La bronca gubernamental hacia los estudiantes es visceral, extrema. El gobierno los mata, los apresa, los tortura, procura someterlos de los peores modos conocidos. Pero siguen en la calle, manifestando como se debe su pensamiento contrario al maléfico accionar del poder en todos los ámbitos, conscientes de su deber patriótico, como lo hicieron en La Victoria junto a José Félix Ribas.
Los alumnos, portando boinas, gritando Sacalapatalajá, desafiaron a Gómez y lo hicieron tambalear desde Palenque, avivando una huelga general que terminó en su liberación, por el temor que causaron en el caudillo aquellos 252 muchachos que representaron la muy digna Generación del 28. La de Betancourt, la de Leoni, la de Jóvito Villalba, entre tantos. Algún estudiante muerto en prisión o en la calle debió haber tenido Gómez. Sin embargo, no se destacó por asesinar estudiantes. Sin que por ello haya dejado de ser un dictador brutal.
Precisamente Jóvito brilló cuando López Contreras les concedió a los estudiantes de la manera más pacífica todo lo que solicitaron en su momento. Según Silva Luongo (2000): “López Contreras en casi todos los aspectos, incorporaba mayores elementos de progreso en todos los órdenes, especialmente respecto a las libertades públicas, de asociación y de organización de los partidos políticos y sindicatos”. Una placa en la escalera del Palacio de las Academias conmemora la caída de un valiente luchador estudiantil en la antigua universidad. Así, también tuvo López su sangre derramada de jóvenes que debieron proseguir en las aulas, conociendo y aportando conocimiento, su lucha por un mejor país futuro. A este otro militar se le conceden amplitudes casi democráticas en el manejo de su gobierno. Como asesino de estudiantes no queda en la historia, por más que intentemos realzar la placa de las Academias.
Pérez Jiménez llegó a jactarse de no haber sido precisamente cruel con los estudiantes. Difícil creerle, después de seguir algunos testimonios de las torturas aplicadas. La jactancia del cruel dictador llega a su expresión mayor cuando justifica las muertes políticas, pero se solaza en explicar que no fueron muchas las víctimas. Ningún estudiante entre ellos. En Frente a la infamia señala: “Los muertos que se ´achacan´ a la dictadura no pasan de diez” (113). Nada, ni las toneladas de cemento, ni la tan manida prosperidad económica de su tiempo de petrolero provecho, oculta sus límites absolutos a las libertades, su ser sanguinario con los adversarios políticos, su régimen de terror.
Chávez fue incomprensible e innecesariamente vil e inhumano con muchos de sus adversos. La muerte de Franklin Brito, por capricho nomás, la muy oscura del fiscal Anderson, las prisiones vergonzantes de Simonovis y los demás policías de abril, la jueza Afiuni, el exilio de tantos combatientes, no es precisamente para agradecerle a ese ser indolente que como gobernante fue con quienes se le opusieron. Seguro estoy que en su historial sanguinario y morboso no pasará la idea de haber sido un asesino de alumnos.
Esto ha sido otra cosa: sangrienta, cobarde y desmedida. Especialmente este año ha significado una etapa triste, dolorosa, para quienes hemos enfrentado este régimen nefasto en Venezuela. La inexplicable prisión política de Leopoldo López, Simonovis y los demás policías de aquel abril; así como la muerte, prisión, tortura, vejación, persecución y violación de los derechos humanos mínimos de los estudiantes, hacen de 2014 y del gobierno que encabeza Maduro, conjuntamente con algunos milicos deshumanizados, como el actual ministro de relaciones interiores, amparados en los disfuncionales organismos del estado como la Fiscalía, el Tribunal Supremo; todo eso que constituye el “poder moral” que tendrá de poder mucho pero ni una íngrima pizca de moral, más brutal física y psicológicamente que los gobiernos de Gómez, López Contreras, Pérez Jiménez e incluso Chávez, juntos. Especialmente para el sector estudiantil esto ha constituido una barbarie criminal sin precedentes.
Todas estas reflexiones me sobrevienen a partir de la interrogante con la que titulé este artículo. ¿Deben los estudiantes ser los guías políticos de una nación? ¿Tamaña responsabilidad debe recaer en aquellos cuyo rol social es el de formarse para poseer o agigantar sus conocimientos para posteriormente aplicarlos en su provecho, el del país y el de la humanidad? Mi primera respuesta es no. En un país normalito no. ¿Ahora, en este del terror y la humillación? Sí. Acá todos debemos confluir en ejercer la manifestación consuetudinaria de nuestro pensamiento contrario a los desmanes, a diario, en cada esquina, a toda hora, hasta que salgamos de este inmenso atolladero inhumano que padecemos. Todos debemos insistir en esto, es nuestra responsabilidad social, política, humana. La libertad hay que conquistarla; luego habrá tiempo de encausar la búsqueda más ceñuda del conocimiento, en otra etapa más parecida a la paz.