Aumentos por doquier. El kilo de arroz, por citar un ejemplo, se incrementó en un 163 por ciento, dejando boquiabierto al consumidor. Así como este cereal, se ha registrado incrementos en otros productos de la cesta básica, que no rondan un diez ni un veinte por ciento, sino que en la mayoría de los casos se ubica en un 100 por ciento o más. La gente no termina de entender que es consecuencia de políticas erráticas y, como siempre, atribuye el incremento a los industriales y comerciantes, al dueño del abasto o supermercado, que termina aguantando el regaño del consumidor, cuando en realidad es el último eslabón de la cadena de comercialización y tiene que vender los productos al precio que ha establecido la Superintendencia de Precios Justos (Sundde).
Guerra económica, especulación, lo cierto es que los incrementos de los productos obedece a que nadie va a trabajar y producir a pérdida, que gracias a la equivocada política de controles de precios, los ajustes que debieron realizarse no se hicieron y ahora la situación obliga a que haya una revisión de la estructura de costos, por lo que el ejecutivo ha tenido que permitir los aumentos. Hay casos realmente asombrosos, como por ejemplo, que una caja que contiene 30 pastillas de un medicamento cueste 30 bolívares, que ni siquiera debe cubrir el costo de la caja, es un precio irreal. Obviamente el medicamento que es de primera necesidad escasea, generando incluso un “mercado negro”, que es otra de las terribles consecuencias que trae los controles. Pese a que se exhorta a los vendedores informales a no vender productos regulados, los “vivos” se las ingenian para conseguirlos y luego los revenden muy por encima de la regulación y la gente, desesperada porque no lo consigue, termina pagando cualquier cantidad con tal de obtenerlo.
La situación no solo se presenta con la comida, los productos de higiene personal y medicamentos, también pasa con los cauchos, baterías, repuestos para vehículos, lubricantes. En cualquier esquina de cualquier ciudad se consigue aceite para vehículos al precio que fija el revendedor, hallarlo al precio justo es casi que un milagro. Lo cierto es que además de tener que perder horas de trabajo buscando comida, repuestos, lubricantes, medicamentos, el venezolano vive permanentemente estresado, sumido en la incertidumbre , sin saber a ciencia cierta dónde, cuándo va a poder adquirir lo que necesita para vivir.
A la escasez de productos, la pérdida de tiempo en las colas, hay que agregarle la altísima inflación que se registra en Venezuela, que más allá de las cifras oficiales se sufre, se padece, cada día compras con más menos, la demanda supera a la oferta y el sueldo no alcanza. Los precios se ajustan y el salario sigue sin alcanzar. La gente sufre, no encuentra qué hacer para que el dinero rinda. Un incremento de sueldo, como muchos aspiran, sin controlar la inflación, se volverá “sal y agua”.
Coordinador Nacional de “Gente” Generación Independiente
@alvareznv