Los tiros del malandro, los gritos del atracado, el llanto de la madre, de la esposa, de la hija; el ulular de la ambulancia que ruletea al herido porque en ningún hospital hay los insumos o los aparatos necesarios para atenderlo; el escándalo de los bares a cielo abierto en esta ciudad sin ley; el estruendo de las motocicletas de alta cilindrada usadas por sujetos que son “escoltas de enchufados” de día y “piqueros impunes” de noche; el ladrido de los perros que en la alta madrugada intentan espantar a los indigentes que hurgan en las montañas de basura… Así, y no de otra manera, es como de verdad “suena Caracas”…
“A fulano de tal lo sonaron”, solían decir hace años los individuos de mal vivir para indicar que uno de ellos había sido asesinado con arma de fuego. Esa manera de conjugar el verbo “sonar” recibió incluso el reconocimiento de la Real Academia de la Lengua: En su 7ma acepción el DRAE afirma que “sonar” puede significar “Morir o padecer una enfermedad mortal. Fulano sonó. Nuestro amigo está sonado”. En su octava acepción el diccionario de la Real Academia nos dice que “sonar” también puede significar, en caso de que sea “dicho de una persona o de una cosa: Fracasar, perder, tener mal fin. El negocio sonó”. En su novena acepción, el DRAE nos da otro significado posible del verbo “sonar” y pone un ejemplo que parece redactado especialmente para Venezuela: “Sufrir las consecuencias de algún hecho o cambio. Los inquilinos estaban bien, pero sonaron cuando se dictó la nueva ley de alquileres”.
Es ese el sentido en que debemos entender que la Alcaldía del Municipio Libertador le haya puesto “suena Caracas” a un evento que con nueve días de música pretende hacernos olvidar 15 años de malos gobiernos: los que asesinaron la convivencia, los que han permitido y estimulado que el hampa sea dueña y señora de los espacios públicos, los que permitieron que la Policía que debe proteger a los caraqueños se convierta en una institución degradada e intervenida; los que en vez de urbanizar los barrios ranchificaron al resto de la ciudad, ahora reconocen públicamente que ellos “sonaron a Caracas”. Y, además, lo dicen con musiquita y desparpajo.
Pero Caracas también suena a protesta, a rabia, a indignación popular. Estos eventos que a continuación enumeramos no fueron televisados, pero ocurrieron: El pasado jueves 20 un intenso cacerolazo estremeció la noche en un sector de Caracas. No era El Cafetal, no era Macaracuay, no era Terrazas del Ávila, urbanizaciones cuyos combativos habitantes a menudo utilizan ese recurso de protesta. No. ¡Era la comunidad del 23 de Enero, en pleno corazón del oeste de Caracas, protestando enardecida por un apagón de más de dos días! La fortaleza del cacerolazo fue tal que ensordeció a los grupos irregulares que generalmente se ubican en los alrededores del lugar llamado “El Rincón del Taxista” para desde allí desplazarse para aplacar, si surge, alguna protesta. ¡Esta vez no pudieron hacerlo, pues la protesta surgió de todos lados, al mismo tiempo! Desmoralizados, los integrantes de esos grupos paramilitares fueron “a recrearse” en unos locales presuntamente ubicados en el Bloque 45, zona central, sector “el ciempiés”, donde según los vecinos funcionan unos casinos ilegales, regentados por esos mismos grupos violentos mal llamados colectivos.
Caracas suena también a la protesta realizada ese mismo jueves 20 por vecinos de Montalbán, hartos de que unos delincuentes que visten prendas militares siembren zozobra en el sector; Caracas suena a la protesta de los ciudadanos que este viernes 21 interrumpieron el tránsito en la autopista Valle-Coche a la altura de Longaray, para denunciar presuntos engaños del programa “Venezuela Productiva”; Caracas suena a la protesta reiterada de los vecinos de Santa Ana, Carapita, Antímano, por falta de gas doméstico; Caracas suena a la protesta protagonizada por los hermanos nuestros que hoy residen en los edificios construidos por la llamada “Gran Misión Vivienda Venezuela”, que en semanas recientes trancaron la Av. Nueva Granada denunciando que las viviendas que ocupan, prácticamente recién estrenadas, ya presentan grietas y otras fallas. “Caracas suena”, como no. Suena a río crecido. Y “cuando el río suena, piedras trae…”.
Tras 15 años de oídos cerrados a la protesta ciudadana, no es de extrañar que el gobierno ignore el ruido profundo del clamor popular y pretenda opacarlo con el estruendo de la fiesta alquilada. Pero lo que sí sería imperdonable es que ese sonido de la indignación popular no sea recogido y amplificado por quienes queremos un cambio urgente de gobierno y de modelo. Los demócratas TENEMOS que ir al encuentro del descontento y transformar esa indignación popular en energía de cambio. Para eso es indispensable que avancemos en reinventar nuestros conceptos de “organización” y “movilización”. Nos organizamos no para “reunirnos”. “Reunirse” no es un fin en sí mismo. El de “reunido” no es un nuevo “estado civil”. Los demócratas nos reunimos para atender una agenda que básicamente debe comprender dos puntos: 1) Cómo luchamos para mejorar nuestras condiciones de vida y trabajo allí donde estamos, en nuestra circunstancia inmediata, donde vivimos o donde laboramos. Y 2) Como contribuimos a promover el cambio democrático para toda Venezuela empezando desde allí, desde nuestra circunstancia local.
Atender esa agenda implica movilizarnos, y el escenario en que se verifica esa movilización para lo local y lo nacional, para lo comunitario y lo social, para lo reivindicativo y lo político es, por supuesto, “la calle”. Pero no una calle cualquiera: No la calle de las grandes movilizaciones opositoras, a las que siempre acudimos sólo los ya convencidos; No la calle llena de gas lacrimógeno y escombros, con activistas y represores pero sin pueblo. La calle que nos interesa es la calle con pueblo y sobre todo con pueblo por convencer. Y RESULTA QUE ESA CALLE ESTA ACTIVADA DESDE HACE TIEMPO CON LA PROTESTA SOCIAL. Muchos opositores que a diario piden “calle, calle” generalmente no advierten que la calle por la que claman esta activada, e incluso está esperando por ellos. Pero la protesta política sola se aísla. Y la protesta social sola se agota. Es indispensable entonces unir reclamo social y perspectiva política. Eso es lo que significa “unir pueblo con pueblo” en esta nueva etapa de la lucha.
El sonido de la protesta popular se oye no sólo en Caracas. Es incluso más intenso y organizado en muchos lugares del interior del país. Las 28 leyes habilitantes del Paquetazo Rojo sólo prometen para el futuro más intensidad en el reclamo social, y las leyes habilitantes de la represión y el “sapeo” masivo no lograran callar a esa Venezuela que también “suena”. Los opositores que claman por “calle” deben asumir que, por el contrario, la calle social, la calle con pueblo protestando (esa calle que existe a pesar de que en la “nueva” Globovisión el programa más visto es un magazine de farándula) está clamando por ellos. En el 2015, que nadie lo dude, venceremos a la cúpula podrida en las mesas electorales. Pero antes hay que vencerlo en la calle. En la calle activada socialmente: Esa calle con pueblo que ya rompió con el gobierno, pero que aún no se ha incorporado a la esperanza de cambio. ¡Palante!