Las próximas elecciones presidenciales en Brasil han dado mucho de qué hablar en estos días. Hasta hace poco casi todos daban por seguro el triunfo de doña Dilma, a pesar de las fuertes manifestaciones que hubo el año pasado y las más recientes contra los gastos que trajo consigo el Mundial de futbol.
Ciertamente, un malestar se había venido incubando en la sociedad brasileña que al final afloró. La economía no ha estado marchando bien. Se espera que el PIB caiga este año 0,52%. El deterioro del nivel de vida de ciertas capas medias y bajas de la población generó un rechazo a las políticas gubernamentales, y el apoyo que tuvo el gobierno se empezó a derrumbar.
No obstante, nadie aun ponía en duda que la presidente reconduciría su mandato hacia un nuevo período. Pero la vida, como diría Ruben Blades, te da sorpresas, y los cisnes negros existen.
Un hecho lamentable e inesperado llevó a asumir la candidatura presidencial del Partido Socialista de Brasil (PSB) a Marina Silva, ex ministra de Lula Da Silva, antigua militante comunista y del PT, una mujer que en lo personal ha vivido momentos complicados: víctima de malaria, hepatitis, lesmaniasis y contaminación por mercurio.
Dicen que estuvo casi a punto de meterse a monja en su juventud, que ha manifestado haber tenido una revelación divina y hoy es evangélica pentecostal. La acusan de fundamentalista, que cree en la versión de la Biblia sobre el origen del hombre, y que es mesiánica.
Otros han señalado que después de ser candidata, hay una “nueva Marina”, que de bagre ha pasado a ser tiburón, por sus posiciones respecto de las políticas económicas ortodoxas que ha comenzado a defender: estabilidad cambiaria, equilibrio fiscal, independencia del banco central. De intransigente ambientalista, opuesta a los transgénicos y contraria al matrimonio gay, hoy esos temas brillan por su ausencia en su discurso electoral. Un analista dice que es un caso curioso “de autodeconstrucción”.
Llegó a obtener el 19 % de los votos en las elecciones pasadas, lo cual no es poco.
Nadie sabe lo que realmente piensa, dicen que es una traidora a sus principios y una egocentrista, que puede llevar a un país incierto; a un retroceso; por su estilo, no es transparente, es fundamentalista religiosa, pero que la vez se habría copiado el programa económico de Fernando Henrique Cardoso, un “Cardoso con faldas”, reaccionaria, y que pretende entregarle a los bancos la facultad de fijar los intereses que cobren. Algunos dicen que expresa una “flexibilidad transideológica” particular que abona a la indefinición que evidencia. Otros la comparan con Obama y su carrera fulgurante que lo llevó a la presidencia, sobre todo, por el cambio que representó éste en su momento.
Si desde dentro del mismo Brasil se expresan tan variados enfoques sobre el personaje, con más razón desde el exterior.
El dato duro es que el fenómeno electoral que representa da al traste con la polarización tradicional entre el PT y el PSDB, una novedad sin duda.
Según encuestas recientes, Silva es apoyada por el 53% de evangélicos, el 42% de los católicos. Cifra relevante en un país tan religioso como Brasil.
Como observador, no me luce claro el desenlace en esta contienda electoral. Habrá que ver cómo se mueve en las próximas semanas el electorado de un partido como el PSDB, cuyo candidato tiene un apoyo, según sondeos, del 15%.
No están descartados acuerdos para la segunda vuelta, que por los vientos que soplan será entre Dilma y Marina.
Para nuestro país, Venezuela, el resultado final no deja de ser relevante, por las repercusiones en la región que pueda tener un cambio en el gobierno brasileño.
Emilio Nouel V.
@ENouelV