Te habrá pasado más de una vez: algún pensamiento o idea llevaba atascado en tu cabeza durante un tiempo y de repente, mientras te duchas… ¡Eureka!. De hecho, esa misma expresión se le atribuye a Arquímedes al descubrir, mientras se estaba bañando, que el volumen de agua ascendido era igual al volumen del cuerpo sumergido. Gracias a ello pudo medir el volumen de los cuerpos sin importar su forma y averiguar que la corona del Rey Hierón II no estaba hecha 100% de oro.
Pero ¿por qué ocurre?. Si bien todavía los científicos y psicólogos todavía no se han puesto del todo de acuerdo acerca de los motivos detrás del fenómeno, sí que hay algunos patrones en común que sirven de explicación. Para empezar, tiene que ver con el estado de relajación y bienestar general qué ocurre cuando estamos debajo del chorro. En ese estado, y en la mayoría de las ocasiones, en lugar de concentrarnos compulsivamente con ciertos pensamientos (como ocurre normalmente, aunque ni siquiera nos demos cuenta) nuestra consciencia entra en algo parecido a un “Network Default Mode” y las ondas alfa empiezan a inundar el cerebro. Las ondas alfa se originan en el lóbulo occipital y son las asociadas a periodos de relajación y sueño, o simplemente a tener los ojos cerrados.
En ese estado, diferentes zonas del cerebro empiezan a conectarse, dando lugar a asociaciones aleatorias que muchas veces terminan en una buena idea, otras en ideas radicalmente absurdas (para mí, las mejores) y en otras que a ese problema atascado al que llevábamos un buen tiempo dando vueltas de repente le encontremos una solución. Es decir, y esto es aplicable aunque no estemos en la ducha, la mayoría de las veces la mejor manera de resolver un problema es dejar de pensar compulsivamente en ese problema. Por eso, entre otros motivos, la sabiduría popular aconseja en estos casos dar un paseo, realizar alguna actividad que nos relaje o, simplemente, consultarlo con la almohada.
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