“Mientras más alto sea el precio del petróleo y más inseguro su suministro, más estímulos habrá para promover agentes alternos de energía o desarrollar tecnologías capaces de extraer más petróleo del subsuelo”. Las frases anteriores, a las que desde hace muchos años he venido haciendo referencia en infinidad de conferencias, parecen ofender al oficialismo. Sólo por mencionarlas a uno lo tildan casi de traidor.
La teoría del “Peak Oil” formulada por Hubbert se transformó para el gobierno en un dogma de fe. Consideraron que la producción mundial de petróleo había llegado a su tope y a partir de ese momento la demanda de petróleo seguiría creciendo sin poder ser satisfecha. Los precios, por tanto, aumentarían indefinidamente.
Firmes creyentes de la teoría de Hubbert pensaron que la “Revolución del Siglo XXI” estaba asegurada porque si los precios petroleros estaban destinados a crecer permanentemente, su revolución tendría siempre un financiamiento asegurado. La disciplina fiscal, la unidad del tesoro, el control y la eficiencia del gasto dejaron de ser prioridades.
En lugar de aprovechar los años de vacas gordas cuando los precios petroleros alcanzaron máximos históricos para garantizar un crecimiento sostenido de la economía y una solución sustentable de los problemas sociales, se lanzaron a un carnaval de reparto. Eso desde luego, eso les rendía grandes dividendos políticos, no sólo en el ámbito electoral interno, sino también a nivel internacional.
En el ámbito internacional obtuvieron jugosos dividendos (incluyendo en el Consejo de Seguridad de la ONU) y una inaudita actitud de “mirar hacia otro lado” por parte las naciones del Caribe y de Centro América, además de Bolivia, Argentina, Uruguay e incluso Brasil, así como muchas otras naciones incluyendo a Rusia y a China. Pero ahora todo cambia. La regaladera ya no podrá mantenerse y no sabemos cual será la reacción de los países hasta ahora beneficiados a través de Petrocaribe o Petroamérica. Ni siquiera se sabe que hará Cuba sin la golilla petrolera.
La realidad es que de la noche a la mañana hemos pasado del “Peak Oil” al “Oil Glut”. Los mercados están abarrotados de petróleo. Veamos lo que ha ocurrido:
La economía mundial atraviesa por una etapa de desaceleración y en consecuencia la demanda petrolera también. Enfrentado al aumento permanente de los precios y a la inseguridad en el suministro petrolero, EEUU se lanzó a desarrollar una nueva tecnología: el “fracking”. Tiene ese país inmensas reservas de petróleo que está contenido en los poros y capas de las rocas. Con esta nueva tecnología logran fracturar por vía hidráulica los esquistos en el subsuelo liberando esos hidrocarburos. Esto le ha permitido aumentar aceleradamente su producción la cual, de acuerdo con el Bank of America , ya ha superado a Arabia Saudita y Rusia.
Mientras tanto Venezuela clama desesperadamente por una reunión de la OPEP, para que la organización ordene recortes de producción para subir los precios. Pero otros miembros de la OPEP, como es el caso de Arabia Saudita y Kuwait, parecen oponerse a esa estrategia. Lucen convencidos de que la misma conduciría a un mayor estímulo para un mayor desarrollo del “fracking” y el crecimiento de la producción petrolera en EEUU y Rusia, ante lo cual prefieren proteger su participación en el mercado. Han optado por aumentar más bien su producción, aunque ello se traduzca en una caída de los precios. Dicen voceros de Arabia Saudita que los mercados tendrán que acostumbrarse a una caída prolongada de los precios del petróleo. Por su parte Kuwait afirma que un nuevo nivel de equilibrio de los precios podría ubicarse en torno a los 75 o 76 dólares por barril.
La cesta venezolana podría ubicarse alrededor de los 70 dólares por barril o incluso menos. El panorama es desalentador. De acuerdo con The Economist y otras publicaciones internacionales, Venezuela necesita un precio del orden de 120 dólares por barril para financiar sus gastos. La ficción de que el presupuesto está calculado a $ 60 por barril es falso. La gran realidad es que la diferencia la pasan al FONDEN o a otros fondos, desde donde son gastados a discreción, sin el control de nadie y sin rendir cuentas.
Pero el problema no termina ahí. En promedio cada dólar menos en el precio por barril podría costarle a Venezuela entre 500 y 600 millones de dólares de ingreso anual. Adicionalmente Venezuela tendrá que enfrentar abultados pagos de su deuda externa sobre todo el año que viene. Para colmo tenemos pendiente cerca de 26 arbitrajes internacionales resultado de expropiaciones sin la debida indemnización, cuyos resultado y costos finales pueden no sabemos. Y todo esto ocurre dentro de un contexto en el cual la inflación podría llegar a este año cerca del 70% y el déficit fiscal por encima del 16%.
La caída de los precios del petróleo se traduce también en un fuerte aumento en las penalizaciones que tendremos que pagar por nuevos financiamientos o refinanciamientos. Eso se debe a que el costo de asegurar la deuda soberana contra un incumplimiento (CDS o Credit Default Swaps) casi se ha triplicado en los últimos cuatro meses y el temor de un posible default aumenta cada día. Venezuela es, entre todos los países emergentes, el que tiene que pagar intereses más altos por su deuda.
Son noticias desalentadoras. Ya pasaron las vacas gordas y por ahora vienen los años de petróleo flaco. Como alguna vez dijo Luis Herrera: Busquen las alpargatas que lo que viene es joropo
@josetorohardy