« La sencillez y naturalidad son el supremo y último fin de la cultura»
Friedrich Nietzsche
La educación es la mejor arma contra las sombras, dijo un pensador express en algún país tercermundista. Es cierto. Hay que reconocer que la educación aclara y despeja nuestras preguntas más profundas, creando otras que dan sentido a pensarnos. Sin embargo, ¿la educación ha logrado efectivamente disipar la ignorancia y liberar a los venezolanos de las sombras que los han acechado durante años? En esta serie llamada #EducacionParaUno, compartiré varios artículos reflexionando sobre la educación que tenemos, y la que aspiramos tener. Para adentrarnos, despejemos primero algunas realidades de la educación venezolana.
En nuestro país, el sistema educativo ha sido el primer objetivo para establecer un régimen de oprobio y desdicha. No se ha logrado esto únicamente con textos escolares y maestros pésimamente preparados, sino más bien con todo un aparataje pedagógico-ideologizante que facilita la dominación y el control de las fuerzas que cada individuo posee por naturaleza. En la calle te darás cuenta que aún en un siglo donde todos tienen acceso a la información, donde un ciudadanos de cualquier país del mundo puede tomar cursos de astronomía, cálculo, filosofía, economía y un sinfín de áreas, las personas cifran sus esperanzas en que otros les resuelvan el problema, les dé la solución, les diga la respuesta o los ayude para el refresco. Hoy controlan más por la educación que por la represión, y moldean los intereses más por la preparación que por el mercadeo.
El Estado, en su perenne insistencia por teñir a los niños y jóvenes de uniformidad, pervierte el sistema educativo convirtiéndolo más en una industria que una respetable actividad a realizar por entes distintos a él. En su mentira de encarnar una estructura de superioridad moral, considera que puede culturizar en una misma dirección y con un objetivo compartido por todos.
Si hemos acordado con que nuestro problema es cultural, y no político, ¿cómo dirigimos el espíritu de nuestros jóvenes hacia la excelencia? ¿Cómo inspiramos el alma de un niño para que guíe su espíritu hacia donde mejor le parezca, sin caer en los tentáculos de autoritarismos e ideologías falaces? Lo primero que tenemos que asumir responsablemente es qué tipo de hombres llevarán a Venezuela a la cima de la cultura.
El primer obstáculo a superar es el famosísimo “formemos ciudadanos que estén al servicio de la comunidad”. ¿Quién puede estar al servicio de algo cuando no se debe primero a la exigencia e interés personal, individual?
Los venezolanos del mañana, para proyectarse en sociedad, requieren absoluta claridad sobre lo que piensan, sienten y consideran que deben ser ellos mismos. Esto no descarta las incertidumbres, las certezas, las batallas incansables que libra el espíritu consigo mismo en búsqueda de respuestas. Al contrario, es natural que en un ambiente donde se propugna la fortaleza y el brío individual, surjan cuestionamientos sobre ideas, realidades y lógicas que aún son desconocidas. Desafiar los prejuicios comienza por situar a este individuo en un ambiente de absoluto respeto a sus impulsos humanos, visto que la obediencia y la represión de comportamientos son utilizadas por el viejo de espíritu para castrar la humanidad del joven.
La educación no es una academia donde un niño es cincelado en estatua que escucha y repite ante la figura de autoridad consuetudinariamente aceptada, sino más bien un podio en el que destaca un cuerpo vivo con plena conexión entre mente y alma, donde se explaya sobre sus conclusiones y cuestiona en voz alta los varios temas humanos, siempre aspirando a ser un destacado comunicador de ideas, opiniones y percepciones. Sin miedo al error, sin temor a la confrontación y con un firme cuestionamiento a las costumbres que agobian nuestro día a día.
El individuo como medio y fin de la educación no es un agente cómodo y abstraído de la vida pública. Ésta es precisamente el resultado directo de lo que en su interior ha construido. La ciudad se convierte en un entorno saludable y atractivo en la medida en que aspire a ser el mejor individuo posible. Ningunos valores, en especial los llamados -erradamente- “sociales”, pueden justificarse y existir sin un estricto respeto a la moralidad individual. Esta es la única educación ética posible. En suma, el eterno devenir de la vida es un constante decidir entre el yo y mi circunstancia, parafraseando a quien sea que lo dijo. Sólo así se educa en valores.
¿Cómo convertimos estas ideas en un sistema educativo donde prive esta genuina educación en valores? En el próximo artículo analizaremos dicho sistema, y profundizaremos sobre las bases que lo convierten en una expresión propia de la educación para uno.