceso de peso, describió el periodista Víctor Manuel Reinoso en una edición especial de la revista Elite.
Los entusiastas excursionistas, impresionados por la belleza de los torrentes de agua y la exuberante vegetación, llenaron el puente y se detuvieron para tomar fotos, cuando de repente es escuchó un estrepitoso ruido de crujidos .
Un testigo presencial afirmó que al río, de 20 metros de ancho con aguas que se desplazaban a cien kilómetros por hora, los cuerpos caían, se sumergían y sacaban la cabeza y los brazos, tratando de aferrarse a cualquier cosa que pudieran. Todo fue más rápido de lo que cualquiera puede imaginar.
La noticia paralizó al país, mientras las estaciones de radio y televisión informaban de las actividades de la Comisión Unica de Rescate que pudo salvar a una gran cantidad de personas que había logrado asirse a una raíz o pegarse a las rocas. Bomberos y voluntarios pudieron trasladar a tierra a 150 educadores que habían quedado aislados y miraban la tragedia desde pequeños islotes.
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