Sin entrar en el debate que tiene lugar entre algunos analistas y expertos petroleros, quienes hablan incluso de “jugadas de laboratorio” para desinflar las energías alternativas al crudo convencional (cuyo desarrollo encuentra incentivos cuando los precios de este último se inflan demasiado), o de “guerra de precios” entre USA y Arabia Saudita, lo cierto es que tanto razones de oferta como de demanda mundial, han provocado una pronunciada caída del precio internacional del petróleo de un promedio de poco más de $100/b, a poco menos de $75/b en los últimos 4 meses, lo cual significa una disminución de un 25%.
En efecto, un aumento de la oferta por un lado, que se debe tanto a la creciente autosuficiencia de los Estados Unidos (país cuya producción ha pasado de 5 millones de b/d a 9 millones desde 2008 hasta el presente), como al repunte de Libia, Irak y Nigeria como proveedores; así como un estancamiento de la demanda por el otro, debido a la desaceleración del crecimiento de China, India y Brasil como economías emergentes, han operado como causas inmediatas de este sensible declive.
Este hecho tiene obviamente un efecto demoledor en las economías petroleras, muy especialmente en aquellas como la nuestra que, obnubilada por el resplandor del barril a 100 dólares, sólo gozó la fiesta y bebió hasta más no poder, sin prepararse jamás para la resaca de la contracción de los precios, en un mercado cuyos ciclos son harto conocidos. Pero no sólo la falta de previsión traducida en ausencia de ahorros nos hará sentir como a nadie los duros efectos de esta caída, sino que además el bajón nos agarra en medio del proceso inflacionario más severo del planeta, la escasez más pronunciada de nuestra historia contemporánea y la más acentuada dependencia del petróleo como rubro de exportación y, en consecuencia, como fuente de divisas.
Todo lo anterior presagia que 2015 será aún peor que 2014 en materia económica y social. El gobierno pudo asumir algunas rectificaciones este año no electoral y no lo hizo, por lo que difícilmente lo hará el próximo año, cuando afronta el reto de las elecciones parlamentarias con todas las encuestas en contra de manera contundente, por lo que su control institucional y los trucos de “ingeniería electoral” podrían no serle suficientes esta vez para neutralizar a la mayoría opositora. Por lo tanto, lo previsible es que intente mantener irresponsablemente su nivel de gasto público a pesar del bajón de sus ingresos, apelando así a más devaluación, más emisión de dinero sin respaldo y más endeudamiento para tratar de cubrir el enorme déficit que ha generado, todo lo cual se traducirá a su vez en más inflación, más escasez y más pobreza.
En este sentido, una reconocida firma internacional afirmaba hace poco que para sostener su ritmo de gasto actual, al gobierno de Venezuela le era insuficiente incluso el barril a 100 dólares como estaba, y que necesitaba al menos $110/b. Otros economistas opinan que necesitamos entre 117 y 125 $/b, y algunos analistas hablan hasta de $160/b. Sea cual sea la cuenta correcta, la realidad es que nuestro petróleo ya va rozando en bajada los $70/b, por lo que el hueco que tenemos es brutal. Frente a ello, tampoco es posible pensar en cubrir la caída del precio con mayor producción, por cuanto PDVSA produce hoy día 500 mil barriles diarios menos que hace 12 años, tiene una deuda que representa más del doble de nuestras reservas internacionales y hasta importa gasolina y crudo liviano ante la merma de su capacidad y deterioro gerencial.
La política económica del gobierno nos hunde de manera inmisericorde en la crisis. Sólo un golpe de timón orientado a la disciplina fiscal y el aumento de la productividad con estímulo al sector privado puede salvarnos del colapso total, pero eso es imposible bajo este régimen. El cambio político es una precondición del cambio de rumbo económico.
*Diputado al Consejo Legislativo de Miranda y profesor de la UCV
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