Acompañado por dos mujeres, entró con paso lento y sin saludar a nadie se dirigió al gentío y preguntó: “¿Acá juegan al tenis los ciegos?”. Y apenas escuchó un sí, el pequeño forastero agregó: “Entonces, encontré mi lugar”.
Con una sonrisa hace rato florecida, así se presentó Felipe Angiono, de nueve años, a su primera clase del programa de tenis para ciegos en Argentina, una iniciativa que en el mundo solo reconoce a 10 países afiliados a la entidad rectora de esa disciplina, con sede en Japón.
Desprendido ya de la compañía de su madre María Laura y de su abuela Mercedes, y con The Associated Press como testigo del episodio, el niño de piernas delgadas acarició luego la cara de algunos profesores y de quienes luego serían sus colegas de aprendizaje, una manera que tienen los no videntes para reconocer a las personas mediante el tacto.
“Yo soy ciego de nacimiento, pero ahora voy a jugar al tenis y espero ser el mejor, quiero ser como (Juan Martín) Del Potro”, dijo Felipe, quien entre entusiasmado y feliz recordó que descubrió el tenis cuando su papa Marcelo estaba viendo un partido por televisión.
“Me gustó mucho el ruido de la pelota, ese ‘tic tac(asterisk), y también ese gritito de los jugadores cuando sacan”, dijo Felipe, tras recordar que pone “la oreja al lado del parlante” de la televisión para escuchar mejor, mientras que su papá lo mantiene al tanto de las jugadas.
Lo primero que aprendió Felipe fue “reconocer” la cancha, que tiene las dimensiones de una de bádminton, es decir de 12,80 por 6,40 metros, con una red apenas más baja que la que usan los videntes. Las líneas perimetrales están marcadas con una soga de tres milímetros de espesor, adherida al piso por medio de una cinta, lo cual permite a los jugadores ubicarse por medio del tacto con la raqueta o con los pies.
En otra cancha, Ludmila Mina, de 15 años y con cuatro meses como alumna, practicaba su saque con una raqueta algo más chica con respecto a la que se usan los videntes. La pelota tiene un diámetro de nueve centímetros, en general es de goma espuma y en su interior tiene una pelota de ping pong con municiones o perdigones de plomo que generan sonidos cuando pica.
“En mi cabeza no entendía cómo puede ser que una persona ciega como yo pueda jugar al tenis”, dijo Ludmila, con renegridas trenzas largas y quien a mediados de 2012 tuvo su minuto de gloria cuando ganó el premio al mejor cantante en un popular programa de televisión. “Ahora que juego, me saqué esa duda; ahora amo al tenis y voy a seguir jugando hasta ser la mejor”.
A Ludmila lo que más le cuesta es “cuando te tiran la pelota”, a la que no se le devuelve de volea o tras un pique, como en el tenis normal, por la imposibilidad de verla. La pelota recién se devuelve cuando el rival la puede detectar por su sonido, aunque para el caso de ciegos totales solo se permiten tres piques y dos para los que ven apenas algo.
En todo caso, los ciegos “ven” la pelota con sus oídos.
El tenis para ciegos y disminuidos visuales nació hace casi tres décadas en Japón, sede de la Asociación Internacional de Tenis Para Ciegos (IBTA), según sus siglas en inglés. Tres de sus 10 países afiliados son del continente americano: Argentina, Estados Unidos y México y la meta de la entidad es que el tenis para ciego sea declarado deporte paralímpico.
“Saliendo de mi centro de desarrollo se acercó una mamá con dos hijitas ciegas de entre seis y ocho años con sus bastones blancos y me preguntó si podían hacer tenis”, recordó el profesor Eduardo Rafetto, de 49 años, el director y fundador del proyecto en Argentina hace unos cuatro años. “Buscando algo en internet descubrí lo de Japón, me contacté con ellos y así nació todo”.
Bajo el mando de Rafetto y otros profesores, más de 20 alumnos de entre 7 y 60 años practican en forma gratuita ese deporte dos veces por semana en dos canchas cerradas con carpeta de cemento en el Centro Burgalés, del barrio porteño de Caballito.
Al igual que Felipe también fue el debut de María Luna, de 27 años, quien en otra etapa de su aprendizaje ya tenía una raqueta en la mano, a la que acariciaba como una romántica empedernida.
“Es la primera vez que toco una raqueta; me parece como una gran espátula; estoy muy feliz, pensé que era imposible que un ciego pudiese jugar al tenis”, subrayó María, chef de profesión hasta que quedó sin empleo hace un año y medio cuando trabajaba en un restaurante en las afueras de la capital argentina.
La meta de María, quien dijo lucirse cuando hace comidas agridulces o arroz con pollo, es “jugar algún día” como Gabriela Sabatini, la mejor tenista argentina de todos los tiempos. “Y ojalá que algún día también pueda conseguir trabajo”, agregó la joven, quien sospecha que le cuesta retornar al mercado laboral a raíz de su ceguera de nacimiento.
“Creo que piensan que me va a pasar algo; pero por más que no vea, ¿qué vidente alguna vez no se quemó o no se cortó un dedo en una cocina?”, se preguntó María.
Cerca de ella se movía como un experto Gustavo Alonso, de 50 años, quien empezó desde 2006 a perder la vista en forma paulatina debido a una diabetes que después lo dejó ciego.
“Cuando empecé hace casi un año y medio lo hice por diversión y si no agarraba la pelota no me preocupaba; parecía que cazaba mariposas”, dijo Alonso, exempleado en una compañía de seguros. “Ahora apelo mucho a la voluntad y al coraje y quiero ganar siempre”.
Locuaz y divertido, Gustavo no tiene problema alguno en bromear con su ceguera. “Cuando estoy por entrar a la cancha a veces le digo a un compañero ‘che, acá no se ve nada, está muy oscuro'” y cuando no puede pegarle a la pelota resume su frustración con tres palabras: “no la vi”. AP