Dura 9 segundos. Hay ruido de fondo de unos chicos corriendo por ahí atrás. Una familia pasea entre las góndolas del giftshop de Temaikèn. Es el comienzo del EPK que Gustavo Cerati grabó junto a los músicos de su banda entre las jaulas de los animales como material de prensa de Fuerza natural. Atrás se ven estantes con remeras, buzos y rompevientos con tiburones estampados. Y en primer plano está él, con unos anteojos oscuros, una chaqueta negra de corte militar y unos guantes de cuero. Parece de buen humor. Es la tarde del 21 de agosto de 2009. La cámara lo enfoca y, como al pasar, con una media sonrisa, dice: “Si yo me retirara ahora, en este momento, que no creo que sea muy factible, pero supongamos que sí, me iría contento, por Fuerza natural”.
Hoy, un año y medio después, todo suena distinto. Todo parece resignificarse a la luz de la oscuridad en la que respira. Después de siete meses hundido en un coma del que no despierta, en un estado incierto que está más allá de la vida y más acá de la muerte, con un pronóstico muy delicado, asistencia respiratoria y un parte médico que habla de un “extenso daño cerebral”, es difícil no caer en la tentación de escuchar en las palabras de Cerati un eco de lo que vendría, una vibración premonitoria.
Sus palabras, sin embargo, sirven para registrar el gran momento creativo que Cerati estaba atravesando a sus 50 años y lo satisfecho que estaba con su nuevo álbum. En 2006, con Ahí vamos, había grabado el mejor disco de su vida y su carrera post Soda Stereo ganaba una consistencia envidiable que no le debía nada a su pasado y el Gardel de Oro que le dieron fue la confirmación. Después, se había dado el lujo de reunirse con Charly Alberti y Zeta Bosio por un rato y por unos cuantos millones sin que eso hiciera peligrar su plan solista. Y enFuerza natural, por el que iba a terminar ganando otro Gardel de Oro y siete estatuillas más, la onda expansiva de sus composiciones abarcaba nuevos paisajes, nuevos sonidos y, por primera vez, tenían una búsqueda conceptual definida, más allá de esa sustancia pop que solía darles cuerpo a sus letras.
Después de que la gira de Soda Stereo terminara en diciembre de 2007, Gustavo se había tomado la primera parte del año para descansar. Y recién a mediados de agosto había vuelto a estudio para empezar el proceso de composición del nuevo disco.
Tenía que estar solo. Días enteros sin ver a nadie. Y siempre lo hacía de una forma diferente. Los primeros discos de Soda de Temaikèn habían salido de la guitarra criolla, en la casa de sus padres. Más tarde, en Dynamo, ya cansado de la porta-estudio, había empezado a componer con sequencers. Sueño Stereo, en cambio, había salido de la banda tocando en la sala. En Bocanada, había trabajado sobre loops. Y para Fuerza natural había empezado a trabajar a partir de pedazos de diferentes discos de otras bandas, cambiándoles el tono, sampleándolos y llevándolos hacia lugares y atmósferas enrarecidas.
“He visto a Lucy”, el track número 13 del disco, salió a partir de un fragmento de una canción de Billy Bond y la Pesada del Rock and Roll. “Cactus” lo armó sampleando unas grabaciones que le habían quedado de cuando Domingo Cura, uno de los percusionistas más importante del folclore argentino, grabó unos bombos para un tema de Siempre es hoy. También usó pedazos de canciones de Ney Matogrosso, Hot Chip, Devo, Todd Rundgren y Yes.
Dos meses más tarde, ya tenía unas veinte canciones nuevas, más algunas que le habían quedado de Siempre es hoy y Ahí vamos. El 4 de noviembre citó a todos sus músicos en Unísono, su estudio de Vicente López, para hacerles escuchar los demos que había grabado y, una semana después, ya estaban ensayando todos los días. A Richard Coleman, amigo de toda la vida y guitarrista de su banda, le propuso que escribiera las letras de unas seis canciones y le dio un demo con las melodías cantadas en fonética para que se guiara. “Gustavo sentía que las letras eran su punto débil y lo que hacía era armar una lista de palabras que le gustaban por su sonoridad y por las imágenes que le sugerían, así que me pasó la lista para esas canciones”, cuenta Coleman.
Además de incansable, en el estudio Gustavo era extremadamente meticuloso. Durante la gira con Soda, su estudio había estado en remodelación. El techo había sido reconstruido y había levantado una pared de piedra en el fondo, con unos telones rojos corredizos para reforzar u opacar el brillo y el peso del sonido. Llegó a haber once baterías en el estudio. Desde una de los años 50 hasta unos platillos prestados por Charly Alberti.
Cerati quería que las guitarras sonaran pesadas sin usar distorsión, a través del tramado de los arreglos y cargando los arpegios. Como siempre, las jornadas de grabación empezaban después de las tres de la tarde y se extendían hasta la madrugada, con interrupciones mínimas para comer algo o jugar al fifa 2008 en una Xbox. Esos días olían a Nag Champa, un incienso de la India que Gustavo quemaba compulsivamente. Y en el pizarrón del estudio, los tracks tenían proto-nombres como “Aquablues”, “Alba”, “Dilón”, “Diska” y “Orbis”.
En diciembre, viajó a Nueva York para grabar en los Philip Glass Studios unas baterías con Sterling Campbell, ex miembro de Duran Duran y colaborador de David Bowie. Y para fin de año se instaló dos meses en su chacra de Los Altos de Medellín, en Punta del Este. Había programado un mes de vacaciones junto a su novia de entonces, Leonora Balcarce, y otro mes con sus dos hijos, Lisa y Benito.
Durante ese verano, las canciones siguieron creciendo y, para sorpresa de todos, a la vuelta tenía todas las letras terminadas, algo que siempre dejaba para el final. Además de trabajarlas con el cantautor Adrián Paoletti, Gustavo había creado una dupla compositiva con Benito. “Tenían como una forma muy increíble de trabajar”, cuenta Adrián Taverna, íntimo amigo de Gustavo y su sonidista desde los comienzos de Soda hasta el último show de Caracas. “Gustavo le daba una carta a Benito con unas anotaciones, Benito se iba a la noche a la cama, se ponía a escribir las letras y a la mañana le devolvía la carta a Gustavo, que la leía durante el día y después le decía qué le parecía, le sugería cosas y así.”
A partir de esas letras, Gustavo volvió a Buenos Aires con algunas modificaciones en la cabeza para las partes musicales de las canciones y con un nuevo tema, el track escondido de FN “#”. Las grabaciones volvieron a empezar el 8 de abril, que cayó miércoles. Y el primer track sobre el que trabajaron fue “Sal”, sobregrabando unos tones a modo de timbales sinfónicos. Volvieron a grabar de lunes a lunes, a veces hasta el amanecer. “A esa altura de la grabación, las sesiones duraban un tiempo imprevisible”, cuenta Fernando Samalea, a cargo de la mayor parte de las baterías. “Me acuerdo de que la noche que grabamos «#» terminamos ya de día.”
En total, había diecinueve tracks. Cerati y Héctor Castillo, el productor del disco, terminaron descartando cinco y quedaron catorce. “Se los notaba muy seguros de priorizar el estilo western sobre otras opciones con tempos altos o de mayor ritmo como «Déjà vu», que seguramente le hubiesen dado al resultado general una tendencia más dance-rock”, detalla Samalea.
De Punta del Este, Gustavo también había vuelto con el nombre del disco. El concepto definitivo había aparecido en una de las canciones escritas con Benito: una idea vital y trascendente, que sintonizaba con el costado folk y el costado psicodélico de las canciones.
En el disco había una búsqueda que iba más allá de su fascinación estética y la numerología, por ejemplo, era parte de esa búsqueda. Un intento de encontrar un rumbo, unas pistas que señalizaran el camino del que hablaba en las canciones. En una cara interna del vinilo doble de Fuerza natural, en lo que parece un gráfico que orbita en torno a una estrella, hay diferentes círculos con figuras, palabras, letras y signos. Una de las palabras que hay en la ilustración interna y a doble página del vinilo es “The Athanor”. Es la única palabra que aparece en la página de la derecha y es sencillo llegar hasta ella aunque se dé una mirada rápida al gráfico. El atanor es el pequeño hornillo en el que los alquimistas depuraban los metales para tener sus visiones. Por deducción, el jinete que cabalga un caballo pampeano de frente en la portada del disco y que le devuelve la caja de cuero misteriosa a Cerati en el final del video de “Rapto” representaría, entonces, a un alquimista. Y esa caja sería el atanor que vendría a ser, al mismo tiempo, el elemento fundamental de la película que Cerati quería filmar, porque había una película.
Cerati tenía fecha para operarse el hombro derecho este 3 de junio. “Ya se le salía con mucha asiduidad. Bajando de un micro, en la gira, se había agarrado de arriba de la puerta, hamacándose, y de repente escuchamos que hizo crack. Gustavo empezó a decir «ay, ay, ay» y le quedó el brazo torcido, para afuera”, cuenta Taverna. “Decía que nadie lo tocara y se lo acomodaba solo, onda medio Arma mortal, que Mel Gibson se pegaba contra un armario. Pero no es que él se pegara contra ningún lado, hacía como un movimiento y se le volvía a poner en posición.” En la gira viajaba con su kinesiólogo, Charly Michell y para tocar usaba una venda ortopédica de neoprén. En algunos shows, un asistente tenía que ayudarle a colgarse y descolgarse la guitarra.
Otra cosa que impresionaba a sus compañeros era la desinhibición que tenía para inyectarse anticoagulantes en la panza estuviera donde estuviera. “Se subía al avión y de repente lo veías que sacaba una jeringa y se la clavaba en la panza mientras la gente pasaba a su lado”, cuenta Taverna. Después de la trombosis que había tenido en una de sus piernas en 2006, se tenía que inyectar los anticoagulantes si tenía por delante un vuelo de más de cuatro horas. Además de todo lo que fumaba y su ritmo de vida, tantas horas de vuelo acumuladas habían sido un factor decisivo para que se le hubiera formado un coágulo en la pierna.
Ultimamente, además, subirse a un avión le daba miedo. Y para no tomar pastillas para dormir, Cerati se compraba una pila de revistas Gente, Caras, Pronto, Noticias y Paparazzi en el aeropuerto para entretenerse en el avión.
El disco había salido en septiembre y, antes de cerrar el año en el Club Ciudad de Buenos Aires, lo habían presentado en México y Chile. Después de unas vacaciones, en abril volvieron a subirse a un avión para empezar el segundo tramo de la gira, que arrancó el 24 de abril en Lima.
En el verano, Gustavo había conocido a la modelo Chloé Bello y la había invitado a acompañarlo en el tour, así que en esa parte de la gira casi no estuvo con sus músicos abajo del escenario. “Estaba como muy de novio. Entonces salía mucho con ella y hacían más la suya”, cuenta Taverna. “Estaba re bien. Lo único, no paraba nunca. Al estar de novio, había días que directamente ni lo veíamos.”
En las giras, Gustavo siempre había sido un comprador compulsivo: además de salir con bolsas y bolsas de las disquerías, comprarse libros sobre numerología, astrología, física o civilizaciones antiguas, últimamente también se compraba mucha ropa y sus amigos lo cargaban porque nunca se ponía dos veces lo mismo. En los tres días que la banda tuvo libres en Los Angeles, donde dieron un segundo show, se alquiló un Dodge convertible para pasear con su novia por la ciudad y las playas del Pacífico. Y el último día, se compró una guitarra con doble diapasón, una edición limitada de diez ejemplares, que le enviaron cuando -después de tocar en Tijuana y Acapulco- la gira pasó por Miami.
Ninguna de las canciones del setlist que estaban haciendo (una primera parte en la que tocaba el disco nuevo entero y una segunda parte con un random de sus canciones solistas) lo convencía demasiado para usarla, así que aprovechó para incluir “Tratame suavemente” de Soda Stereo, que le gustaba a su novia.
Después del show en Miami, Chloé se fue a Europa a posar para unas campañas gráficas, así que las últimas fechas las pasó junto a su crew y acá, entonces, todo empieza a parecerse a una despedida. “En Bogotá y Medellín ya volvimos a estar más juntos, volvimos a salir después de tocar”, apunta Taverna. Una vez terminado el show en Caracas, donde terminaba este tramo del tour, Gustavo se iba a ir directo a España a promocionar el disco y ahí se iba a volver a encontrar con su novia.
Y aunque hasta entonces la gira había sido bastante distendida, con varios días libres entre show y show, en ese último tramo cobró velocidad y en cinco días tuvieron tres shows. Martes en Medellín, jueves en Bogotá y sábado en Caracas. “Ahí fue donde sintió más el trajín por lo poco descansado que venía”, analiza Taverna. Nunca había sido de dormir mucho, pero durante esos días sus compañeros lo notaron cansado y un poco fastidioso.
“El día que llegamos a Caracas, le dije que aprovechara a descansar y me dijo que sí, que iba a pedir room service y se iba a dormir temprano. Y después me enteré de que a la una de la mañana se levantó y se fue a la mierda, solo. Y volvió a cualquier hora. Medio se nos escapó”, agrega Taverna.
Al día siguiente, el 15 de mayo, antes del show en la Universidad Simón Bolívar, estuvo un rato en el hotel hablando con Andy Fogwill vía Skype, definiendo algunos detalles del clip de “Magia”, el tercer corte de Fuerza natural. La idea era que los videos del disco conformaran una road-movie psicodélica. “Lo que estábamos haciendo con Gustavo antes de su acv, era Fuerza natural, la película”, cuenta Andy Fogwill. Gustavo cortó la charla porque se tenía que ir a tocar. “Ahora., ¡it’s show-time!”, se despidió.
En la Bolívar, estuvo de muy buen humor. “El lugar donde tocamos no podía ser más lindo, era un predio en el medio de la montaña; imaginate el escenario rodeado de montañas y de una vegetación de un verde irreal”, recuerda Coleman.
En general, Gustavo no era muy comunicativo con la gente y, después de los shows, cuando volvía al hotel y se metía en YouTube a ver los videítos que habían subido los fans, solía arrepentirse de las cosas que decía. Pero ese día, sin embargo, se la pasó haciendo chistes. El último tema de la noche fue “Lago en el cielo”, de Ahí vamos.