Del Apocalipsis del siglo XX a lo que queda por venir

Del Apocalipsis del siglo XX a lo que queda por venir

Trinchera segunda guerra mundial
El 1 de septiembre se cumplía el 75 aniversario del estallido de la Segunda Guerra Mundial (1939-1945), uno de los acontecimientos que, junto a la Gran Guerra (1914-1918) y la caída del Muro de Berlín (1989), ha marcado el siglo XX como el más violento y destructivo de la historia de la Humanidad, y que aun proyecta sus consecuencias sobre el actual siglo XXI.
  • La I y la II Guerra Mundial pusieron en marcha la industrialización de las matanzas.
  • La Gran Guerra establece por primera vez un modelo de guerra total, en el que la lucha se realiza entre sociedades y poblaciones enteras.
  • En la Segunda Guerra Mundial desaparece cualquier distinción entre el frente de batalla y la retaguardia.
  • La coalición internacional contra el Estado islámico perfila una nueva guerra mundial, tanto por el número de países implicados como por el choque entre civilización y barbarie.

Vivir, sufrir y padecer una guerra supone tal trauma que la generación que lo experimenta suspira de alivio cuando concluyen las hostilidades y proclama su deseo de que semejante tragedia no vuelva a suceder, y que el período de paz que sucede al balance de muertos, heridos y destrucciones materiales sea para siempre. Vana ilusión, porque la historia demuestra que las generaciones siguientes no habrán escarmentado en la cabeza ajena de sus predecesores, y porque, a fin de cuentas, la guerra es consustancial al ser humano, de modo que cada generación parece necesitar experimentar su propia epopeya guerrera.

De lo que no parece existir duda alguna es de la progresiva capacidad de matar, cuantitativamente, a lo largo de los siglos. Si los avances científicos y tecnológicos proporcionan importantes saltos cualitativos en cuanto a la producción de bienes y servicios, y a la simplificación en la tarea de fabricarlos y hacérselos llegar a más y más habitantes de la tierra, también han multiplicado exponencialmente la potencia destructiva y de aniquilación de personas, instalaciones y de todo aquello susceptible de ser borrado del planeta.

Los numerosos estudios y publicaciones surgidos en este centenario del estallido de la I Guerra Mundial (1914-1918) han servido para redefinir las responsabilidades y matizar que aquella conflagración, en última instancia, fue producto de la voluntad de todos los imperios en presencia de pelear por tratar de imponer su propia supremacía.





Los protagonistas que la disputaron la llamaron la Gran Guerra, por implicar a todas las grandes potencias de entonces. De una parte, los imperios centrales (Alemania, Austria-Hungría, además de la Turquía y su Imperio Otomano); de otra, el Imperio Británico y sus colonias, el de Francia y las suyas, el Imperio de la Rusia zarista, y los territorios balcánicos. A estos últimos se añadiría Estados Unidos, que resultaría a la postre el gran vencedor de la contienda, como nuevo líder mundial emergente. En total, 27 países aliados, frente a las naciones nucleares de los imperios centrales y su conglomerado de territorios autónomos.

Soldados franceses en la batalla de Marne (1914) contra las tropas germanas / Topical Press Agency
Soldados franceses en la batalla de Marne (1914) contra las tropas germanas / Topical Press Agency

La campaña de apenas unos meses que preconizaron quienes decidieron desencadenar aquella guerra, cuyo pretexto fuera el asesinato en Sarajevo del heredero del trono austro-húngaro, se eternizó durante cuatro largos años. Los aliados de la Entente movilizaron 42 millones de personas, con un total de 22 millones de bajas (5 millones de muertos, 13 millones de heridos y 4 millones de prisioneros y desaparecidos). Los Imperios Centrales llamaron obligatoriamente a empuñar las armas a 23 millones de personas, de las que murieron 3,5 millones; fueron heridas 8,5 millones, y 3,6 millones más fueron hechas prisioneras o dadas por desaparecidas.

Para acometer la lucha, los aliados hubieron de invertir el equivalente a 57.700 millones de dólares, y endeudarse financieramente en otros 120.000 millones de dólares (a la cotización de 1913). Los Imperios Centrales asumieron un coste económico de 24.700 millones de dólares y deudas financieras por valor de otros 40.000 millones.

Aunque las operaciones bélicas se desarrollaron en Europa, gran parte del planeta se vió involucrada, habida cuenta de las numerosas colonias en África, Asia, Oceanía e incluso en América, que poseían las potencias contendientes, y cuyas materias primas fueron imprescindibles para la fabricación de armas y municiones, y para el sostenimiento financiero de la lucha.

Una guerra entre sociedades

Con esta conflagración mundial se establece por primera vez un modelo de guerra total, en el que ya no se distinguen castas, dinastías o familias. La lucha se realiza entre sociedades y, en consecuencia, son poblaciones enteras las que se identifican con la nación o el propio bando, en contraposición al enemigo de enfrente. Es la primera derivada clara del auge de los nacionalismos del siglo XIX, que se exacerbará más aún en los años siguientes, los conocidos como el periodo de Entreguerras.

Para muchos historiadores, la Gran Guerra es en realidad el inicio de una guerra civil europea, en la que la II Guerra Mundial (1939-1945) será su episodio más cruel y sangriento, y que culminará, al menos momentáneamente, con la caída del Muro de Berlín (1989) y el derrumbamiento de la Unión Soviética.

La Gran Guerra se saldó con la derrota del II Reich, la desaparición de los imperios alemán, austro-húngaro y otomano; el derrocamiento violento del zar de Rusia y el correspondiente nacimiento de la Revolución de Octubre, que daría origen al totalitarismo comunista; a la sustancial alteración de fronteras europeas, y a la conformación de un nuevo mapa en todo Oriente Medio, centrado en conseguir el control permanente de los pozos de petróleo y en abrir la vía para la instauración futura de un hogar territorial permanente para el pueblo judío.

Los tratados de Versalles que ponían precio a la inmensa destrucción de la guerra, diseñaron en su redacción que los vencedores se quedaban con todo y que a los vencidos había que derrotarlos para siempre. Llevaban en aquella humillación a Alemania el germen del totalitarismo nacionalsocialista, y la semilla de la II Guerra Mundial.

Adolf Hitler, dictador de la Alemania nazi / Archivo Federal Alemán
Adolf Hitler, dictador de la Alemania nazi / Archivo Federal Alemán

II Guerra Mundial, el gran Apocalipsis

Esta tendría dos prólogos especialmente sangrientos: la guerra civil española (1936-1939) y la chino-japonesa, abiertamente declarada en 1937, y que enlazaría con la guerra total en el Pacífico hasta su final con la rendición de Japón tras las dos bombas atómicas lanzadas por orden del presidente Harry Truman sobre las ciudades de Hiroshima y Nagasaki.

El comienzo oficial no obstante de la mayor conflagración bélica registrada hasta ahora se fija a las 04:45 horas del 1 de septiembre de 1939, en que la Werhmacht moviliza 53 divisiones, apoyadas por 1.600 aviones, para invadir Polonia. El canciller alemán,Adolf Hitler, emprende aquella acción tras acordar con Stalin, el dictador soviético, el reparto de Polonia y los países bálticos, y haberse convencido de que Inglaterra y Francia se lo tragarían impasiblemente, de la misma forma que lo habían hecho con la anexión de la región de los Sudetes en Checoslovaquia.

Londres y París declararon la guerra a Alemania apenas 24 horas más tarde, lo que alivió a los polacos masivamente invadidos por los nazis. Sin embargo, ni Inglaterra ni Francia movieron un solo dedo cuando apenas dos semanas más tarde las tropas soviéticas cumplían su parte del pacto Ribbentrop-Molotov y penetraban en Polonia por el este.

Comenzó así una guerra, cuya cifra de muertos que aún hoy no ha logrado establecerse con precisión. Al final de la misma, se consideraron entre 56 y 77 millones de muertos, pero nuevos acopios de documentación cifran en unos 100 millones los que finalmente perecieron en la contienda. En 1947 Stalin, por ejemplo, reconoció 7 millones de muertos soviéticos. Hoy, los historiadores documentan entre 17 y 37 millones las víctimas finales de la Unión Soviética.

Londres bombardeada por el Ejército alemán en junio de 1940 / Wikimedia
Londres bombardeada por el Ejército alemán en junio de 1940 / Wikimedia

En la aterradora frialdad de tales cifras hay que incluir a los más de cinco millones de judíos y al millón de gitanos que los nazis decidieron erradicar de la faz de la tierra. Un Holocausto que marcaría para siempre la brutalidad del siglo XX y la industrialización de la muerte.

En todo caso, la conflagración involucró directamente a 61 países y a 1.700 millones de personas. Nazis y comunistas erigieron al Estado como el controlador absoluto de la economía, puesta por completo al servicio de la máquina de guerra, con la consiguiente consecuencia de fortalecer la tiranía de sus respectivos regímenes totalitarios.

Desde el punto de vista militar, fueron movilizados 110 millones de personas, entre las que se incluyeron también por primera vez mujeres (900.000 en el Ejército Rojo, el 8% de los efectivos totales), y niños, como por ejemplo, los encargados de defender las últimas posiciones germanas cuando la derrota de Alemania era inminente.

Sin diferencia entre el frente y la retaguardia

Si la Gran Guerra había implantado la guerra total de países y poblaciones enteras, unos contra otros, la II Guerra Mundial hizo desaparecer cualquier distinción entre frente de batalla y retaguardia. Los bombardeos de fábricas y de poblaciones enteras, fueran Coventry o Dresde, Londres o Berlín, se consideraron terribles y trágicas acciones de guerra sin más.

La economía puesta al servicio de la guerra desembocó en un aumento meteórico de los gastos militares, en los que sobresalió Estados Unidos, con 3,2 billones de dólares, seguido a mucha distancia por Alemania (68.000 millones) y la URSS (48.000 millones).

Ese vuelco se tradujo en la absoluta supremacía norteamericana al final de la guerra. Cuando Japón se rindió, Estados Unidos ya producía el 51% de todos los bienes y servicios del mundo. Sus fábricas habían sido las únicas que habían quedado intactas en un panorama devastador. No hubo país en Europa que no viera destruido todo su sistema productivo y su red de transporte y comunicaciones. Por todo el continente, además, vagaban 45 millones de refugiados y desplazados, que dependían enteramente de la ayuda americana para sobrevivir.

Aunque muy devastada, la URSS fue el otro gran vencedor de la guerra. Su incontenible avance hacia Berlín se tradujo en la incorporación de los países conquistados a la órbita soviética. Que Stalin no llegara a adueñarse de todo el continente se debió al desembarco de Normandía y a la subsiguiente marcha hacia la capital del III Reich de las tropas anglo-americanas y a sus unidades aliadas anexas.

Francia, que había pactado con el mariscal Petain un armisticio y un régimen colaboracionista con los nazis, terminó sentándose a la mesa de los vencedores con el general De Gaulle. Lo mismo le pasó a Italia, modelo inicial del propio Hitler a través de su admirado Benito Mussolini, y luego incorporada al bando de los ganadores.

Churchill, Roosevelt y Stalin en la Conferencia de Yalta que puso fin a la II Guerra Mundial / Departamento Defensa EE UU
Churchill, Roosevelt y Stalin en la Conferencia de Yalta que puso fin a la II Guerra Mundial / Departamento Defensa EE UU

Una descolonización acelerada

Alemania, nuevamente perdedora, devastada, amputada y troceada, pudo reconstruirse gracias a la interesada generosidad del Plan Marshall, que permitió erigir una Europa democrática y próspera que contuviera las posteriores ansias expansionistas de la URSS. Alemania fue refundada como República Federal el 23 de mayo de 1949, replicada con la antitética República Democrática apenas cinco meses más tarde, el 7 de octubre de 1949. Ambas se reunificarían 41 años más tarde, el 3 de octubre de 1990, en virtud del Tratado Dos + Cuatro. Un acontecimiento que se hizo a regañadientes del presidente francés, François Mitterrand (“Quiero tanto a Alemania que prefiero que siga habiendo dos”, llegó a decir), y en el que el canciller Helmut Kohl siempre agradeció el firme e incólume apoyo que le otorgó el presidente del Gobierno español Felipe González.

Alemania se erguía así como vencedora de la larga Guerra Fría (1949-1981), aunque hubo de aportar aún una cuantiosa indemnización a la URSS para que desalojara de tropas la RDA, al tiempo que la Unión Europea habría de contribuir en conjunto a que los 17 millones de alemanes orientales se integraran al nivel de sus compatriotas del oeste. Los ingentes fondos que la RFA había aportado para financiar el desarrollo de las incorporaciones del sur -España, Portugal y Grecia-, cambiaron de dirección, y empezaron a derramarse sobre la antigua Alemania del Este primero, y luego sobre el aluvión de países, que apenas se libraban del yugo comunista, aporreaban las puertas de la UE y de la OTAN en petición de entrada.

Si el premier inglés, Winston Churchill, fue uno de los artífices incontestables del triunfo aliado, la II Guerra Mundial abrió la ruta para el final de todos los imperios, el británico y todos los demás. Como señala el historiador Herbert F. Ziegler, los procesos de descolonización iniciados a raíz de la II Guerra Mundial, darían origen a más de 90 nuevas naciones independientes y a que 800 millones de personas se adueñaran de su propio destino.

Aquellas descolonizaciones fueron traumáticas en la mayoría de los casos, al servir de escenario bélico para la confrontación entre los dos bloques surgidos en la Guerra Fría. La carrera de armamentos no se detuvo, antes bien se fabricaron armas nucleares en cantidad suficiente para destruir varias veces la tierra, e ingenios convencionales tan destructivos e ingentes como para mantener una media de víctimas mortales superior a las 20.000 anuales.

Así, aunque se generalizara en la visión europea que el mundo estaba en paz, la realidad es que la guerra a escala mundial continuó  a través de los denominados conflictos de baja intensidad. Corea, Indochina, Vietnam, Camboya, Indonesia, Filipinas, India, Pakistán, Congo, Angola, Mozambique, Ruanda, Chad, Eritrea, Sudán, Nicaragua, Colombia, Argentina, Uruguay, Chile, El Salvador y Guatemala, mantenían incandescente el altar de las ofrendas a Marte, el dios de la guerra, a la vez que en Oriente Medio las guerras arabo-israelíes acentuaban cada cierto tiempo el distanciamiento entre la cultura occidental judeo-cristiana y la musulmana.

La actual confrontación entre los yihadistas del Estado Islámico y la coalición internacional rubricada en la cumbre de la OTAN en Cardiff, junto con el apoyo de las monarquías árabes amenazadas directamente por los extremistas del nuevo Califato, perfilan por lo tanto otra nueva conflagración mundial, tanto por el número de países implicados y afectados como por el choque inevitable entre civilización o barbarie.

Por Pedro González para ZoomNews