Algunas calles se volvieron peatonales, las paredes inspiraron a los artistas y aparecieron áreas de picnic. Las manifestaciones prodemocracia han transformado la cara de Hong Kong y a algunos habitantes les gustaría que fuera para siempre.
Ya no quedan muchos manifestantes en las calles, pero tres zonas siguen paralizadas por las barricadas, por más que les pese a los usuarios de los transportes públicos y a los comerciantes, que se quejan de la caída en picado de sus beneficios.
La vida cotidiana sigue alterada por el movimiento que vio como los hongkoneses llenaban las calles por decenas de miles, desde el 28 de septiembre, para exigir más libertades democráticas.
En pleno centro de Hong Kong, en el barrio de Admiralty, la mayor zona ocupada cerca de la sede del Gobierno local, una autopista urbana de dos veces cuatro carriles sigue libre de vehículos sobre un kilómetro. De costumbre, los coches circulan, parachoques con parachoques, en esta ciudad trabajadora de siete millones de habitantes, auténtico remanso para el capitalismo financiero internacional.
Los manifestantes no superan los 200 durante el día, y el lugar queda libre para ciclistas, adeptos del footing y empleados de oficinas que hacen picnic, aprovechando la ausencia de ruido y gases de escape.
– Creatividad –
“Todo esto es muy perturbador, pero sería una buena idea ofrecer más espacio para los peatones”, comenta Lucy, que trabaja en el mundo de la moda. “La ciudad se ha vuelto insoportable porque está abarrotada”.
George Adams, un ciclista de 56 años, aprovecha para pedir pistas ciclables. “Hay ocho carriles para coches, nada para los peatones, nada para las bicicletas. Significa algo, ¿no? Que Hong Kong está dominado por el dinero, los ricos y los magnates de los negocios”.
Unos transeúntes admiran las obras de arte que aparecieron de forma espontánea en las paredes, como “el muro de Lennon”, una escalera cubierta de notas de todos los colores en apoyo al movimiento. A dos pasos de allí, se erige “el hombre del paraguas”, una inmensa estatua de madera que representa a un manifestante que enarbola el accesorio que se convirtió en emblema del movimiento.
“Todo esto es muy artístico”, opina Zoe Chao, un empleado de oficinas de 24 años. “De costumbre, solo vemos coches y autobuses. Aquí, tenemos obras de arte creadas por gente común. Es irreal”.
Los defensores del medioambiente se alegran de la mejora de la calidad del aire. “La creación de zonas peatonales y de pistas ciclables debería preverse desde la concepción de nuevos proyectos”, dice Edwin Lau, de la ONG Amigos de la Tierra.
Muchos habitantes lamentan que siga la ocupación, que perturba el tráfico y provoca atascos tremendos.
“Los estudiantes son muy egoístas por manifestar en lugares públicos”, dice Peter Bentley, un jubilado que lleva 30 años en Hong Kong.
Pero los jóvenes defienden su lucha por una forma de vida distinta, en una ciudad en la que el sentido de los valores comunitarios se ha hecho pedazos en las últimas décadas. AFP