El whisky le gusta a los militares y a los civiles, a los del gobierno y a los de oposición, a los hampones y a la gente honesta, a los ricos y a los pobres, a los trabajadores y a los desempleados, a los buenos y a los malos. En los momentos de mayor gravedad nacional, el escocés ha sido el compañero infaltable de todas las desolaciones, sin él habría sido imposible asumir interminables madrugadas de derrota con la mirada fija en la barandita del CNE.
Aquí nos hemos calado la falta la leche, que para comprar pañales tengas que aportar la partida de nacimiento del defecante, que los pacientes de diálisis o quimio tengan que padecer situaciones extremas de ausencia de tratamiento en las que su vida corre peligro. Todo eso lo hemos resistido con paciencia franciscana, con estoicismo espartano, sin alarmarnos. Incluso el sistema biométrico, está bien, se acepta sin aviso ni protesto. Ya veremos el alquiler de dedos o a los malandros amputando índices, pero el whisky -¡santo Niño de la Cuchilla!- meterse con el whisky si que es un acto de profunda irresponsabilidad política, un auténtico atentado a la razón de ser de nuestra identidad, una ofensa a la venezolanidad. De hecho hay un gesto que nos identifica en el mundo entero: allí donde quiera que uno ve a un hombre revolviendo con el dedo un whisky y chupándoselo luego, uno sabe que está en presencia de un compatriota. Los venezolanos somos según la Gallup, el país más inseguro del mundo mundial, eso no nos agobia, pero que hayamos dejado de estar entre los 10 primeros consumidores de whisky del planeta, es verdaderamente grave.
Ojo, sé que estoy tocando un tema muy delicado, no quiero causar alarma colectiva, sino hacer un llamado a la conciencia gubernamental. Que no se consiga eutirox, pase, pero el whisky señores del gobierno, el día en que desaparezca el preciado licor, esto se derrumba. Fíjense que en el pasado reciente, el finado, que no dejó títere con cabeza y que incluso llegó a despotricar públicamente del destilado, nunca se atrevió a hacer nada que pudiera dañar su distribución ni existencia. Imagínense por un momento, que lo hubiese expropiado, como hizo con el cemento, con la consiguiente desaparición del producto. Sin duda era un profundo conocedor del alma nacional. Sobre sus debilidades y fortalezas construyó su poder y él sabía que el whisky es sagrado.
Este es un llamado desgarrador. Ustedes son los más interesados en garantizar la estabilidad. La cuenta regresiva del whisky ha comenzado. Todavía están a punto de evitar la tragedia de su desaparición. Saquen el oro de las bóvedas del Banco Central, si quieren y regálenselo a Cuba, si les parece, pero guarden allí las únicas reservas que puede garantizar nuestro futuro y vuestra permanencia en el poder. Si quieren terminen de hundir al país, pero -¡por Dios!- salven el whisky.