El proyecto de destrucción (es la palabra empleada por el exrector de la UCV, Luis Fuenmayor Toro, en el título y el contenido de un reciente artículo, que referiré brevemente más adelante, sobre la “transformación” del IVIC en otra cosa) de las universidades por parte de este gobierno luce indetenible.
No son solo las urgencias económicas en la que las sume. De todos es sabido que el presupuesto cada año se hace más deficitario, casi hasta la extinción, para luego ir complementando con risibles y manipulables alcances financieros que asfixian hasta el exterminio cercano a nuestras casas de estudio. Son también los suelditos de miseria que percibimos los docentes y las imposibilidades que tenemos de desarrollar con mínima dignidad vital nuestras labores de docencia, extensión e investigación, más los cargos de representación o de gerencia, alta, media y baja que debemos detentar. Esto que está propiciando cada vez con mayor énfasis la diáspora de nuestros docentes e investigadores por el mundo, como gitanos deambulando en busca de un sustento, de una vida vivible, de dignidad, que los rescate de las distintas miserias que aquí se sufren.
Nuestro presidente obrero lanzó una más de sus tantísimas perlas, producto de su desconocimiento abismal casi de todo: “… tenemos que democratizar el ingreso a las universidades autónomas”. ¡Democratizar! Obviamente desconoce la palabra. Las palabras, digamos. “Autonomía”. “Universidad”. No le lucen ningunos de los términos. Tal vez el de “tenemos” o el de “ingreso” esté a su alcance de lo ignoto. Y el “que”. Pero lo fundamental no. Empecemos por democracia y aquello que en política es el pueblo en el gobierno. ¿Qué tendrá que ver ese término con el ingreso de quienes estén preparados para acudir a estos templos del saber? Sigamos: autonomía, como ese no depender. Universidad: en cuanto tiene de universal, de plural. Quizá quiso decir, interpreto, que todos, quienes saben y quienes no, quienes deben y quienes no, deben entrar por la libre a las universidades. ¿Quién estaría de acuerdo con eso que va en consonancia propicia y limitante con el detestable estado actual de la educación, especialmente pública en casi todos los niveles, especialmente de primaria y secundaria?
Habría desde luego que preguntarse y preguntarle: ¿Son universidades las instituciones de educación “superior” no autónomas? ¿Tienen acaso alguna esencia democrática? ¿En qué las beneficia su no-autonomía? Son lugares de determinismos cansones, autócratas en todo y plenos de imposiciones, especialmente gubernativas.
Si de verdad se procurara su autonomía, el Estado debería propiciar, alentar, intensificar, la libertad académica. Esto implicaría no imponer nada, nada, si es que logra entenderse esa palabra: nada, en ella, sobre todo por parte de aquellos que la ignoran, como no sea por haber visto de lejos, tal vez en helicóptero, alguno de sus edificios o pasillos o por haber escuchado algún cuento interesado y malsano acerca de su (s) funcionamientos (s).
El texto de Luis Fuenmayor acerca de la destrucción del IVIC manifiesta toda la calamidad que los universitarios tenemos que soportar con el gobiernito del acabamiento: “… Se perseguirá al conocimiento científico y tecnológico y a quienes estén preparados para su búsqueda”. Ya esa persecución comenzó hace mucho, en el mundo universitario, en la educación toda. A este gobierno no le interesa que avance el conocimiento porque ello significaría labrar su destrucción como proyecto político miserabilizador de los miserables.
No me queda duda alguna, como se ha dicho hasta la saciedad, desde que dio inicio este despropósito gubernamental, junto con el siglo: son enemigos acérrimos de las universidades y, por ende, de los universitarios. Busquemos las maneras, sí, democráticas, de acabarlos o acabarán con nosotros, si no lo internalizamos en nuestras conciencias, en nuestra vida rutinaria, en nuestro hacer y hacer ver, estaremos entonces todos: nación, pensadores, intelectuales, profesores e instituciones, sí, acabados.
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