Pocos recordarán la cirugía de una rodilla tres semanas antes de la Copa del Mundo, o los dos goles que marcó en la emotiva victoria por 2-1 sobre Inglaterra en su primer partido en el torneo.
La última y más memorable imagen de Luis Suárez en Brasil es la del goleador, tirado en el piso agarrándose los dientes, instantes después de morder en el hombro a Giorgio Chiellini en el último encuentro de la fase de grupos contra Italia. Esa jugada le supuso una sanción de cuatro meses, la cuarta suspensión en la carrera del uruguayo por un problema disciplinario en las canchas.
Esa secuencia en cuestión de un mes —la operación de meniscos, la recuperación apurada, el debut goleador y el mordisco y castigo— viene a compactar el tarro de las esencias de Suárez, un futbolista de raza, talentoso y único, con genio, héroe y a la vez villano, comprometido, artífice de un gran logro de equipo que las propias reglas del juego le impidieron disfrutar en su hábitat natural: el verde del rectángulo de juego.
Allí espera regresar el sábado con el Barcelona, su nuevo club, para disputar otro partido de alto copete: el clásico de España contra el Real Madrid, una vez superada la sanción de la FIFA.
El Barsa pagó unos 130 millones de dólares a Liverpool por Suárez, ganador de la Bota de Oro al máximo goleador de Europa la pasada temporada (empatado con Cristiano Ronaldo) con 31 goles en todas las competencias, y quien marcó 82 dianas en 133 partidos en sus tres temporadas en Anfield.
Pero, para perjuicio de su imagen y lamento de quienes le rodean, el espíritu guerrero del oriundo de Salto, de 27 años, ha traspasado los límites de lo deportivo en varias ocasiones. El primer incidente grave remonta a 2010 cuando mordió al mediocampista Otman Bakkal, del PSV Eindhoven, y la liga holandesa le aplicó siete partidos de castigo.
Del currículum de Suárez no pueden borrarse las numerosas sanciones, que incluyen una de ocho encuentros por insultos racistas a Patrice Evra en 2011, durante su segunda temporada con Liverpool; otra de 10 encuentros por morder al jugador de Chelsea Branislav Ivanovic en 2013; y mucho menos la última por morder a Chiellini en el pasado Mundial.
“Sentí que había arruinado mi carrera y temí que el Barsa se echara atrás”, reveló el domingo en declaraciones a la televisión catalana el uruguayo, quien reconoció en su presentación en Barcelona haber recurrido a ayuda psicológica para evitar acciones semejantes en el futuro. La del Mundial era la tercera vez que se ganaba el apodo de “El Caníbal”.
Pero aparte del perjuicio profesional, a Suárez le dolieron especialmente los daños a nivel personal. Avergonzado por no haber cumplido la promesa de erradicar su violento comportamiento, se apoyó nuevamente en su círculo íntimo y en especial su esposa Sofía, asentada desde hace años en Cataluña. Hombre tranquilo y familiar lejos de la cancha, acostumbra a besar su muñeca derecha a cada gol, y con ello el nombre de sus dos hijos, tatuado en la piel.
“Lo de Chielini estuvo muy mal para su carrera porque siempre se le recordaran estas cosas. Como jugador y persona es muy bueno y un tipo muy normal”, explicó el lunes el entrenador del Ajax Frank De Boer, quien lo vio de cerca en cuando se desempeñaba como técnico de las divisiones inferiores de ese equipo holandés, pero que no alcanzó a dirigirlo al tomar las riendas del club justo después que Suárez fue transferido a Liverpool.
“En la cancha es un luchador, un ganador nato como (Lionel) Messi y Cristiano. Pelea hasta en los amistosos y, si mete nueve goles pero falla uno, se va enfadado”, agregó.
Pese a la reincidencia, el Barsa siempre se mostró firme en la adquisición del charrúa, al que había perseguido largo tiempo.
Cuando se materializó el traspaso, Suárez recibió la noticia por teléfono y rompió a llorar, mientras al otro lado del auricular, su representante Pere Guardiola brindaba con sus allegados en el céntrico mercado de La Boquería. El Barsa tenía por fin a su crack, y el futbolista dejaba Liverpool por la costa mediterránea que disfrutaban a diario sus suegros y el club que dijo admirar desde siempre, más allá del amor eterno por Nacional, que le dio su primera oportunidad antes de recalar en el Groningen holandés.
“Me gusta que esté en Barcelona: se lo merece porque ha luchado y ha mejorado cada año. Tendrán un ataque increíble con Messi y Neymar, aunque deben demostrar que puede funcionar juntos”, apuntó De Boer.
Su ex compañero en el Ajax y técnico del filial barcelonista Gabri García, también amigo personal, no tiene dudas de que Suárez “triunfará de azulgrana. Es muy inteligente y sociable y sabrá compenetrarse con Messi y Neymar. No habrá problemas”.
Y el propio Neymar validó su rápida inclusión en el equipo. “Luis es un crack, un gran amante del fútbol y es duro para él no poder jugar. Es impresionante como trabaja todos los días para mejorar al equipo, como nos ayuda. Vamos a hacer muchas cosas buenas”, prometió el brasileño.
La primera ocasión de demostrar que el Barsa no se equivocó en la apuesta la tendrá Suárez en el clásico si Luis Enrique le da la alternativa. “Fue el fichaje más caro y es agradable ver que el trabajo diario refuerza la idea que teníamos de él. Es muy intenso, cada día está mejor y ve que puede llegar su momento, pero está tranquilo. Siempre quería jugar aquí ahora se dan todas las circunstancias para que disfrute”, expuso el entrenador, quien tiene en la mano evitar el peor de los suplicios para un futbolista de raza: ver el espectáculo por televisión. AP