Hace 75 años comenzó la Segunda Guerra Mundial. Alemania, el “Tercer Reich”, invadió Polonia, arrastrando así al mundo a la guerra. Fue una guerra que se desarrolló durante seis años en Europa, África, el Cercano Oriente y el Pacífico, donde Japón desató a su vez la contienda. Lucharon aproximadamente 110 millones de personas. Entre 60 y 70 millones murieron.
6 millones de judíos europeos fueron asesinados durante el Holocausto. Europa quedó en ruinas. Alemania, derrotada y dividida. Millones de personas fueron desalojadas de sus hogares, o deportadas. Y por primera y única vez en la historia de la humanidad, se usaron armas atómicas, en Hiroshima y Nagasaki.
Ante la pregunta de quién fue responsable, tanto entonces como ahora no le cabe a nadie la menor duda, en contraste con el debate histórico sobre los culpables de la Primera Guerra Mundial. Los nazis querían esta guerra y la provocaron. Y al final, Alemania no solo fue derrotada; fue devastada. Con el Holocausto, Alemania lleva el estigma de haber cometido un gran crimen del milenio, con más de nueve millones de alemanes muertos, entre ellos más de tres millones de civiles. Las ciudades fueron destruidas en los bombardeos de los Aliados. Alemania perdió sus territorios en el este. Doce millones de personas fueron desplazadas. El país quedó por los suelos tras esta devastadora guerra.
Nunca más en solitario
Después de la guerra, la parte occidental del país dividido volvió a levantarse. Primero, económicamente; después, también desde el punto de vista de la política. Durante la Guerra Fría, la República Federal de Alemania se sumó a Occidente en la confrontación entre los bloques. Incluso a nivel militar, puesto que llegaría a ser miembro de la OTAN. Más tarde fue también miembro fundador de la Comunidad Económica Europea, el núcleo de lo que hoy es la Unión Europea.
Alemania había aprendido la primera lección de la Segunda Guerra Mundial: quería ser una Alemania europea, deseaba asociarse con las demás democracias, buscaba aliados en Europa y, más allá del Atlántico, en los Estados Unidos. Políticamente hablando, avanzar en solitario se había convertido en un tabú.
La segunda gran lección fue un no rotundo a la guerra, y al infierno que ella supone. La entrada a la OTAN, el rearme inmediato, y luego el rearme en el marco de la decisión de la OTAN de instalar los euromisiles… Todo ello se miraba con escepticismo por parte de la población alemana, incluso con rechazo.
Y todavía hoy, 25 años después de la reunificación, la mayoría de los alemanes rechazan la guerra, incluso como último recurso. Cada vez que un gobierno alemán debe participar en un conflicto para apoyar a sus socios y aliados – ya sea en Kosovo o en Afganistán-, hay acalorados debates y prácticamente nunca se consigue la aprobación de la población.
Rechazo a las armas
Por ello, resulta sorprendente que hace apenas unos pocos años, más bien por motivos económicos que por consideraciones estratégicas, Alemania aboliera el servicio militar obligatorio y comenzara a desarrollar un ejército profesional. El objetivo que se declaró fue el poder contribuir como aliado de forma fiable en intervenciones militares. Precisamente estas operaciones militares son más que controvertidas y solo se han podido implementar prácticamente sin el consentimiento del pueblo. La segunda gran lección, “guerra nunca más”, condujo a una mentira existencial alemana: cada vez que se requiere una intervención militar en el extranjero, los políticos alemanes esquivan el asunto, destacan los aspectos humanitarios de la operación en cuestión, o a veces hablan de “genocidio” para persuadir a la gente. La mayoría de las veces, no obstante, sin éxito.
Hace 75 años comenzó la Segunda Guerra Mundial, provocada por los alemanes. Hoy, Alemania es un gigante de la economía y va camino de ser un actor político a nivel mundial, un papel que aterra a los alemanes. Preferirían ser una especie de “Suiza verde”. Pero esos tiempos han pasado.
Lo que los aliados de Alemania esperan de ella es liderazgo político y contribuciones militares cuando sea necesario, pero también una actitud modesta. Y esto tiene que ver con una tercera gran lección: el comportamiento arrogante y autocrático ya no es cosa de Alemania.
Vía DW