Lo más cierto del asunto ese de la propaganda es que la gente toma Coca-Cola y fuma Marlboro a punta de comerciales de todo tipo. Radio, televisión, publicidad exterior, concursos y pare usted de contar. Conscientes de ello, los regímenes de onda dictatorial, comunistoides o poco democráticos, prevalidos de esta arma de convencimiento, la utilizan no a discreción, si no a mansalva, en el logro de sus propósitos.
En Venezuela, el gobierno maneja de una u otra forma, sea por propiedad accionaria, sea por amenazas, sea por chantaje financiero o de papel, o sea por autocensura, la inmensa mayoría de los diarios, las radioemisoras y las televisoras. Solo basta leer un resumen del currículo de Joseph Goebbels, gran ministro de la propaganda de la Alemania nazi o de Lavrenti Páulovich Beria, gran ministro de la propaganda soviética estalinista, para verificar que el espíritu de esos dos tristes y famosos personajes ocupan hoy sillones preferenciales en el Consejo de Ministros de Venezuela. Sus ideas son veneradas aunque no los mencionan ni de casualidad.
Goebbels convenció a la población de ese gran país, una sociedad ciertamente civilizada, mediante los artificios, artimañas, engaños y señuelos de la propaganda nazi, de entrar en una guerra infame, terrible. Y a adorar a Hitler, que no era sino un despiadado criminal.
Por su parte, Beria, mediante el monopolio de las comunicaciones y la prensa, en lo que él mismo bautizó como “hegemonía comunicacional” (lo de Izarrita es una copia desvergonzada, más bien un vulgar plagio), convirtió a Stalin en un héroe nacional, cuando en realidad no pasaba de ser un sanguinario verdugo.
En tres ocasiones distintas, dos Chávez y una Maduro, se han empleado ardides propagandísticos para distraer a la gente, para confundir a las masas, para manipular la opinión pública, para disfrazar la realidad. Capotes rojos que no siempre son advertidos por los ciudadanos. De allí que, pese al derrumbe gigantesco de la civilidad, del desarrollo económico. Frente a una criminalidad tenebrosa, una inflación demoledora, un desabastecimiento vergonzoso el gobierno conserve todavía 35% en promedio de opinión favorable.
Primero fueron los fulanos motores del desarrollo. Ay, qué palabrerío. Parecen parodiar a la Loca Luz Caraballo. Los deditos de tus manos. Primer motor: ley habilitante. Vía directa al socialismo. ¿Al socialismo? ¡Al desastre! Nos estamos desmoronando y el presidente empeñado en pagarles a los banqueros de Wall Street, en vender Citgo. De esa frase Patria, Socialismo o Muerte, solo cumplió una de las metas. Ya saben ustedes cuál. Una ley que los habilitó para robar, corromper, torcer la Constitución y las leyes.
Segundo motor: reforma constitucional. Estado de Derecho socialista. Afortunadamente las mayorías electorales derrotaron el atrofiado intento de coronar emperador al presidente de la época, aunque a lo largo del resto de su vida fue aprobando, por cuentagotas y contra la Constitución y el sentido común, la mayoría de las deformidades planteadas en esa reforma, tales como el manejo de las reservas internacionales como si fuera la caja chica de una cantina militar.
Tercer motor. Moral y luces. Educación con valores socialistas. Aquí sí se montó la gata en la batea. Ya se cuentan por docenas los grandes capitanes de este gobierno que han solicitado asilo en Estados Unidos a cambio de informaciones sobre delitos de corrupción y de narcotráfico. El Witness Protection Program parece un oasis para todo aquel que caiga en desgracia. Son varios los “soleados” que no pueden pisar ningún país del mundo por temor a que les pongan los ganchos. Como dice la famosa consigna militar: “El honor ni se divisa”. La moral está podrida y las luces apagadas.
Cuarto motor. Nueva geometría del poder. El reordenamiento socialista de la geopolítica de la nación. Umm. Una cháchara estupidizante para destruir alcaldías y gobernaciones. La ruptura de la organización democrática. La eliminación definitiva del equilibrio de poderes y la aplicación con saña del más despiadado centralismo. Todo en manos de una sola persona.
Y por último el quinto motor. Explosión del poder comunal. ¡Democracia protagónica, revolucionaria y socialista! Qué retahíla de necedades. Cuánta verborrea inútil. Cinco motores que se fundieron. Pasaban aceite con perol y todo. Un castillo de engaños y de promesas. No resistieron la más mínima prueba de funcionamiento. Se hundieron en el tiempo. Murieron al nacer. Ya nadie recuerda nada de ello. Ni siquiera los más recalcitrantes defensores del gobierno. Eran pura paja. Y pensar que llegó a ser una pregunta obligatoria en los requisitos para disfrutar de una de las famosas misiones. Dios. En la próxima entrega las otras dos campañas… Las tres R y las cinco revoluciones dentro de la revolución.